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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca

Pedro Balañá, dinamizador de la cultura en Barcelona, visionario, negociante, un empresario taurino revolucionario

El periodista Josep Guixá publica una biografía sobre el hombre que convirtió La Monumental en la primera plaza del mundo

El empresario Pedro Balañá, entre Manolete y el mexicano Carlos Arruza.
El empresario Pedro Balañá, entre Manolete y el mexicano Carlos Arruza.Archivo Paco Laguna Casa Museo Manolete
Antonio Lorca

Pedro Balañá Espinos (Barcelona, 1883-1965), de origen humilde, fue lechero, tratante de carnes, concejal en dos ocasiones de la capital catalana y por formaciones muy dispares, un emprendedor nato, con un olfato especial para los negocios, gerente, primero, y propietario, después, de la plaza de toros Monumental, el más importante empresario taurino desde los años 30 hasta los 60 del pasado siglo, y triunfó, además, como propietario de cines y organizador de espectáculos de circo, pistas de hielo, combates de boxeo en su ciudad natal… Un auténtico dinamizador de la cultura del ocio.

El periodista Josep Guixá ha publicado una documentada biografía del personaje al que califica como “uno de los más grandes empresarios españoles del mundo del entretenimiento”. Pedro Balañá. El mayor espectáculo del mundo, editado por Almuzara, es el título del libro, que desmenuza la sociedad barcelonesa de una época (1927-1965) en la que el protagonista se mueve como pez en el agua, bucea con éxito en el mundo de la política y consigue un imperio económico basado, fundamentalmente, en los toros y los cines.

Sin ser un conocedor del negocio taurino, subarrienda La Monumental en 1927 a los empresarios de Las Ventas, que la tenían alquilada a sus propietarios, y en pocos años, de la mano de Manolete y Arruza, la convierte en la plaza más importante del mundo por el número y categoría de los festejos que organiza. Dos semanas después de la muerte del diestro cordobés compra la plaza y la vuelve a erigir en centro de peregrinación en presencia de un novillero llamado Antonio Borrero Chamaco, que enloquece a los aficionados.

Balañá amplía el negocio, compra salas de cine, construye otras y llega a ser propietario de una docena, aunque indirectamente controla otras muchas en un momento en el que las epopeyas bíblicas, las producciones históricas y, en general, las películas de aventuras desconectaban al público de las muchas preocupaciones de aquellos años difíciles.

“Balañá fue un autodidacta taurino, sin más méritos que su talento y amor propio, que se movía como un felino en los pasillos del poder”

Cuando Pedro Balañá falleció el 24 de febrero de 1965 desapareció una figura fundamental de la tauromaquia del siglo XX; su entierro fue el último gran espectáculo al que asistió. Estuvo acompañado por numerosos toreros, que homenajearon con su presencia al singular empresario que, sin ascendencia taurina, tanto contribuyó a prestigiar la fiesta.

“Balañá fue un autodidacta taurino, sin más méritos que su talento y amor propio”, afirma su biógrafo, Josep Guixá. Y recuerda una frase de Néstor Luján, escritor y crítico taurino: “Fue el empresario de más recursos y fantasía de España; más que un aficionado auténtico y platónico de los toros, era un aficionado a organizar corridas”. Y enfatiza Guixá: “Un hombre con una desbordante imaginación al servicio del espectáculo, que se movía como un felino en los pasillos del poder”.

Fue elegido concejal, por primera vez, en 1916 por un partido catalanista minoritario que se unió al partido radical de Lerroux. “En aquellos años, los periódicos catalanistas de izquierda tenían vetados los toros”, cuenta Josep Guixá, “y no publicaban una sola línea sobre la fiesta”. Y en ese ambiente desarrolla Balañá su espíritu emprendedor, y unos años más tarde se convertirá en el gerente de La Monumental.

Vuelve al Ayuntamiento barcelonés en 1963, en pleno franquismo, con el alcalde José María de Porcioles, con el que estaba enfrentado. El regidor municipal, más moderno que Balañá, y convencido de que el fútbol sería el espectáculo del inmediato futuro, le frena la instalación de un circo estable y lo castiga con más impuestos, pero el taurino le compra la camada entera de toros bravos al Conde de Mayalde, alcalde de Madrid, con quien Porcioles pretendía establecer un convenio de colaboración para pedir al Gobierno un estatus especial para ambas ciudades. Balañá era ya un exitoso empresario que buscaba facilidades para sus florecientes negocios inmobiliarios relacionados con los cines, y el político prefirió tenerlo a su lado como concejal antes que fuera del consistorio como enemigo.

