Una plaza como legado
El nuevo trabajo de Anna Pont es todo un legado arquitectónico: de un aparcamiento a plaza con vistas y asientos. El diálogo entre el paisaje y la memoria es también el de los habitantes de Riells (Girona)
La arquitecta Anna Pont (1975-2024) y su socio Jordi Comas (Vic, Barcelona, 53 años) idearon algunos de los espacios públicos más reveladores de los últimos tiempos. Lo que la Peatonalización del Centro Histórico de Ripoll (Girona) o la Reurbanización de la Plaza Cataluña del Masnou (Barcelona) tienen en común con la Recuperación del núcleo antiguo de Riells (Girona) es el diálogo, la resta y el objetivo.
El diálogo queda establecido entre las partes de la plaza —el pavimento convertido en banco, las gradas enmarcando el mirador—. Pero también participan de la charla la cultura local —la tierra rojiza de los ladrillos— y los nuevos usos cívicos de un espacio anteriormente invadido por los coches. La resta es formal: se cuida todo lo necesario —los asientos, la sombra, el agua de una fuente— y se desaconseja lo irrelevante, lo anecdótico y lo nocivo para la convivencia —la circulación y el aparcamiento de los coches—. El objetivo es dar descanso a los ciudadanos, propiciar su encuentro, facilitar su ocio y alegrar su cotidianidad.
Así, en Riells i Viabrea, un municipio de 4.400 habitantes al sur de Girona, el núcleo histórico está organizado alrededor de una iglesia, la de Sant Vicenç, y un cementerio. Ambos llevan allí desde el siglo XI. Ese espacio es el que Jordi Comas y Anna Pont propusieron librar de coches y peatonalizar pavimentándolo con ladrillos macizos que evocan la tierra rojiza de los riscos que rodean la población. La peatonalización permite un suelo único con el que levantar bancos como zócalos. Ese único pavimento cose las partes y además facilita la total accesibilidad al espacio.
Sólo una fuente y un alcorque rompen el suelo rojo. Esa fuente es el nuevo centro de la plaza. Toda su geometría radial se centra en ella. ¿Por qué? Porque habla a la vez de pasado y de futuro: recupera un antiguo pozo y sirve para la recogida de agua de lluvia. Un nuevo árbol le hace ahora compañía a la higuera junto al campanario. Y un banco corrido abriga la iglesia, soluciona los problemas de humedad del edificio y no interrumpe el flujo ni los juegos en la plaza. Sobre la plaza, las luminarias cuelgan como en los días de verbena.
Pero hay más. Para evitar el desnivel, una grada cierra la plaza, convertida en mirador sobre los riscos rojos del paisaje. Este trabajo, tanto con tan poco, es a la vez modesto y radical. Constituye un regalo y un legado. No parece casualidad que alguien como la arquitecta Anna Pont, capaz de firmar centros médicos como el de Osona o el del mismo Riells; escuelas, como la Petit Miquel de Vic, y de retratar la condición humana en tinta china, se despida sin grandes vuelos, indicando lo importante. Desaparecida este verano por un cáncer, reaparece aquí en cada detalle que cuida de los ciudadanos y da nueva vida a la plaza.
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