Laurent Fignon, un ciclista, una persona, un rebelde
El ex ciclista de 50 años, vencedor del Tour de Francia en 1983 y 1984, muere de un cáncer de páncreas
En el último Tour, su voz, la voz de un hombre que agoniza, se empeñaba aún en llevar la contraria a su espíritu, indómito, rebelde, vivo, vivísimo, como siempre. Trabajaba de comentarista para France 2 y aunque el final de sus frases se perdía en un ahogo no cesaba de exigir, de recordar, de iluminar la carrera, de pedirle a Contador, un campeón al que amaba como amaba a todos los campeones, pero más aún, porque le amaba porque era un atacante como él, que estuviera a la altura de su amor, por lo menos. "Maldigo mi enfermedad. Es mi cuerpo contra mí y no puedo aceptarlo", decía en una de sus últimas entrevistas televisadas, en noviembre de 2009, pocos meses después de que supiera que padecía un cáncer de páncreas voraz e incurable. Este mediodía, en París, donde había nacido hace 50 años, se vio obligado a aceptar que el cuerpo, finalmente, tenía razón. Fue la primera vez que Laurent Fignon se doblegaba ante algo con lo que no estaba de acuerdo. "Valérie Fignon, su esposa, anuncia con dolor la muerte de Laurent hoy martes 31 de agosto a las 12.30 en el hospital Pitié-Salpêtrière", comunicó el centro hospitalario parisiense.
Fignon era unas gafitas redondas de profesor, una coleta rubia, una personalidad rompedora, única, un ciclista que irrumpió, surgido de la nada, en 1983, en los tiempos en los que nunca se era demasiado joven para ganar. Tenía 22 años y, debutante, como Anquetil 26 años antes, como Hinault, seis años antes, ganó el Tour. Corría en el equipo de Hinault, a quien el orgullo y la soberbia llevaron a ganar la Vuelta aun a costa de una lesión que le privó del Tour. Fue un año especial, un año de revelaciones, el año en que resucitó el ciclismo español en el Tour, en el que Perico, otro debutante, se convirtió en el loco del Peyresourde, en el que Arroyo, también de la mano de Echávarri, acabó segundo. El año siguiente Fignon volvió a ganar el Tour un mes después de que en Italia le robaran el Giro en beneficio de Moser. "No solo escamotearon las montañas, también hicieron trampas para que yo no ganara, y eso no lo acepto, nunca lo aceptaré", dijo Fignon en la misma entrevista. "En la contrarreloj de Verona, en la que iba con la maglia rosa, hasta me pusieron el helicóptero delante para molestarme".
Era un corredor atacante, muy fuerte, capaz de andar rápido en todos los terrenos, ni escalador nato ni contrarrelojista puro, como los pedía la época en la que el dopaje de base, que él admitió haber usado, eran las anfetaminas y los corticoides, que encendían la agresividad, no la EPO, que aumenta la resistencia. Era inteligente, un ciclista de carácter. "A veces de mal carácter", recordaba Jean Marie Leblanc, ex director del Tour, una de las múltiples voces que en Francia han reaccionado con tristeza a la muerte de su campeón.
Junto a Cyrille Guimard, un director tan ambicioso como él, tan revolucionario e inconformista, logró una simbiosis perfecta que llevó a ambos a crear una sociedad de gestión, a transformar espectacularmente la forma en que se llevaban los equipos ciclistas. A pesar del triunfo en el Giro del 89, deportivamente, el matrimonio quedó marcado para siempre con la derrota en el Tour del mismo año, por los ocho segundos con los que LeMond le hundió en la última contrarreloj. El divorcio con Guimard fue doloroso e inevitable.
Diez años después de su irrupción Fignon se despidió del ciclismo profesional. Su adiós, como su llegada, también estuvo cargado de simbolismo. Fue en la ascensión de la Bonette-Restefonds, el techo del Tour, 2.802 metros. Por delante, desde el Izoard, Indurain y Rominger, la nueva era, aceleran buscando la victoria del Tour -fue el tercero de Indurain, como se sabe-, por detrás de todos, el último voluntariamente, Fignon, las manos sobre las manetas, tranquilo, a su ritmo. "Subí como un cicloturista", dijo. "Miré el paisaje, disfruté de la ascensión, disfruté del ciclismo. Todo era armonía a mi alrededor. El ciclismo podría seguir sin mí. La vida continuaría conmigo". Fue su último col, el más alto.
En 2009, cuando anunció que tenía cáncer, cuando dijo que no pensaba que el dopaje tuviera nada que ver con el tumor, Fignon escribió un libro, Cuando éramos jóvenes y despreocupados, una autobiografía cuyas últimas líneas podrían ser, perfectamente, su epitafio. "He sido solo un hombre que ha hecho todo lo posible por abrirse un camino hacia la dignidad y la emancipación. Ser un hombre".
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