Soler recupera la autoestima en Suiza

Cuatro años después de asombrar al mundo como lo hizo en el Tour de 2007 (una gran victoria de etapa en Briançon, un 11º puesto en la general final y el maillot de lunares de rey de la montaña), Juan Mauricio Soler, de 28 años, ha vuelto a levantar los brazos victorioso al final de una gran etapa, ha recuperado la sonrisa. También la autoestima, desaparecida estos cuatro años en que su elevada figura triste, solitaria, silenciosa, no era sino el síntoma de la escasa consideración social que despertaba en el pelotón. Varias caídas le hicieron ganarse la fama de torpe, lo que unido a su carácter introvertido, callado, y a la resignación -mirada al suelo, espaldas caídas—con que recibía insultos, empujones y malos tratos variados por parte de sus colegas, dio como resultado un corredor aislado, rodeado por un vacío de seguridad a su alrededor en medio del pelotón, como si fuera contagioso. Tampoco sus directores antes le ayudaban mucho. Líder de equipos pequeños, que vivían de su nombre, se veía obligado, aun tocado, aun lesionado, a atacar siempre, a intentar ganar siempre que en el recorrido se encontrara con una montaña.

Pero hasta ahora no había ganado. Lo ha hecho en un escenario espectacular, en Crans Montana, meta de la segunda etapa de la muy montañosa Vuelta a Suiza por delante de Cunego y Fränk Schleck, a los que aventajó en una decena de segundos tras dos ataques en el último kilómetro de la subida "Por fin ha atacado con cabeza, calculando, sin ansiedad", dice su director, Eusebio Unzue, quien lo fichó el año pasado para el Caisse d'Épargne y empieza a recoger los frutos finalmente. "Pero no hablemos aún de si puede ganar la Vuelta a Suiza. El Leopard de los hermanos Schleck es un equipo fortísimo, y aunque nosotros sepamos defendernos, va a ser muy duro para todo el equipo".