La marca de los campeones
Con solo cuatro bolas de break, Nadal gana a Murray y se clasifica para la final de Wimbledon
Rafael Nadal jugará su cuarta final de Wimbledon en sus últimas cuatro participaciones tras vencer 6-4, 7-6 y 6-4 al británico Andy Murray. En un partido para corazones fuertes, disparadas las emociones en la pista y el graderío, el español impuso su sello: identificó uno detrás de otro los pocos puntos sueltos que inclinaban el encuentro, tan desperdigados, tan escondidos en el barullo del juego, que Murray ni siquiera los olisqueó. El español está en la final de Wimbledon tras ganar sin ceder una manga en las semifinales pese a que solo dispuso de cuatro bolas de break. Aprovechó dos y con ellas se llevó el partido. La marca de los campeones.
"Es una victoria increíble contra uno de los oponentes más duros en el mundo", resumió Nadal, que jugará el partido decisivo contra el checo Tomas Berdych, al que ya derrotó en Londres en los cuartos de 2007. "Para ganar a Andy hay que jugar muy bien. Es muy bueno y muy pronto va a ganar un torneo grande...Haber ganado los torneos de tierra me ha dado confianza, más calma en los puntos importantes. Lo hace todo diferente".
Bien hubiera hecho el británico en hacer caso al refranero: no se puede jugar al gato y al ratón cuando uno es el ratón. No se puede pretender ganar un partido a cinco sets agazapado en la línea de fondo cuando enfrente está el maestro de ese arte. Y no se puede intentar derribar al número uno del mundo fotocopiando su juego, porque entonces se impone el peso de la clasificación, pura estadística, pura lógica, y ocurre que el número uno le gana al cuatro.
La grada nunca entró en ese debate. El público nunca se dio por enterado. La gente abarrotó la pista y animó con exquisito gusto al héroe local, silenciosa en la mayoría de los puntos, brutalmente ruidosa, una ola sacudiendo el estadio, al final de cada intercambio. "C'mmon Andy!", gritaban. "C'mmon Andy, focus! (céntrate)", repetían. Y, al ritmo de esos acordes, al son de esas poderosas voces, miles de espectadores hermanados con un único objetivo, Murray que se iba al asalto. Murray que acumulaba aces en juegos intrascendentes y segundos saques en los que de verdad importaban. Y Murray que hacía muecas y se pegaba puñetazos en una pierna; que gritaba de disgusto; que miraba al otro lado de la red y más que un gato veía un tigre. Rafael Nadal camino de la final de Wimbledon.
Hace tres meses, el español era un tenista en cuestión. No ganaba un título desde hace 11. Acumulaba una abultada racha de derrotas contra los otros ocho mejores tenistas del mundo. Había llegado a caer hasta el número tres. Y parecía tener dificultades en la gestión de los momentos importantes, de esas pelotas que deciden los partidos.
Hoy eso ha cambiado. Hoy eso no es así. Hoy Nadal, gane o pierda, cotiza al alza en todos los grandes, camina con seguridad y avanza sabiendo claramente cuáles son sus objetivos. Hoy Wimbledon. Mañana, el Abierto de Estados Unidos.
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