Entre una y otra etapa como político municipal, Balañá diseña el mayor espectáculo del mundo…

“El título del libro se presta a distintas interpretaciones”, explica el autor. “El primer espectáculo es él, su vida y su trayectoria, y todo lo plantea a lo grande porque su visión del negocio y su sentido del riesgo no conoce límites, desde el número de festejos hasta las más famosas películas que se estrenan en sus cines”.

De izquierda a derecha, Pedro Balañá, el periodista José Luis Córdoba, Manolete y su apoderado José Flores Camará, en una imagen fechada en 1944 en Córdoba.
De izquierda a derecha, Pedro Balañá, el periodista José Luis Córdoba, Manolete y su apoderado José Flores Camará, en una imagen fechada en 1944 en Córdoba.Archivo Paco Laguna

“Si no ha sido el empresario catalán más importante del siglo XX, sí el más popular”, continúa Guixá. “Hacía obras benéficas y todas las convertía en fenómenos ciudadanos, lo que le proporcionaba popularidad. Cultivaba muy bien el personaje. ‘Soy de los vuestros’, les decía a los espectadores que acudían a la plaza y a los cines, consciente de que sus clientes no pertenecían a la élite catalana que asistía al Liceo, y esa forma de actuar lo hizo muy popular”.

Manolete es el gran revulsivo en la vida empresarial de Pedro Balaña. Se anuncia en Barcelona 72 tardes, y cuenta el libro que es un personaje incardinado en la sociedad barcelonesa, la gente sabe en qué hotel se aloja, dónde toma el aperitivo, a qué iglesia acude a rezar; es un ídolo. Después, aparece el mexicano Carlos Arruza, y ambos toreros, emparejados por el empresario, atraen a las masas y convierten a Barcelona en la capital mundial del toreo.

Pero en agosto de 1947 muere Manolete en Linares, lo que fue un mazazo para el empresario catalán, quien, lejos de sumirse en el desánimo, decide comprar La Monumental un par de semanas después de que volviera a Barcelona tras presidir en Córdoba el cortejo fúnebre de su querido amigo. No contento con ello, compra también el coso de Las Arenas, y en sus inicios pagaba un canon a los dueños de El Torín, la tercera plaza de Barcelona, para que no anunciaran festejos taurinos.

Poco tiempo después, se produce la arrolladora irrupción del cine, “una misa pagana que confortaba las penurias cotidianas, marcaba pautas sociales y fabricaba mitos eróticos”, en palabras de Josep Guixá. Y en ese ámbito, Pedro Balañá vuelve a coronarse como rey. No solo estrena las mejores películas que, después, realquila a los cines de la periferia, sino que ofrece las más modernas y confortables salas con una gran cafetería en la entrada -a Balañá se le atribuye el eslogan “visite nuestro bar”-, que no pocas veces hacía más caja de la propia taquilla.

“El primer espectáculo es Balañá, que todo lo plantea a lo grande porque su visión del negocio y su sentido del riesgo no conoce límites”

Y el 7 de marzo de 1954 debuta en Barcelona un novillero onubense, Antonio Borrero Chamaco, que va a revolucionar al público y engordará las arcas del ya famoso empresario. Veinticuatro paseíllos hizo esa temporada en La Monumental, los mismos que en 1955, hasta que su estrella comenzó a decaer tras tomar la alternativa en el 56.

Con Chamaco, y con todos los toreros, Balañá se manejaba muy bien con los contratos verbales. Estaban encantados con él. Los invitaba a cenar en un restaurante cercano al hotel. Si la tarde había ido mal de público, les recortaba el dinero pactado (“tendrás que entenderlo…”), y si, por el contrario, el festejo había sido exitoso, les aumentaba la asignación acordada y los repetía en Barcelona o en otras plazas; porque el empresario regentaba ocho plazas en los años 50 y ejercía influencia en varias más.

También fue Balañá un hombre de suerte. “En sus primeros años como empresario taurino”, comenta Guixá, “se benefició de la avalancha de visitantes a la Exposición Internacional que se celebró en Barcelona de 1929, de las oleadas de emigrantes aragoneses y valencianos, y de muchos catalanes que veían con fascinación lo que sucedía en el mundo de los toros, y que se mostraban más abiertos que el catalanismo político de primeros del siglo XX que dirige una prensa minoritaria antitaurina y antiespañola”.

Y ya en la segunda mitad de los años 50, la irrupción triunfal de Chamaco se vería acompañada por los visitantes del recién nacido boom turístico español y las visitas de las celebridades de Hollywood.

Han dicho de Pedro Balañá que, sobre todo, era un experto en marketing, que poseía una sensibilidad especial para conectar con los gustos del público, que no miraba al ruedo sino al tendido, y su biógrafo añade: “Sin la connivencia con los gobernantes, Balañá no hubiera podido hacer de La Monumental la primera plaza del mundo, ni construir los cines más modernos de Europa, ni ser el rey del entretenimiento barcelonés”.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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