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Central contra su voluntad

Rubén, que lloraba de niño cuando lo ponían de defensa, llega a Osasuna tras pasar por siete equipos en 10 años

Para Rubén González (Santiago de Compostela; 1982) existen muy pocos sitios con el embrujo de Conxo, un barrio de Santiago. Allí, a los pies de un antiguo monasterio que se convirtió en el primer centro psiquiátrico de Galicia, aquel muchacho espigado que detestaba jugar de central se forjó como futbolista -en el club del barrio con el mismo nombre- y dio sus primeros pelotazos. "Entramos los tres hermanos a la vez. Empezamos a jugar en la plaza de la iglesia del barrio porque no teníamos ni campo", recuerda el jugador, que ahora aportará su envergadura (1,87) a la zaga de Osasuna; "pero, después, cedieron los terrenos y el club despegó".

Bien lo sabe Xuxo Regueiro, técnico suyo en infantiles y que tuvo que moldear el carácter indomable del chaval. "Marcaba la diferencia por su físico. Jugaba de mediocentro, pero yo le ponía de zaguero", recuerda; "no le gustaba nada. Se enfadaba y se cogía unos arrebatos tremendos. Entonces, pedía la pelota y, como era muy superior al resto de niños, se regateaba a medio equipo y marcaba. Después se iba llorando por la banda. Me lo hizo un par de veces. Era caprichoso, de sangre caliente, pero le tengo mucho aprecio".

Del modesto barrio santiagués dio el salto a las categorías inferiores del Compostela, en el que brilló con luz propia y del que salió escaldado tras acordarse su fichaje por el Real Madrid. "Cuando se enteró, Caneda echó a mi hermano", señala, indignado, Rubén. Fue Vicente Del Bosque, por entonces director de la cantera del club blanco, quien le reclutó para La Fábrica tras descubrirle en un torneo de selecciones territoriales. "Conmigo, siempre se portó de 10", apunta el futbolista, que tras despuntar en el filial logró debutar en el primer equipo. Pero, despedido el salmantino, el portugués Carlos Queiroz le señaló con el dedo tras sustituirle en un duelo en el Pizjuán, cuando el Madrid caía por 3-0 en los 15 primeros minutos. "Hay que aprender de todo. Ese técnico se cruzó en mi camino y la cosa no cuajó. Luego me llegaron las lesiones en los hombros...", evoca el central, que después afrontó una experiencia maravillosa en el Borussia Mönchengladbach alemán. "No jugué mucho, pero fue increíble. Es un fútbol espectacular, hay que aprender mucho de ellos. Cualquier afición es súper caliente", asegura.

En Albacete, su siguiente estación, lastrado por sus clavículas, vivió su etapa "más dura" antes de emprender un fugaz regreso a Valdebebas. Fue en Santander, en el Racing, donde logró jugar regularmente, pero el guion se alteró y su carrera se desvió a Vigo. "Él jugó en el Madrid y yo soy del Atleti, así que manteníamos un pique sano", bromea Pepe Murcia, uno de sus múltiples técnicos en el Celta. Pero, pese a disponer de muchos minutos, la inestabilidad del club gallego le condujo a Mallorca. Allí, "Nunes y Ramis le cerraron el paso", certifica Gonzalo Hurtado, ayudante de Gregorio Manzano. Osasuna, y Pamplona, son su próximo reto. "He tenido suerte de encontrar un destino ambicioso", concluye Rubén. Siempre incombustible, siempre central, por más que no quisiera de niño.

Rubén González (izquierda), durante su etapa en el Racing.
Rubén González (izquierda), durante su etapa en el Racing.EFE

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