San Mamés no puede con el Barça
El equipo azulgrana pasa por el gol marcado en Bilbao tras dos empates en una eliminatoria vibrante entre dos equipos que apelaron al corazón más que a la cabeza
Hacía calor en Bilbao, bajo una leve llovizna, pero en San Mamés amenazaba el trópico, la calentura de 40.000 gargantas convencidas de que los milagros existen por mucho que la diferencia entre los contendientes no anuncie batallas encarnizadas. Está claro que San Mamés está muy por encima de los integrantes de sus inquilinos. Y por eso impone. Y por eso el Barcelona decidió que lo importante era el balón incluso a costa del ritmo, tener el balón para que no atacase el Athletic, para que el león no se desmelenara con esas actitudes viscerales que acaban desnortando al más pintado.
Cogió el balón, ya fuera Piqué, ya Xavi, ya Busquets, pero la sensación de peligro era proporcionalmente igual a la lentitud de reflejos del equipo azulgrana cuando se asomaba al área. Era como si de pronto San Mamés fuera más largo de lo que figura en las estadísticas y tan estrecho como cuando Messi, Villa y Pedro querían asociarse en un pasillito con la alfombra rota.
ATHLETIC 1 - BARCELONA 1
Athletic: Iraizoz; Iraola, Ustaritz, Ocio, Koikili; Susaeta (David López, m.46), Gurpegui, Javi Martínez, Gabilondo (Muniain, m.79); Toquero (De Marcos, m.67) y Llorente.
Barcelona: Pinto; Alves, Piqué, Abidal, Adriano (Iniesta, m.61); Busquets, Xavi (Puyol, m.77), Keita; Messi, Villa (Afelllay, m.90) y Pedro.
Goles: 0-1, m.74: Abidal. 1-1, m.85: Llorente.
Árbitro: Muñiz Fernández (Colegio Asturiano). Mostró tarjeta amarilla a los locales Gurpegui, Toquero, Ustaritz, y a los visitantes Busquets, Pinto.
40.000 espectadores en San Mamés.
El Athletic sufría sin balón, corriendo de aquí para allí, pero no le importaba. Había salido mentalizado para eso, en busca de una oportunidad milagrosa, que tuvo Susaeta, y confiando en que el Barça no tradujera su dominio en oportunidades de gol. De hecho, solo hizo una clara en un remate a bocajarro de Villa y otra que invalidó el auxiliar por fuera de juego inexistente de Pedro. Poco balance para un equipo estadística y posesivamente tan superior ante un rival que había aceptado el castigo como su discurso del método.
Suele repetir Caparrós que el Athletic se basa en la aplicación defensiva porque ocasiones de gol va a tener siempre juegue contra quien juegue y donde juegue. Guardiola y Caparrós habían dejado buenos gramos de ingenio en el banquillo. Los azulgrana prescindieron de Iniesta, quizás por el turno de rotaciones, quizás por aplicar músculo en el centro del campo con Keita; los rojiblancos dejaron descansando a Muniain, el futbolista más creativo de la plantilla, apelando a jugadores de una sola característica.
Sin mezcla, el rondo se hace soso. Y el Barça, en la primera mitad, resultaba tan pulcro como lacio. Un equipo con más toque que chispa, lo que tranquilizaba a un Athletic que tenía a toda la tropa dispuesta al destajo, pensando que el empate le daba minuto a minuto una oportunidad de supervivencia, un argumento para el convencimiento.
Caparrós se quedó con cuarto y mitad de lo que hizo en el Camp Nou sin dar rienda suelta a lo que la grada exigía con sus cánticos, con su termómetro roto por el calor. Mucha gente en defensa y mucho músculo en el centro del campo. Algo así como echar al invitado persistente hasta el hall de La Catedral sin invitarle a ver la cocina. Ni Xavi, ni sus tres mosqueteros adelantados, encontraban asociados para mantener activo el despacho. Mala noticia para el Barça, que encontraba poco y mal a Messi, enredado entre camisetas rojiblancas y más confuso que iluminado.
El empate jugaba contra el Athletic y contra el Barça, más exigido que el equipo presuntamente menor. Caparrós no cambió. Si acaso el corazón fue imponiéndose en el Athletic, tras el descanso, metiendo una velocidad más, abriendo sus bandas en busca de ese centro que siempre tiene el punto de mira en Llorente, mientras Javi Martínez y Gurpegui seguían acumulando litros de sudor en su intento de taponar el centro del campo y alargar tanto al Barça que sus ataques resultasen tan largos, tan deslavazados, que los hicieran menos peligrosos.
Cuesta creer que un equipo tan cerebral, el Barça, y uno tan visceral, el Athletic, tuvieran una producción ofensiva tan escasa. Lo intentaba Pedro, ante la atonía de Messi, asumiendo ese papel que le viene correspondiendo, y lo hilvanaba Iniesta por detrás de su aluvión de delanteros. Empezó a parecerse el Barça a sí mismo en la última media hora, cuando el Athletic se sintió un hijo del agobio. Con San Mamés concedido al equipo de Guardiola, el Barça se reinventó en la paciencia de Iniesta y las diagonales de Pedro para ir moviendo la sopa en busca de un gol que parecía a todas luces definitivo.
Y lo encontró un defensa, Abidal, todo un síntoma, que desnudo a la defensa rojiblanca demasiado empeñada en defender por el centro con una nube de futbolistas. Fue su primer gol oficial con el Barcelona en cuatro temporadas. Quizás el Athletic había entregado demasiado convencimiento a aguantar al Barça y poco a superarle. Quizás soñaba con una mala noche del Barça, que pinta tuvo en muchos momentos, y desatendió sus posibilidades por escasas que fueran. Le llegó tarde con el gol de Llorente, que devolvió San Mamés a la caldera, al final apoteósico, al embrujo de la Copa, al territorio de lo inesperado. Y pasó el Barça aunque nadie ganó a nadie. Lo decidió el reglamento.
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