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BALONCESTO | Copa del Rey

El Tau Vitoria, campeón, al ganar al Barcelona por 85-83

La canasta a diez segundos de final de Bennett le ha dado el título al equipo vasco

El Tau Cerámica se ha proclamado hoy campeón de la Copa del Rey 2002 después de ganar en un emocionante encuentro al FC Barcelona en la final por 85-83 con una canasta de Bennett en los últimos segundos del partido.

Elmer Bennett, uno de esos estadounidenses enamorado de la hamburguesa y las palomitas, peculiar en todo y capaz de tumbar al mismísimo Maccabi Tel Aviv en el último segundo, ha organizado la marimorena en Vitoria y en el Tau con otra canasta mágica que, después de dieciocho años, ha vuelto a proclamar campeón de Copa al anfitrión del torneo justo cuando ya volaba hacia las vitrinas del Barcelona.

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Vitoria llevaba dos años esperando a su equipo en la final de la Copa. Flotaba una euforia contagiosa en toda la ciudad y, por supuesto, en el Buesa Arena, atestado de aficionados mucho tiempo antes de que los jugadores saltaran al campo para calentar. Había demasiadas ganas por celebrar el título, pero primero era preciso ganarlo.

La excelente imagen ofrecida por el Tau en cuartos y en semifinales; el contundente triunfo liguero cosechado una semana antes frente al mismo adversario y en el mismo escenario (96-82); y el fulgurante inicio local, un 8-2 cuando muchos espectadores todavía pedían refrescos en los bares, ha encendido la celebración esperada por una grada ávida de fiesta.

Los únicos sesudos ajenos a la algarabía en el Buesa Arena vestían de corto o se ganan la vida como técnicos, porque tanto los jugadores como los entrenadores tenían claro que la final iba a someterles a todo tipo de pruebas antes de adjudicar el título. Pero claro, mientras Chris Corchiani y el yugoslavo Dejan Tomasevic dibujaban el mate que hacía el 14-6 la mente de los animosos hinchas alaveses sólo pensaba en ver a su capitán con la Copa a cuestas.

Sin embargo, un par de minutos han bastado para que el Barca entrase en el partido, forzase el primer tiempo muerto del Tau y aplacase la fiesta. Ivanovic y Aíto eran, de largo, los menos sorprendidos.

Ellos estaban allí para intentar ganar. Ni siquiera hubieran osado reparar en festejos. Llevaban la pizarra plagada de medidas y contramedidas para decantar el pulso de su lado.

El caso es que el ítalo-argentino Fabrizio Oberto ha empezado muy entonado y eso ha dado fuerzas a los suyos hasta que la evidente superioridad colectiva de los azulgranas ha terminado por acallar a todo el pabellón con un parcial de 10-22 (24-28 m.18). El Tau tenía en ese momento dos o tres candidatos al MVP, pero el Barcelona apuntaba al título.

Cada uno de los jugadores barcelonistas sobre la pista había aportado algo en pos del bien común. A los alaveses les perdía las inconsistencias como bloque. Ahora bien, jugaban en casa y cuando el lituano Sarunas Jasikevicius ha levantado el puño al aire para celebrar el triple del 34-41 han entendido que, o empezaban a pelear por la final o se conformaban con aplaudir al campeón.

Un esfuerzo desesperado y la imprescindible dosis de acierto requerida en estas situaciones han sacado al Tau del pozo en un tercer cuarto donde le iba la gloria o la miseria, aunque aún le ha hecho falta un poco más para volver a soñar (60-61 m.31) y subsanar su gran error de la tarde (60-61 m.31): permitir que el Barcelona entrase en el choque con todas las de la ley en vez de acogotarle apoyado en la ventaja del arranque.

El Barcelona forma parte de la alta sociedad del baloncesto, ese coto restringido a los equipos que saben dar la cara en los momentos de la verdad, que ya han acuñado un prestigio y no necesitan teñirse la sangre de azul. También es cierto que el Tau lleva lo suyo llamando a la puerta del club. Desea un sillón junto a la chimenea y lo ha buscado sin descanso.

El Tau ha levantado al público de sus asientos con un triple que abría las puertas del cielo a falta de tres minutos (76-77) y la final ha adquirido un aspecto fantástico. Grande contra grande. Imperio contra imperio. Sublime y, además, 83-83 a un minuto vista de la bocina.

Y allí ha estado Bennett para ver pasar el cadáver del Barcelona tras dos fallos, el primero de un Jasikevicius que ha estado sensacional toda la tarde y el segundo de Alain Digbeu, los últimos zarpazos lanzados por el equipo de Aíto en los quince segundos que Benito, como le llaman los aficionados baskonistas, les ha concedido antes de subir los puños al cielo de Vitoria y romper el gafe de los anfitriones.

EFE

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