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“Mi pasión empieza con un llavero del Barça”

Juan Villoro evoca su afición por el fútbol y por el Barça, que arrancó en su infancia con un regalo de su padre

Juan Cruz
TOMAS ONDARRA

Juan Villoro es alto como un jugador de baloncesto y desde que era un crío lleva un llavero del Barça que entonces era casi tan grande como él. Se lo regaló su padre, el filósofo mexicano Luis Villoro, barcelonés de nacimiento. Ese llavero se parece a su afición al Fútbol Club Barcelona: no se ha perdido jamás.

Creció para ser barcelonista. Tiene más mérito esa pertenencia azulgrana porque se ha desarrollado en México, donde nació en 1957 y donde ha vivido siempre, con extensos intermedios en Barcelona y en ciudades alemanas.

Como si narrara, al estilo de su vecino Gabriel García Márquez, el instante en que el abuelo llevó a su personaje más ilustre a ver el hielo, Villoro cuenta cómo su padre lo ungió barcelonista: “El primer regalo que recibí de mi padre fue un llavero del FC Barcelona. Él tuvo que dejar su ciudad a los nueve años. Muchos años después me inculcó en México sus nostalgias por el equipo blaugrana, del que entonces solo nos enterábamos por los recortes impresos en tinta color sepia que nos enviaban los parientes. Ese llavero me produjo una adicción no solo al fútbol, sino también a frotar las llaves para tratar de concentrarme al escribir. Hace poco se me cayó de las manos. Mi hija de 11 años lo tomó y dijo: ‘¡He heredado el negocio de la familia!”.

Es un sentimiento, en Villoro esa es una pasión “que nació con el llavero...”. “Crecí con la mitología de un equipo de héroes que no podíamos ver. Esto agrandaba sus méritos. Cuando solo imaginas a los futbolistas, juegan de maravilla. En 1962, el Barça de Cayetano Re estuvo en México y lo vi jugar por primera vez. La leyenda soñada desmerecía en la realidad, pero seguí apoyando a ese club fantasma. Pocas cosas se comparan con las ilusiones del exilio. Cuando mi padre me contaba la Odisea en la infancia, Ulises no volvía a Ítaca, sino a Barcelona”.

Del archirrival a las distracciones paralelas

¿Cómo ve al rival? “Javier Marías, merengue de corazón tan blanco, escribió un hermoso texto en homenaje al Barcelona. ¿Qué sería del fútbol sin un acérrimo rival? Necesitamos esa tremenda oposición. Para mí, el punto crítico es el siguiente: me parece nefasto que alguien disfrute más con las caídas del archirrival que con los triunfos de su equipo. Es algo tan idiota como odiar más a tu exnovia que querer a tu novia”. El futbolista. “El gran futbolista es una marca registrada. Llama la atención que aún pueda jugar con tantas distracciones paralelas. Los que juegan demasiado bien en la publicidad acaban fallando en la cancha. Nunca olvidaré el día en que vi a Ronaldinho jugando en la PlayStation con el personaje... ¡de Ronaldinho! Esa despersonalización anunciaba que el fútbol verdadero le interesaba cada vez menos”.

Y a Barcelona viajó Villoro, como su Ulises, cuando tenía 12 años. “Mi padre rompió su veto al franquismo y me llevó fugazmente a Barcelona en 1969. Visitamos a Copito de Nieve y vimos un Barça-Madrid que en mi memoria terminó 3-3, con un golazo de Rexach. No he querido comprobar el dato para no estropear un imborrable recuerdo”.

Un gran novelista, un ensayista de primer orden, uno de los narradores periodísticos más sueltos y eficaces del nuevo periodismo. Ha escrito mucho de fútbol, en este periódico también. Su libro Dios es redondo es una biblia para los lectores que quieren leer bien de fútbol. Y, cómo no, tiene en México, también, su equipo, el Necaxa. ¿Una pasión compartida? “El Necaxa”, dice, “es el equipo de mi calle. Todos mis vecinos lo apoyaban. Ahora juega en la Segunda División y ha desaparecido dos veces en la Liga. Ha tenido sus momentos de gloria, pero la pasión por ese club depende más de la fe que de la evidencia. Ahora que el Barça se ha vuelto triunfal, me gusta tener otro club que garantiza una emoción al margen de los resultados”.

Vázquez Montalbán, Galeano, Soriano y Fontanarrosa mostraron que escribir de fútbol puede ser tan divertido y estético como meter un gol de media cancha

En su mitología está aquel sueño del Camp Nou, con su padre, viendo marcar a Rexach. ¿Y es muy de graderío? “He ido a muchos estadios y en emoción ninguno se compara con el de Boca. Las tribunas vibran o laten, como les gusta decir a los hinchas del equipo. Ahí entiendes que el público en verdad es el jugador número 12 e influye en el resultado. El graderío más disciplinado que he visto es el del estadio de Kioto, en Japón. Es una afición casi clínica. Hace poco cumplí un lejano anhelo: ir a San Mamés antes de que destruyan el estadio. Ahí se conserva un aire de otros tiempos. Te sientes en la cancha custodiado por el gran Iribar, ídolo de mi infancia y ángel de la guarda del equipo”.

¿Y en México? “En México el público es más festivo que beligerante. En una ocasión, en el estadio de River, un hincha argentino me preguntó si era verdad que dos mexicanos de clubes opuestos podían sentarse juntos en la grada. Le dije que sí. Pensé que elogiaría nuestro pacifismo, pero contestó en forma inolvidable: ‘¡Pero qué degenerados!”.

Un magistral escritor de fútbol... “Vázquez Montalbán, Galeano, Soriano y Fontanarrosa mostraron que escribir de fútbol puede ser tan divertido y estético como meter un gol de media cancha. Valdano y Menotti transformaron la discusión sobre el fútbol en un triunfo del lenguaje. Santiago Segurola, Ramon Besa, Sergi Pàmies y tantos otros han hecho que leer de fútbol sea más apasionante que ir al estadio”.

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