La historia de un país que cabe en un bolsillo
La Colección Banco Santander abre desde diciembre su renovada exposición de numismática en Boadilla del Monte (Madrid), con una museología atractiva, rigurosa y narrada en formatos audiovisuales e interactivos que invitan a descubrir la evolución de las monedas y los billetes y, con ella, la Historia de España
Caben en un bolsillo y, sin embargo, son capaces de contarnos 24 siglos de historia de la península ibérica. Banco Santander abre al público este mes de diciembre y de manera gratuita su colección de más de 3.500 monedas y billetes en la sala de exposiciones de su sede de Boadilla del Monte (Madrid). Un espacio que, justamente, ha vivido una remodelación total para dar cabida a esta nueva museología, “más rigurosa y atractiva”, como describe María Beguiristain, directora de Arte y exposiciones de Fundación Banco Santander. “No es solo una colección numismática; es una visión completa del dinero en España: es pura historia”, resume Juan Cayón, el experto en monedería y notafilia que asistió como comisario a Beguiristain y a Estrella Palacios, su coordinadora de Exposiciones.
El dinero habla de nosotros, cuenta quiénes fuimos y cómo nos convertimos en los que somos. “La moneda es el primer producto en serie de la humanidad”, explica Cayón. “Al contrario que el testimonio recogido en un manuscrito, cada pieza es un documento histórico directo”, recalca. Pero si esos valiosísimos pedacitos de metal y de papel tan solo se acumulan en una vitrina uno tras otro, sin más explicación, solo el oído ya previamente afinado va a ser capaz de comprender el relato. Para eso han estado trabajando más de un año en esta nueva propuesta de exhibición: “El reto ha consistido en mantener la precisión divulgativa y hacer, a la vez, la colección comprensible para el público general, afirman Beguiristain y Palacios.
Monedas y billetes se han ordenado para ofrecer distintos niveles de lectura. Uno puede pasearse entre los expositores y detenerse tan solo en las piezas más selectas, que cuentan con audiovisuales interactivos para profundizar en el contexto y detalles de su historia; o puede el interesado ir abriendo cajones para descubrir bien catalogada la colección completa, incluido un almacén visitable que forma parte del recorrido.
La elaboración del profuso material didáctico ha sido un desafío, salvado con la colaboración del propio Cayón y por la revisión de un grupo de historiadores expertos en la materia de la Universidad de Jaén, además del Gabinete Numismático del Museo Arqueológico que realizó gran parte de la catalogación. “Queríamos que la forma de contar estas historias fuera actual, pero no caduca; que apelara al que no había sentido atracción hasta ahora por la numismática y que resonara y aportara también al que ya es aficionado a este campo”, dice Palacios. Cumplieron la misión con unas recreaciones 3D que, en cuatro minutos la más larga, es capaz de llevarte de la mano por el tiempo y el espacio, desde el trueque hasta el bitcoin.
¿Cómo se acuña una moneda?
En la antigüedad, se colocaba una pepita de metal de un peso determinado entre dos cuños, dos sellos con un grabado distinto para el anverso y el reverso. Uno estaba fijo y el otro era móvil y, sobre este último, con un golpe, se aplicaba presión para que el labrado quedara marcado.
Desde el primer dracma de Emporion hasta la peseta
Raro es, en la Historia, encontrar primeras veces que puedan señalarse de forma inequívoca. Tampoco ocurre en esta ocasión: siempre hay precedentes a los que aludir, culturas o zonas distintas del mundo donde es posible que sucediera antes. Pero el consenso dicta que las primeras monedas acuñadas con carácter oficial se hicieron en Lidia, en la península de Anatolia, la actual Turquía, aproximadamente en el siglo VII a. C., donde sirvieron para pagar a guerreros y mercenarios.
De allí, este flamante método para favorecer el intercambio en el que, con su sello, una autoridad garantizaba la calidad del metal precioso de la pieza entregada, se extendió por Persia y por Grecia. “Las relaciones comerciales entre las polis griegas fueron fundamentales para la expansión rápida. Cada ciudad-estado incluye imágenes identificativas en su moneda: la lechuza de Atenas, el escudo de Tebas. Y, con ello, los poseedores tenían la certeza de que se trataba de piezas de verdadera plata y de un determinado peso”, explica Cayón.
Dracma griego de Emporion (Ampurias, Girona)
Mediados del siglo III a.C.
La primera acuñación española
Esta moneda de plata, con la representación de Pegaso en el reverso, se utilizó para el comercio con otras colonias o los pueblos íberos hasta el siglo I a.C.
Denario del Imperio Romano con la efigie de Augusto
Acuñado en Emérita Augusta (Mérida), entre el 25-23 a.C.
