El Barça se duerme en los laureles
La Real Sociedad noquea a los azulgrana en una segunda parte en la que bajaron la intensidad
Dos no se pegan si uno no quiere. Y menos si dos no quieren. La Real Sociedad no estaba para peleas cuerpo a cuerpo y al Barcelona la derrota del Madrid le había dejado un cuerpo jotero que decidió disfrutar con el balón a poca velocidad, sobando su bien más preciado, llenándolo de caricias, a veces tan melosas y abundantes que llegaban a acaramelar en exceso el partido. De no ser por los coros del público, el partido habría parecido una película de cine mudo, jugado a cámara lenta, dirigido por Xavi, con Piqué como ayudante de dirección y Messi y Jeffren como artistas invitados, aunque con un guion muy corto que interpretar. Pero el Barça se aburrió de sí mismo y acabó dormido en los laureles, tan dormido que la Real le arrebató el encuentro en un encomiable acto de fe cuando dejó de rezar y pasó a la acción.
Real Sociedad, 2 - Barcelona, 1
2.- Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Demidov, Mikel González, Estrada; Rivas (Zurutuza, min 69), Bergara (Elustondo, min. 88), Aranburu, Xabi Prieto, Griezmann; Tamudo (Diego Ifrán, min. 69).
1.- Barcelona: Pinto; Piqué (Mascherano, min. 62), Milito (Busquet, min. 70), Montoya (Dani Alves, min. 13), Fontás; Thiago Alcántara, Xabi, Keita, Afellay; Messi y Jeffren.
Goles: 0-1, min. 29: Thiago Alcántara. 1-1, min. 71: Diego Ifrán. 2-1, min. 81: Xabi Prieto de penalti.
Árbitro: Teixeira Vitienes (Cantabria). Amonestaciones a Tamudo, Estrada y Mascherano Incidencias: Encuentro disputado en Anoeta ante 30.000 aficionados. Montoya se retiró lesionado y Milito tuvo que ser atendido de una lesión de fractura de clavícula y podría estar un mes de baja.
Guardiola apostó por su tropa juvenil antes de que el Madrid se borrara de la Liga. Thiago, Jeffren, Montoya, Fontàs..., la nueva camada de La Masía que el técnico barcelonista administra con mucho tacto y no menos atrevimiento. La Real hacía del Real, metidita atrás, con cinco centrocampistas y cuatro defensas estáticos, en la sana intención de asfixiar al Barça y confiar su gracia al milagro de una jugada aislada. Pero si algo parece imposible es que el Barça pierda la paciencia. Puede caer en la rutina, pero no en el nerviosismo. La rutina era el pase largo a Keita, que ejercía como un falso delantero centro incorporándose por la espalda de Messi. La otra alternativa era buscar a Afellay, pero el holandés, cambiado de banda, era un extremo rutinario, con una sola jugada que generalmente acababa con el pase atrás. Esa lección la tenía la Real bien aprendida. Y Carlos Martínez se ocupaba más de evitar las entradas de Keita que de quitarle metros a Afellay.
Se enamoró tanto el Barça del balón que durante casi media hora pareció su empalagoso novio, educado y de buena familia. La Real no inquietó su flirteo más que en algunas dudas de Piqué y algunos errores de Milito en el pase que activaron al encorajinado Tamudo. El diálogo del sofá dio sus frutos por dos circunstancias extrañas. Tamudo se equivocó al volcar todo su coraje contra Montoya en una entrada por detrás que le mandó al vestuario. Entró Alves y los problemas crecieron para la Real. Tamudo había metido al enemigo en casa. La segunda situación fue más extraña porque Messi erró en el control de un pase de Xavi. No es habitual, pero hasta de los errores saca petróleo La Pulga porque el balón se fue a los pies de Thiago, que lo elevó suavemente sobre la salida de Bravo. El ballet había sacado provecho de un traspié. Manías del arte.
Lógicamente, la Real fue otra cuando volvió del vestuario. Se acabó el ballet y sonó el rock and roll. Dos pasos adelante, juego más duro, que no violento, y presión a los defensas azulgrana. Se acabaron las cómodas salidas de Piqué y los rondones de Xavi. Y Prieto empezó a ver las caras de los delanteros realistas. Griezmann le exigió un magnífico rechazo a un disparo raso con la derecha. Era otro equipo y, por lo tanto, otro partido, el que soñaba Anoeta, con la garganta en plena forma, vencido el miedo a quedarse mudo por el juego de la primera mitad. Y era otro Barça, demasiado exigido, con poca respuesta y con menos balón. Un Barça dispuesto a soportar el sufrimiento y con pocas ganas de condenar al adversario. La entrada de Mascherano tranquilizó la defensa, vistos los sufrimientos de Piqué. Pero la Real estaba volcada, creía en sí misma, había perdido el miedo a perder y se la jugó a cara o cruz. La victoria del Zaragoza era tan inquietante para la Real como reparadora para el Barça y el botín lo encontró Ifrán entre una nube de futbolistas.
Los laureles tienen eso: que a unos les duermen y a otros les resucitan. Incluso con el empate quiso sufrir el Barça, ya desmelenada la Real, ya sin argumentos los azulgrana, pistojos de tanto mirar al suelo sin encontrar el balón y el sofá. La novia se había marchado. Y se fue definitivamente cuando, por fidelidad al estilo, por mantener su conversación, concedió un penalti absurdo. Pinto se empeñó en no golpear el balón y por tres veces se lo dio a Mascherano hasta que lo perdió y derribó a Griezmann. El estilo también está para romperlo cuando no te llega la camisa al cuello. Milito había marcado antes y su gol fue injustamente anulado. Pero el Barça había entregado la cuchara en el vestuario. Y la Real Sociedad la encontró.
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