Un pueblo que busca elevarse por encima de su propia plaza
Chinchón, con los 234 balcones de madera de su plaza Mayor, y el cercano Colmenar de Oreja, donde se ubica el museo de Ulpiano Checa, se apoyan en el parador, un convento del siglo XVII, para demostrar que no basta con ir a pasar el día para conocer los ajos finos, la historia y la arquitectura de la cuenca del Tajo-Jarama
Lo bueno de visitar Chinchón (Madrid) es que se descubre Colmenar de Oreja.
Tiene una explicación: Chinchón, a 50 kilómetros al sureste de Madrid, es muy conocido en la región y en los alrededores, uno de esos pueblos bonitos a los que ir a pasar el día o un fin de semana. Cuenta con una irregular plaza del siglo XV soportalada y cerrada por 234 balcones donde ir a comer una paletilla de cordero o un cochinillo; la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción alberga un cuadro de Goya, el de una virgen más cercana a la calle que al cielo, con trazos de una mujer del pueblo; Chinchón, ubicado en la comarca de Las Vegas, da nombre a un licor anisado, por lo que su marca se extiende por toda España; y en el mismito centro se ubica un convento agustino del XVII que, tras ser convertido en parador en 1982 –mantiene la estructura original, con una huerta y un jardín–, ha contribuido a atraer visitantes y a que este municipio de la cuenca del Tajo-Jarama esté más preparado para el turismo.
Colmenar de Oreja, a cinco kilómetros de Chinchón, es un gran desconocido, pero al mismo tiempo justifica hacer noche en la zona. Este pueblo fértil cuenta con el museo de Ulpiano Checa, dedicado a un pintor olvidado de finales del siglo XIX que gozó de gran éxito en su época, que estudió en Roma, expuso en París y vendió cuadros en Buenos Aires; un artista que nació en Colmenar, donde también se erige una plaza porticada castellana construida sobre un barranco por donde bajaba un arroyo. Un pueblo con muy buena caliza, de cuyas canteras salió piedra blanca para levantar el Teatro Real de Madrid o el museo del Prado... La primera defensora de Colmenar es la propia directora del parador, Nieves Montisi, consciente de que Chinchón se vende solo: “Todos los clientes que van a Colmenar nos dan las gracias”, concluye.
Dentro del parador
El parador mismo se nutre de Colmenar. Sus estancias se construyeron con la mencionada piedra caliza de sus canteras. El suelo, formado por restos de tinajas, luce y recuerda que la comarca de Las Vegas es zona de vinos –antes cantidad, ahora más calidad– y que se almacenaban en estos recipientes de barro y no de madera. Montisi, que lleva 10 años como directora, no para de ensalzar la restauración del parador que llevó a cabo Juan Palazuelo, la valía que le otorgó al espacio exterior: “Tiene más esencia de huerta que de jardín. Si fuera un jardín ornamental no tendría tantos frutales. Es una huerta productiva”, añade esta salmantina. A pesar de encontrarse a 50 metros del trajín de la plaza Mayor de Chinchón, basta con acceder al hotel para sentirse en mitad del campo. Da para pasear, o para contemplar.
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El paseo de la fama madrileño
El director de cine texano Wes Anderson se hospedó con todo el equipo de rodaje durante tres meses en la primavera de 2021 para grabar Asteroid City (2023). “Vino por el parador, no por el pueblo”, se enorgullece Montisi. “Contempló sitios en Italia, Rumanía y Grecia, pero eligió el parador”. El cineasta hizo que todo el reparto conviviera, que cenasen juntos en una misma mesa alargada, una cena que no comenzaba hasta que él no se sentaba. “Decía cómo tenía que estar orientada la mesa, dónde situar las patas. Le habría encantado ser director de hotel”, cuenta Montisi con retranca, encantada de mostrar a quien pregunte en qué habitaciones se alojaban el propio director o Scarlett Johansson o Bryan Cranston.
Todos pudieron pasear por la plaza del pueblo, la que le da fama y la que puede distraer al de fuera, porque hay mucho más, pero hay que preguntar a Ana Frutos, técnica de Turismo en el Ayuntamiento, o a una de sus compañeras, con quien organiza visitas guiadas. La primera parada es en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, “tan grande para un pueblo de 5.000 habitantes que hay quien la llama catedral”, afirma Frutos echando vaho por la boca. El altar mayor está decorado con un lienzo de Francisco de Goya, La asunción de la virgen, de 311 x 240 centímetros, una mujer extasiada, una rostro conocido del artista, adorada por ángeles con cara de vecinos del pueblo muertos en la guerra de Independencia, época en la que vivió el artista. Mística mundana.
