El Madrid se reconoce en Europa
El equipo español supera con creces al Lyon y se quita la cruz de los octavos
La Copa de Europa reconoció ayer a su más ilustre ganador, al equipo que más ha contribuido a la mística de este torneo. Tras seis temporadas de exilio prematuro en octavos, el Madrid saltó por fin el muro. Lo hizo con solvencia ante un Lyon con muchos grises, desnaturalizado por sus propios defectos y por la exuberancia ofensiva de este Madrid, tantas veces imparable cuando entra en combustión. Ocurrió ante el que fuera uno de sus verdugos en las últimas temporadas, espantado ante la pujanza de su rival.
La Copa de Europa se había convertido en una tortura para el Madrid. Un club que se había manejado como ninguno en un campeonato que es un motor imparable de emociones, se veía desde hace años desbordado por las mismas. Anoche, no. Volvió el Madrid de cuajo, un equipo que supo gestionar las angustias del pasado y despachó al Lyon con una indiscutible autoridad. Con mucha voluntad y ratos de buen juego.
R. MADRID 3 - O. LYON 0
Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Pepe, Carvalho, Marcelo; Xabi Alonso, Khedira; Di María (Granero, m. 78), Özil, Cristiano (Adebayor, m. 73); y Benzema (Lass, m. 84). No utilizados: Adán; Arbeloa, Albiol y Canales.
Olympique de Lyon: Lloris; Réveillère, Lovren, Cris, Cissokho; Toulalan, Kallström; Briand (Gomis, m. 46), Gourcuff (Pied, m. 68), Delgado (Pjanic, m. 79); y Lisandro. No utilizados: Vercoutre; Diakhaté, Kolodziejczak y Gonalons.
Goles: 1-0. M. 37. Marcelo, tras driblar a Cris y Lovren. 2-0. M. 66. Benzema bate a Lloris entre las piernas tras un pase en largo de Marcelo. 3-0. M. 76. Di María pica el balón salvando la salida de Lloris.
Árbitro: Skomina (Eslovenia). Amonestó a Pepe, Carvalho, Gourcouff y Cissokho.
Unos 80.000 espectadores en el Bernabéu.
Hasta la liquidación definitiva, poco después de la hora de partido, el Madrid trazó un duelo con algunas curvas, pero sin demasiados quebraderos. Incandescente por momentos, y agrietado en otros, el equipo de Mourinho siempre estuvo varios pasos por delante. Lejos de la versión de Santander, recuperó el molde que le distingue, el de un conjunto muy largo en el que los delanteros solo miran al frente y con mucho vértigo. Un equipo de calambres ofensivos que se deshilacha sin la pelota por la escasa aplicación defensiva de su batallón ofensivo. El Lyon no se lo hizo pagar. Ni siquiera estuvo cerca.
Sin Granero y con Khedira, el Madrid no tiene palique con la pelota, Xabi Alonso pierde protagonismo y el ritmo lo determina el turbo de Cristiano, que arriesgó 73 minutos. Era una faena para un gran cartel y CR no es de los que se vencen.
En esa hoja de ruta, pocos disfrutan tanto como Marcelo, graduado definitivamente en la mejor escuela de laterales brasileños, delanteros maquillados, defensas postizos. La producción de Marcelo fue extraordinaria y decisiva. Él provocó el primer asalto a Lloris y él aclaró la trama para el Madrid con un gol estupendo, un compendio de velocidad y clase. El brasileño aceleró con el entusiasmo que le caracteriza por la orilla izquierda, tiró la pared con Cristiano y de frente a la portería, un territorio muchas veces inhóspito para un lateral, anudó a los dos centrales del Lyon. Dejó a rebufo a Cris y sentó a Lovren con un delicioso regate. Un quiebro necesario, porque Marcelo buscaba apuntar a Lloris con su zurda. Diana: un golazo.
El verso de Marcelo certificó la superioridad del Madrid, que, pese a algunas lagunas, siempre expuso más. Jugó mucho mejor, por talento y decisión. Solo Pepe y el marcador fueron objeto de sus desvelos. El central, proclive a los cortocircuitos, se ganó una tarjeta a los ocho minutos. Una amenaza que hubiera hecho medirse a cualquiera. A Pepe, no. Le puede la fiebre, un problemón para el Madrid, al que deja a merced de la misericordia arbitral. La tuvo el esloveno Skomina con sus estacazos a Lisandro. No hay quien corrija a Pepe.
En la portería contraria, Lloris, autor de media docena de grandes paradas, fue el otro culpable de que el Madrid tardara una hora en marchitar al Lyon. Ningún otro jugador del equipo francés tuvo predicamento alguno. Fue un erial en ataque, lastrado además por una defensa de cartón piedra. Nada que ver con el Olympique de cursos precedentes, ni siquiera con el que mantuvo el tipo en la ida en Gerland. Chamartín ya no le fue tan familiar. Tampoco el Madrid es el mismo de otras ediciones.
Tiene mejor plantilla, un amplísimo catálogo de recursos y está capacitado para la demolición. Lo hizo a partir del segundo tanto, un retrato de la defensa francesa. Révellière hizo de correo con Marcelo, que recibió el regalo de la pelota y tejió un pase largo para Özil, siempre panorámico. Lovren, que llegaba con el alemán, se aturulló, Cris se pasó de pista y Benzema se citó en carrera con Lloris. Hipotenso como es, el madridista resolvió el trance con destreza. Con 2-0, todos en el Lyon notaron la sacudida. Bandera blanca y otro examen con nota para Benzema, el gran goleador de 2011.
El Madrid había espantado los fantasmas. Di María cerró la fiesta en otro desgarro defensivo del Lyon y en Chamartín hubo serpentinas. Y señorío, mucho señorío: los jugadores, rivales y ex compañeros, todos por igual, los del Madrid y los del Lyon, dieron ánimos a Abidal. Un gesto de grandeza para un Madrid reconciliado con la Copa de Europa. El horizonte es otro. Ni alcorconazos ni lyonazos. Con el fútbol basta. No necesita pirotecnia fuera del césped. Es por sus merecimientos futbolísticos, por lo que Europa reconoce de nuevo al Madrid. Solo ha superado los octavos, pero se ha quitado una pesadísima cruz.
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