Deporte español, deporte de guiñol
España tiene un problema con el dopaje. Lo admitió el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y tiene más razón que un santo (un santo que tenga razón, se entiende), aunque haya recibido críticas desde la política y el deporte mismos. Tanta razón tiene, que su matiz posterior no hacía falta: España tiene un problema con el dopaje y de dopaje, no hay distinción posible.
Los guiñoles del Canal + francés causaron indignación y revuelo en España. Lógico. Ningún tema debe estar vedado a la sátira porque es inevitable y porque tiene efectos catárticos, pero la imagen que dieron del ciclista Alberto Contador y del resto de deportistas españoles que metieron en el mismo saco fue excesivamente cruel y desmesuradamente injusta. A Contador le han pillado, aunque sea poco, y le han sancionado; al resto, ni un poco de positivo, ni un poco de sanción, nada de nada. A los del Canal + francés se les fue la mano.
Sin embargo, la desmesura de los guiñolistas no desmiente que España tenga un problema con el dopaje. Y muy gordo. Porque no se pueden montar operaciones policiales como la Puerto o la Galgo, y dejarlas en nada, o casi, o actuar contra según quien. No se puede aplicar condena de telediario a una campeona del mundo como Marta Domínguez para luego hacerla senadora y erigirle un monumento. ¡Que luego resulta que los guiñolistas no dan abasto con tanta provocación!
Aunque, a decir verdad, no solo España tiene un problema con el dopaje. Y no solo el ciclismo lo padece. Lo arrastran todos los países y todas las disciplinas. A las autoridades deportivas les ha faltado coraje para afrontarlo de cara y evitar que trascendiese la jurisdicción deportiva; fue un error muy grave porque, a lo sumo, un deportista dopado es un tramposo, pero nunca un criminal. A los Gobiernos, les ha sobrado oportunismo político-electoral. Y, en general, existe demasiada demagogia.
España tiene un problema con el dopaje porque todos los países lo tienen, en mayor o menor mesura. Sucede que, además, España tiene un problema con el deporte, en general, y con el fútbol, en particular, porque su dimensión económica y social y su trascendencia política no se acuerda con el marco institucional que debería sustentarlas, el cual, casi siempre, se ve sobrepasado por mucho.
En el artículo anterior, me referí al pisotón del madridista Pepe al azulgrana Messi y la falta de actuación del Comité de Competición. En este podría reincidir puesto que los errores arbitrales y las carencias y ausencias disciplinarias se repiten semanalmente. Sin embargo, hablaré del embrollo organizado por la designación de la sede de la final de la Copa del Rey de fútbol que deben disputar Athletic Club y FC Barcelona.
Mal el Real Madrid por negarse a ceder el Santiago Bernabéu y llevar la rivalidad deportiva hasta niveles excesivos; por el fondo y también por la forma, sin asumir públicamente la posición. Mal el Athletic Club y el FC Barcelona por insistir en querer disputar la final en el estadio madridista; donde no te quieren, no hay que ir, y más aún cuando ni uno ni otros clubes han actuado distintamente, sea con el Real Madrid o sea con la selección española. Cada club es lo que es y representa lo que representa. Y peor la Federación por permitir tal desaguisado, consecuencia de no haber hecho el trabajo en su momento y de su incompetencia y falta de autoridad. Las estructuras del fútbol español están desfasadas y solo sirven a intereses particulares y corporativos.
Los guiñoles del Canal + causaron una indignación lógica en España, entre deportistas y dirigentes. Sin embargo, antes de revolverse contra ellos, deberían inquietarse, primero, sobre cuál es la imagen del deporte español fuera de España y, luego, preguntarse qué es lo que están haciendo para merecerla; nada no es ninguna respuesta. Por suerte, los guiñolistas franceses solo se fijaron en Contador.
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