El Atlético regresa al paraíso
Extraordinario partido del equipo rojiblanco, que golea al Schalke y vuelve a la Champions' 12 años después
Con Maradona bailando en el palco, y sus jugadores sobre el césped, el Atlético se dio ayer un homenaje y puso fin a una de las épocas más oscuras de su historia. Porque el Atlético es, 12 años después, equipo de Liga de Campeones. El torneo de clubes con más pedigrí del mundo vuelve a recibir a un club que lleva tiempo penando, maldiciendo su suerte con la venda en los ojos, incapaz de dar con la cirugía que acabara con sus complejos. Ya lo ha conseguido. Con Javier Aguirre al frente, el equipo salió del coma en el que lleva un eternidad y lo hizo apelando al buen fútbol en una actuación maravillosa.
Todo lo hizo desde el buen gusto el Atlético. Le dio por el toque, una virtud que se le desconocía, y ello le permitió asumir desde el inicio el mando del partido. Parte de culpa la tuvo Maniche, recuperado para la causa por Aguirre. Con el centro del campo en época de barbecho, por falta de gente y, sobre todo, por una enorme falta de imaginación, el técnico consideró que en la balanza debía pesar más la calidad del portugués que su insolencia, ésa que le llevó a encararse con su jefe. Y Maniche respondió mientras le duraron las fuerzas. Su sola presencia provocó que el Schalke se viera obligado a apuntalar la retaguardia y a preocuparse de alguien más que de Agüero y Forlán. Lo primero que hizo Maniche fue recibir el balón y mandar un pase de 40 metros a Simao, al pie, algo que hacía tiempo no veía este estadio.
Cambiaron muchas cosas ayer en el Atlético. Para empezar, optó por la paciencia, superando el panico que le provocan partidos de esta etiqueta cuando los disputa ante su público. Su calma mantuvo en vilo al público, quizá por aquello de que estos choques suelen encararse con el cuchillo en los dientes. Pero el Atlético prefirió el sosiego, sabiendo que así acabaría encontrando la vía para abrir la defensa de un equipo, el alemán, cuyo único ideario era esperar bien tapadito atrás.
Y la vía la encontró, sorpresa, Perea. El colombiano se atrevió a progresar por la banda derecha y centrar desde la línea de fondo. Forlán recibió el regalo y lanzó con todo en un disparo que era gol o gol. Dentro iba cuando bajo los palos apareció Bordon, que despejó. Pero el rechace volvió a pies de Perea, que centró de nuevo, al área pequeña, donde Agüero elevó su 1,73 de estatura para cabecear a gol.
Parecía el momento de que el Atlético se lanzara a rematar a un rival que estaba muy tocado. Pero los de Aguirre no cambiaron su apuesta por el toque y la pausa. Los pocos intentos del Schalke por llegar arriba morían al borde del área, a pies de los centrales. Porque, puestos a buscar buenas noticias, pues resulta que el Atlético tiene por fin centrales. Partiendo de la colocación de Heitinga y la contundencia de Ujfalusi el equipo se sintió crecer. Simao envió el balón al palo en los mejores minutos del equipo.
Sólo se echaba de menos una mayor presencia de Forlán, bien sujetado por la defensa alemana. Hasta que dejaron de sujetarlo. Robó un balón Agüero, avanzó y se lo envió a Forlán, que se escoró a la izquierda, perseguido por un par de locomotoras alemanas, levantó la cabeza, dio un paso más que sus adversarios y se inventó un zurdazo cruzado, raso, espectacular.
Con el golazo de Forlán a cuestas, al Schalke no le quedaba otra que echarse al ataque. Pasó a dominar y creó un par de ocasiones que provocaron alaridos en el Calderón. Sobre todo aquel balón que llegó al área y que acudieron a rematar Ernst y Altintop, solos, al borde del área pequeña. Con Leo Franco vencido, ninguno de los dos acertó con la pelota. Ya con Rafinha en el escenario, el Schalke siguió apretando y Westermann lanzó durísimo para que Leo se luciera. Fueron los únicos momentos de duda en un Atlético que casi todo lo hizo bien. Y que se sintió capaz de matar el partido al contragolpe. Eso hizo. Agüero se sobrepuso al agotamiento y se plantó ante el portero alemán, que sacó su primer disparo. Pero el rechace volvió al Kun, que se la dejó a Luis García para que éste empujara. El delirio se apoderó de la grada y acabó en locura cuando Maxi transformó el penalti cometido sobre Simao, colofón a una noche inolvidable, que acabó con los jugadores bailando, y bailando al Schalke, la más bella noche del Atlético en este siglo.
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