El totalitarismo atlético
LeBron no es un jugador con defectos. Al menos, no por las razones que la gente cree ahora
En los últimos segundos de un partido reciente contra los Jazz de Utah, Shane Battier, de los Heat de Miami, pasó el balón a su compañero LeBron James. Battier se apartó del camino de James y este, partiendo desde cerca de la bombilla, dribló hacia su izquierda iniciando un claro avance hacia la canasta. El hombre que cubría a Udonis Haslem, de los Heat, intuyendo un desastre inminente para su equipo, se dirigió hacia James, dejando así vía libre a Haslem justamente por detrás de la línea de tiros libres. James le hizo un bonito pase picado a Haslem, que midió el tiro y lo anotó tranquilamente, cuando el tiempo expiraba, dando a los Heat en el último segundo una muy necesaria victoria fuera de casa, en Salt Lake City.
Una jugada rutinaria de baloncesto bien ejecutada. Y también una obra de ficción porque no sucedió así. En lugar de encestar, Haslem falló el tiro.
La reacción ante la jugada de los comentaristas del partido y de la mayoría de los analistas el día siguiente fue la misma. “¡James pasó el balón! ¡Ha vuelto a pasarlo otra vez!”, dijeron. No lo dijeron para aplaudir la maniobra de James. No fue un “¡vaya, qué jugada tan inteligente de un jugador inteligente!”. Lo dijeron en plan “¡no me puedo creer que haya eludido otra vez la responsabilidad, qué cobarde!”.
Tras caer contra Utah, LeBron fue criticado por aplicar la lógica en la última jugada y pasar en vez de tirar
Esa reacción se produjo en parte porque los expertos necesitan algo de lo que hablar, pero también porque esos expertos creen que ese pase es una prueba más del principal defecto de LeBron como jugador de baloncesto: no es nada bueno al final de los partidos.
Es posible que LeBron sea un ser humano con defectos. Él, al igual que mucha gente excepcionalmente dotada, puede ser ligeramente sociópata. Pero no es un jugador de baloncesto con defectos. Al menos, no por las razones que la gente cree ahora. Dentro de los límites del rectángulo de 29×16 metros, casi siempre realiza la jugada idónea.
LeBron reconoció que Haslem no es un parapléjico postrado en una silla de ruedas, que era perfectamente capaz de realizar el mismo tipo de tiro en suspensión que ha hecho unas 12.000 veces antes en su carrera. Es curioso que la gente critique que LeBron se diera cuenta de eso. No solo porque esta crítica choca con la lógica del baloncesto -un tiro abierto realizado por un tirador fiable es siempre mejor que un tiro cerrado aunque lo haga el mejor lanzador de la historia-, sino también porque degrada el deseo de la humanidad de igualdad y autoestima universal.
Los anunciantes, los expertos, los analistas, deberían haber aplaudido el pase de LeBron porque llevaba consigo la esperanza de que cada uno de nosotros, en el caso de tener la oportunidad, compartiríamos el balón; de que ninguno de nosotros nos creemos tan superiores a nuestros compañeros para usurpar un buen tiro de un compañero de equipo a cambio de un mal tiro propio. Ojalá Haslem hubiera convertido mi versión del partido de Utah en realidad. Una canasta habría complacido a los dioses del baloncesto. Y habría protegido a LeBron de la crítica que, me temo, convertirá a un jugador de baloncesto que es trascendental en un jugador de baloncesto que es meramente fantástico. Todo, por nuestra extraña e inhumana celebración del totalitarismo atlético.
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