El amigo Heynckes
El técnico, jubilado en 2009, retomó su carrera por la insistencia de su íntimo Hoeness, presidente del Bayern
Se asomó al balcón de la plaza Marienplatz para celebrar, en 1990, la segunda Bundesliga consecutiva. "¡Y el año que viene, la Copa de Europa!", gritó, entusiasmado, acorde a su ambición sin límites. Eran las palabras de Jupp Heynckes (Mönchengladbach, Alemania; 1945), técnico del Bayern de Múnich. Por detrás, sonreía Uli Hoeness, el entonces director deportivo y ahora presidente del club bávaro. Pero al curso siguiente se torció el asunto, con una presión mediática feroz en contra del técnico, y Hoeness optó por lo sencillo, por despedir al entrenador, su gran amigo. Una decisión de la que se arrepintió mucho tiempo, sobre todo porque los años venideros con Soren Lerby y Erich Ribbeck fueron un fiasco considerable, solo remediado por Beckenbauer, de nuevo con la Bundesliga. Club con tradición por recuperar a sus técnicos, síntoma de que siempre piensa que lo pasado fue mejor (desde 1970, hubo dos etapas para Latteck, Beckenbauer, Trapattoni y Hitzfeld), el Bayern tiene, por tercera ocasión, a Heynckes. Una relación sólida, toda una amistad.
Extremo veloz, con llegada al área rival y gol, Heynckes triunfó en el Mönchengladbach y con Alemania Federal, de 1967 a 1976, aunque siempre a la sombra de Gerd Müller. Allí coincidió con Hoeness, centrocampista ofensivo, que formó en la Mannschaft del 72 al 76; allí forjaron su amistad, coronada por la Eurocopa de Bélgica de 1972 y el Mundial del 74. Pero para Jupp, hijo de herrero y de una propietaria de un ultramarino, lo importante era competir, ganar. Por eso, tras la final de Alemania, cuando se coronó universalmente su equipo frente a la Naranja Mecánica, no fueron pocas las fotos en las que no sonreía. El motivo: no había jugado. O por eso, tras la temporada 1985-86, los compañeros del Borussia le regalaron un póster del equipo, con él en la esquina inferior, con tres copas en las manos. Estaba trucada porque los trofeos estaban recortados y adheridos, símbolo de la ambición del jugador. Como técnico, también consiguió el mayor laurel a nivel de clubes, con la séptima Copa de Europa del Madrid, en 1998. Tras pasar por muchos clubes, no siempre con éxito, y ya retirado del fútbol -impulsado por una enfermedad que padeció su mujer-, recibió otra la llamada de Hoeness, en 2009.
Superviviente de un accidente de avioneta en 1982, donde los otros tres pasajeros murieron, a Uli nunca le costó decir lo que pensaba. "Fue un error contratar a Klinsmann", dijo en su día. "Al observar a los jugadores, daba la impresión de que les acompañaba el miedo", expresó sobre Van Gaal. Tras despedir a los dos, contactó con su viejo amigo, ese que aunque entrenara al Benfica portugués en 2000, cogía el avión para pasar el día de Nochevieja juntos. "Creo que Heynckes tiene suficiente experiencia y que es amigo del presidente, ya tiene más ventajas que yo", replicó Van Gaal ante la prensa. Pero Jupp ya no era Osram -apodo que le pusieron en honor a una marca de bombillas, porque enrojecía a la mínima por sus enfados-, sino un técnico apacible, que por fin se creía sus palabras. "Capello tiene fama de duro, pero creo que el Milan ha tenido problemas con él este año", dijo al despedirse del Madrid. "Cruyff es el mejor entrenador de Europa, pero su reglamento dictatorial puede tener efectos negativos sobre el equipo. Nunca explica por qué sustituye a sus jugadores, está convencido de sí mismo", señaló cuando dirigía al Athletic, de 2001 a 2003.
Para Heynckes el fútbol lo era todo y amedrantaba a sus futbolistas. "Hubo momentos en que quería mandarlo a la luna. Se puso bajo mucha presión y cuando estaba decepcionado con nosotros podía ser cruel y doloroso", señala Ewald Lienen, de la primera etapa de Jupp en el Mönchengladbach. También se las vio con jugadores como Suker o Mijatovic, en el Madrid. Pero eso ha cambiado. "Ahora no hay que meter presión a los jugadores, sino quitársela porque son el centro de atención de todo el mundo", explicó a su regreso, en 2009, en los cinco partidos que dirigió, como parche provisional y favor personal a su amigo Uli, al Bayern, antes de que llegara Van Gaal. Cinco duelos que reavivaron, en cualquier caso, su ambición y pasión, sus ganas por entrenar. Se fue al Leverkusen y tras dos años, Hoeness se hartó del holandés. "Me ha llamado mi buen amigo Uli", reconoció Heynckes, que tras hablar con su mujer Iris, aceptó el cargo, porque nunca tuvo un no para el Bayern.
La nueva historia de Heynckes y el equipo bávaro funciona, de momento, de perillas, con el equipo líder en la Bundesliga -por más que perdiera ante el Dortmund, segundo, este fin de semana-, y a un paso de certificar su clasificación para los octavos de final de la Champions, tras lidiar con rivales como el Manchester City, el Nápoles y el Villarreal, con el que se mide hoy (20.45. GolT). "Con Klinsmann, cada victoria nos costaba 5.00 euros, que es lo que nos hizo pagar por el PowerPoint con el que exponía la táctica a los jugadores. Ahora, nos valen 12,5 euros, que es lo que cuestan los cinco rotuladores de Heynckes", convino Hoeness hace poco. Y amplió: "Ha convertido el fútbol en arte, me encanta el juego del equipo e ir al campo es un placer". Palabras de amigo. Queda por ver, sin embargo, si le reclamará esa deuda contraída, un día de 1990 en el balcón de la plaza de Múnich, cuando dijo que conseguiría la Copa de Europa.
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