Orgullo de campeón
Una genialidad de Ronaldinho en un comienzo arrollador lleva al Barcelona a octavos
El Barcelona alejó sus fantasmas y pesadillas y se aseguró el pase a la siguiente ronda con un primer tiempo vertiginoso, jugado a un ritmo altísimo, al que fue incapaz de adaptarse el Werder Bremen, que reaccionó en la segunda parte, cuando se hizo con el control del balón y dominó hasta crear cierto agobio en las gradas. Los alemanes amenazaron, pero no encontraron el camino del gol. El Barça terminó administrando fuerzas y pareciéndose más al conjunto de esta temporada que al de la pasada.
El técnico del Barcelona, Frank Rijkaard, lo advirtió en la previa. Dejó claro que iban a salir a comerse a los alemanes de inicio y su equipo respondió a la petición del holandés. El Barça sacó su orgullo de campeón y ofreció un comienzo arrollador, en el que pasó por encima de un Werder desarbolado por el empuje azulgrana. Recordó a ese conjunto tan vistoso como efectivo de la temporada pasada, cuando pasaba sin piedad por encima de sus rivales, dejando un reguero de buen fútbol y diversión.
El Barcelona comenzó a imponerse con fútbol, pero también por carácter, como el que demostró Motta, al que Rijkaard encomendó la misión de sostener el centro del campo como escudero de Deco e Iniesta. De inicio ya dejó claras sus intenciones y arañó con sus botas las piernas de más de un rival, que quedaron advertidos de que no sería sencillo superar al italobrasileño. Motta recuerda en ocasiones a esos violentos centrales de décadas pasadas, que se movían sobre el césped con una única idea en la cabeza: podía pasar el balón, pero no el jugador. Motta acostumbra a comportarse así, no sabe medir los tiempos y esa actitud es el principal obstáculo para llegar a ser un gran futbolista.
Los jugadores del Werder Bremen se vieron exigidos al máximo, pero ninguno más que el portero Wiese, que alardeó de reflejos, pero que nada pudo hacer cuando Ronaldinho sacó todo su genio y se vio tan sorprendido como sus compañeros. Falta al borde del área, la barrera salta para defender un presunto tiro alto del brasileño y éste aprovechó para disparar raso y superar con astucia el muro humano y a Wiese. Fue un golazo de genio, de pillo, de futbolista nacido en esos partidos jugados en la calle con los amigos y en los que el más listo siempre gana.
El reloj había avanzado poco más de diez minutos, pero los que estaban en el estadio ya se habían dado cuenta de que Ronaldinho tenía ganas de jugar. Y cuando el diez quiere jugar, el Barcelona acostumbra a ganar. Con el Camp Nou comentando aún la genialidad de Ronaldinho, éste volvió a inventar para empezar a crear el segundo tanto. Dio un magnífico pase en diagonal a Giuly, que ganó la espalda a Wome y cedió a Gudjohnsen, que marcó sin problemas. Una acción de manual, para aprender cómo se rompe una defensa con una triangulación.
Pero en una intensa primera parte aún hubo tiempo de ver más. Pasada la media hora el Barcelona ofreció a su público una acción de dibujos animados. Deco recogió el balón en su campo y lanzó una carrera que le permitió dejar atrás a medio Werder Bremen en el contragolpe. Combinó con Giuly y la pelota cayó en los pies de Gudjohnsen, que se vistió de crack, regateó a cuantos rivales le salieron al paso y, cuando ya sólo tenía que marcar, estrelló su disparo en el poste. El rechace lo recogió Giuly, que, con el público del Camp Nou levantado para celebrar el segundo, fue incapaz de marcar a puerta vacía.
Iniesta y Deco dirigían la orquesta con inteligencia y Ronaldinho, Giuly y Gujohnsen se movían y entendían en ataque como no lo habían hecho hasta ahora. Con los dos goles, afición y jugadores azulgrana liberaron la tensión acumulada y se creyeron con todo el trabajo hecho, pero ahí comenzaron a complicarse la existencia. El Barcelona perdió el balón y con ello el control del choque.
El Werder pasó a dominar y encerró en su campo al Barcelona, que todo lo bien que lo había hecho en los primeros 45 minutos lo hizo mal en los segundos. Sufrió una transformación incomprensible, se vio superado en el centro del campo y Víctor Valdés alcanzó un protagonista que no había tenido hasta entonces. Diego, el mejor socio de Robinho en el Santos, mostró algunos detalles de su inmensa clase, Jensen, Frings y Borowski ganaron presencia en el centro del campo, Klose dejó de ser una estatua y empezó a ver de cerca a Valdés, el central Naldo levantó una muralla imposible de superar y Wiese respiró aliviado por todo ello. Hasta Wome pareció por momentos un futbolista.
Pero como quedó apuntado antes, todo esto vino motivado por una sola circunstancia, la pérdida de balón por parte del Barça. Iniesta y Deco no aparecieron como antes, porque sufren sin la pelota, y Motta fue incapaz de continuar con su trabajo. Perdió el sitio y las patadas no le sirvieron ahora para hacerse respetar. Rijkaard no tuvo más remedio que sustituirle por Thuram, que se situó en el centro del zaga y empujó a Márquez hasta el centro del campo.
En esta etapa tenebrosa lo mejor que se puede decir del Barcelona es que su defensa estuvo a la altura, no se desestabilizó y aguantó las embestidas del Werder, al que le faltó calidad y picardía arriba para haber hecho algo más que asustar. Lo más peligroso que hizo el conjunto de Bremen, además de un tiro de Borowski nada más reanudarse el partido, fue un centro desde la derecha que acabó en el larguero. Amagó muchas veces, pero sin llegar a golpear de verdad. Como el Barça, que pudo alcanzar la tranquilidad definitiva si Gudjohnsen y Giuly hubieran acertado a superar a Wiese en dos mano a mano.
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