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La Real juega con el Zaragoza

El equipo maño, sin fe, no disparó ni una sola vez a portería (3-0)

La misa de Anoeta, a las seis de la tarde, reunió a un creyente y a un agnóstico. El primero, la Real Sociedad, miraba al altar del área con la devoción de quien espera encontrar la luz que le saque del principio del túnel. El segundo, el Zaragoza, cual buen agnóstico, consideraba su misión como una condición sobrenatural incomprensible para su ser humano. La Real cree en su futuro, el Zaragoza, no. Su agnosticismo para el fútbol de Primera División es tan grave que, y se dice pronto, de tanto no creer en lo sobrenatural (salvarse), el Zaragoza ha dejado de creer en sí mismo. La prueba es científica. Aquí no hay religiones que valgan: 90 minutos de juego y ni un solo disparo entre los tres postes de la portería que defendía Claudio Bravo, marginado al secundario papel de sacar de portería las faltas y despejar alguna que otra cesión de sus defensas.

R. SOCIEDAD, 3 - ZARAGOZA, 0

Real Sociedad: Bravo; Estrada, Mikel González, Íñigo Martínez, De la Bella; Illarramendi (Begara, m. 75), Aranburu; Xabi Prieto (Griezmann, m. 71), Zurutuza, Carlos Vela; Agirretxe (Llorente, 78). No utilizados: Zubikarai; Demidov, Rubén Pardo e Ifrán.

Zaragoza: Roberto; Pablo Álvarez, Lanzaro, Da Silva, Obradovic; Apoño, Micael; Luis García, Edu Oriol, Abraham (Lafita, m. 52); y Aranda. No utilizados: Leo Franco; Pinter, Zuculini, Juan Carlos, Dujmovic, y Ortí.

Goles: 1-0. M. 19. Agirretxe. 2-0. M. 22. Carlos Vela. 3-0. M. 39. Agirretxe.

Árbitro: Velasco Carballo. Expulsó a Lanzaro, por doble amonestación (m. 83) y mostró tarjetas amrillas a Mikel González y Pablo Álvarez

23.550 espectadores en Anoeta

La Real purgó sus pecadillos con un rosario de jugadas, algunas magníficas, otras vertiginosas, casi siempre conducidas por el ingenio de Carlos Vela que, a cambio pagó una penitencia excesiva para un partido tan liviano. Se llevó demasiados golpes en todas las zonas del cuerpo, pero la cabeza le funcionó a las mil maravillas para asistir a Zurutuza y que éste centrara a Agirretxe en el primer gol, para marcar el segundo aunque en el colmo del infortunio para Lanzaro que falló en el despeje y luego desvió involuntariamente el disparo del mexicano. Al defensa italiano le esperaba una expulsión cuando el público casi abandonaba la parroquia por una segunda amonestación al codearse con Llorente.

La Real entendió que era misa mayor. Que perder con el Zaragoza le devolvía al sótano de la Liga cuando asomaba la claraboya. Y salió con la vista al frente, bien conducido por Illarramendi y mejor gestionado por Vela y Zurutuza en el papel de ingenieros. Durante 45 minutos se dieron un festín y llegaron hasta el postre. El tercer gol, obra de Agirretxe, pareció un auto de fe de De la Bella por perseguir el balón para asistir a Agirretxe, pero el pecado fue mortal por parte de Edu Oriol que quiso “ruletear” defendiendo, como si de un partido amistoso se tratase.

La segunda parte sobró. La ceremonia se hizo larga como una boda. Ni a la Real le apetecía vulnerar el escaso ánimo zaragocista, ni al Zaragoza rebuscar en el fondo de su alma algún atisbo de esperanza. Y se acabó cuando el árbitro, cual sumo sacerdote, decidió que aquello no daba para más.

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