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Nadal nunca descansa

El español llega en Roma a su sexta final seguida tras apear a Gasquet (7-5; 6-1)

Bajo el inclemente sol de Roma, entre toallas rellenas de hielo y sombrillas, Rafael Nadal llega a su sexta final consecutiva: gana 7-5 y 6-1 al francés Richard Gasquet, se cita en el encuentro decisivo con Novak Djokovic, que venció a Andy Murray, y deja el poso de un tenista irregular, dominado durante amplios tramos de la primera manga, en la que se enfrentó a cuatro bolas de break en contra, y al mismo tiempo capaz de revertir la situación gracias a su convicción, sus piernas y su amplio librillo de recursos. Curiosamente, el saque, quizás su arma menos eficaz del curso, salvó al número uno de vivir una tarde más amarga.

Nadal llegó a su sexta final consecutiva de 2011, pero lo hizo sin la contundencia que caracterizó a sus victorias de 2010. En todo el torneo, el campeón solo ha perdido una manga. Le falta, sin embargo, reencontrar varias de las señas de identidad que hicieron tan temible su juego: el control de los errores no forzados, la fiabilidad de su derecha y una agresividad desaparecida y sustituida por la convicción en que la fuerza de sus golpes acabará por provocar el error de los rivales. Con eso, Nadal, un campeón que impresiona a la mayoría de sus contrincantes desde el vestuario, está en disposición de lograr el título en Roma. Con eso, también, sufrirá mucho para superar a quien sea su oponente en el partido decisivo. Ni Djokovic ni Murray, dos tenistas de una pieza, sienten respeto por su alcurnia.

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Como siempre, el español jugó a la perfección los puntos decisivos. El saque, pleno de potencia y colocación (cuatro aces y 74% de primeros), le permitió construir a su antojo los peloteos en los que Gasquet olfateó la rotura. El número uno estuvo imperial en algunos bolas comprometidas, que resolvió con su derecha. Y demostró que con las semanas de juego ha ganado en piernas y pulmones. Las señales positivas, refrendadas ante un rival que había ganado al suizo Roger Federer en octavos, convivieron con otras de peor signo: la irregularidad marcó el partido del número uno, sufriente en la primera manga, lanzado al comienzo de la segunda.

Gasquet, brillantísimo con su revés, duró lo que tardó Nadal en lograr la primera rotura. Resistió casi una hora bajo el sol, las piernas mordidas por sus dos partidos anteriores, exprimidos hasta las tres mangas, y el cerebro zaherido por los precedentes (8-0 para el español). Una vez por detrás en el marcador, entregó la cuchara. El número uno aceptó el ofrecimiento mientras el número 16 acumulaba errores, faltas de pie en el saque y gestos de desesperanza. Nadal juega mañana la final de Roma. El resultado, sin embargo, trascenderá el valor del título: el próximo domingo arranca Roland Garros, y desde ya se compite pensando en esa batalla.

Nadal celebra la victoria
Nadal celebra la victoriaCLIVE BRUNSKILL (GETTY)

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