Contiguo a la iglesia se ubica el teatro Lope de Vega, que a punto estuvo de cambiar su nombre por el del actor José Sacristán, nacido en Chinchón, pero que este mismo se negó por humildad –quién era él para borrar a uno de los dramaturgos más importantes del Siglo de Oro, recuerda Frutos–. Hay mucha afición al teatro en el pueblo. La fomentó la Sociedad de Cosecheros, a la que pertenecían los vecinos que producían vino, vinagre y aguardiente en el siglo XIX. La sociedad, próspera, costeó el alumbrado público, convirtió la plaza Mayor en un coso taurino (hasta Cantinflas se lanzó al ruedo en 1956, en la película La vuelta al mundo en 80 días, en este pueblo convertido en plató tantas veces), subvencionó el ferrocarril y construyó dicho teatro en 1891, que cuenta con un telón diseñado por Luis Muriel, una alegoría de Chinchón. Hasta los años setenta del siglo pasado, este era un pueblo agrícola. Hoy es un destino turístico, adonde se desplazan visitantes para disfrutar lo que se creó con la plusvalía del campo.
Todo sobre el ajo fino
Sigue pesando el campo y mucho, zona fértil como es la comarca de Las Vegas, que entrega verduras de primera para elaborar el cocido de taba que sirven en el parador, y ajos de la variedad fino, como los que vende Piedad Muñoz en una tiendecita del pueblo. Es un suvenir que dura mucho fuera de la nevera, alejado de la luz. “Tres dientes equivalen a media cabeza de otras variedades más grandes”, asegura. Es más fuerte, tiene más sabor y es de su tierra. A 9 euros el manojo enrollado con una cinta con los colores de España para que no quepa ninguna duda. Con este producto de máxima cercanía elaboran en el parador la sopa de ajo, un plato antiguo que el jefe de cocina, Carlos Ramos, convierte en una crema fina con un huevo en balneario (escalfado y sumergido) y una lámina de jamón crujiente.
PARADORES RECOMIENDA
Me gusta montar en bici por las vegas altas y bajas, en las proximidades de Chinchón, es como subir y bajar toboganes. Se transita por caminos donde apenas hay coches. Suman unos 20 o 30 kilómetros, es un recorrido apto para cualquier época del año.
Carlos Ramos
Jefe de Cocina 6 años en Paradores
A 37 kilómetros de Chinchón está Nuevo Baztán, un pueblo creado en el siglo XVIII por Juan de Goyeneche, un noble del valle del Baztán (Navarra). De la construcción de las fábricas y de las casas de los artesanos se encargó José Benito de Churriguera.
Irene Mingo
Recepcionista 9 años en Paradores
Solo nos separan cinco kilómetros de Colmenar de Oreja, pero hay quien no visita este pueblo que tiene tanto que ver. El que vaya debe probar la carne al desarreglo, con vino y tomate, y las patatas chulas, confitadas y servidas con ajo, perejil y vinagre.
Juan Abad
Jefe de comedor 20 años en Paradores
Otro tipo de campo, en forma de humedal, se extiende a 10 kilómetros de Chinchón. Las poco conocidas lagunas de San Juan son una reserva de aves. Jesús García, guía de naturaleza, despliega el telescopio en un mirador habilitado para observar garzas reales, cormoranes, cercetas… No hace falta ser un amante de los pájaros, basta con mirar, escuchar y estar, con caminar acompañado de García, que se detiene ante una cambronera, que da un fruto parecido al goji, o habla de la utilidad del esparto, una planta con la que se fabrican alforjas o que sirve de aislamiento para las casas que este bioconstructor de profesión levanta. “Con la tierra de Chinchón hacemos baños, salones…”, cuenta. “Es un material abundante, barato y no es tóxico”, añade, dispuesto a mostrar el acabado de sus viviendas.
Otra forma de conocer la región y sus gentes es acudir al museo de Ulpiano Checa, en Colmenar de Oreja, un artista que en los inicios de su carrera pintaba escenas del pueblo. Hermosa e informativa es la pugna que mantiene el recién estrenado tren, que llegó a Colmenar en 1903 –muy pujantes entonces sus canteras y la industria tinajera–, con un carro de caballos en la obra Desafortunado encuentro. Más fama y más dinero le reportaron las representaciones de novelas romanas, como Carrera de carros romanos o La naumaquia. Su destreza a la hora de pintar caballos le ha valido para que Ángel Benito, el director del museo, envíe tres de sus obras a Francia. Se van a exponer desde el 2 de julio hasta el 3 de noviembre del año que viene en el palacio de Versalles con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos de París 2024, porque es en Versalles donde van a tener lugar las pruebas de hípica. Colmenar de Oreja va a posicionarse en el mundo, y pasar por Chinchón va a seguir siendo la forma más inmediata de descubrirlo.