Las monedas como propaganda política
Desde Julio César, Roma impone el retrato de sus emperadores en la cara de la moneda. En el reverso, suelen colocar mitología, monumentos, virtudes…
A la península Ibérica llegan desde Massalia (actual Marsella, en Francia). Por eso, las primeras monedas acuñadas aquí se fabrican en Emporion (Ampurias) y Rodas (Roses), en Girona. “Son griegas, de plata, con Arethusa y Pegaso”, afirma Cayón, que ha podido contemplar los seis ejemplares de estas reliquias existentes en la colección del Banco. Poco a poco, a medida que fluía el comercio griego por tierra y mar y con los posteriores asentamientos de los cartagineses, la cuenca mediterránea se llenó de monedas; tuvieron las suyas ciudades como Gades (Cádiz) o Ebusus (Ibiza).
Con el Imperio romano llega el siguiente gran hito numismático: la moneda se convierte en un potentísimo instrumento de propaganda política: Julio César pone su cara en el anverso de la moneda (ya lo habían hecho personajes del calado de Alejandro Magno o su padre, el rey Filipo II, pero no se sistematizó ni perduró). Cuanto más circulaban esas monedas, cuanto mejor iba el comercio de bienes entre las distintas provincias de Roma, más lejos llegaba la efigie del césar y su reconocimiento público, “un gesto que dota a la moneda de enorme poder político”, como señala Cayón.
Dobla de 35 maravedís de Pedro I
Acuñada en Sevilla, entre 1350-1369
La reconquista y sus monedas
Frente a las monedas islámicas, con mensajes religiosos, los cristianos vuelven a emplear retratos y símbolos como la cruz. Este reverso alude al reino de Castilla y León
Doble Excelente de los Reyes Católicos
Acuñada en Sevilla, posterior a la Pragmática de 1497
La modernidad llega a las monedas
La unificación de los reinos vino acompañada de una reforma económica duradera, de la que es perfecto ejemplo esta moneda de oro
En la península Ibérica aparecen tipologías monetarias romanas, adaptadas a una versión local. En Emérita Augusta (Mérida, la actual capital de Extremadura), hacia el año 25 a. C., se acuñan, por ejemplo, denarios romanos con el rostro del emperador Augusto, otra pieza simbólica de esta colección.
Ocho escudos de Carlos II
Segovia, 1687
Ingeniería para la redondez
En la ceca de Segovia se había instalado un mecanismo traído del Tirol (Austria) que usaba para acuñar la presión del agua y unos rodillos. El procedimiento, aunque mucho más perfecto, no se pudo extender a otros lugares
Ocho reales de Felipe V
Acuñado en 1745, en México
El columnario
El nombre se refiere al grabado del reverso: las dos columnas. Su robustez la convirtió en una moneda muy popular. Su sucesora, el Ocho reales de plata con el busto de Carlos III, se convirtió en el dólar de su época, llegando a circular hasta casi el siglo XX
Tras la caída de Roma y por un período que apenas alcanza los dos siglos de duración, los visigodos son quienes se apuntan una nueva revolución: acuñar una moneda única para todo el territorio peninsular, la primera, el tremis. Pero en el 711 llegan desde el norte de África Tariq y el Islam y, con la imposición de sus preceptos, desaparecen las efigies y se rompe también esa más o menos lograda (nunca fue absoluta) unión monetaria.
La religión musulmana prohíbe la representación humana o el retrato en cualquier manifestación artística, así que las monedas empiezan a portar inscripciones religiosas. “Un cambio radical”, como lo define Cayón. Y también la razón para que, durante la Reconquista, los reinos cristianos reaccionen intentando llevar la contraria concienzudamente a esa tendencia: “Alfonso, cuando toma Toledo, acuña una moneda que imita al dinar de oro; pero, por supuesto, incluye un mensaje religioso cristiano; en las amonedaciones cristianas se introducirán las cruces y los retratos de los monarcas”.
Ocho maravedís
1837
Un bigote hace un rey
Durante las guerras carlistas, una de las primeras medidas tras la toma de Segovia fue acuñar moneda. Se reusaron los cuños con la efigie de Fernando VII y se le añadió un bigote
Dos pesetas
1869
Un nuevo país y una nueva moneda
En 1868 se instaura la peseta, aunque la primera se acuñe ya en 1869. Para su efigie se recuperó la representación de Hispania recostada en los Pirineos del sestercio romano de Adriano
Los Reyes Católicos implantan el sistema trimetálico (oro, plata y vellón) y, con la pragmática de Medina del Campo (1497) —promulgación de una regulación de índole económica que estará vigente durante décadas— nace la edad de la “moneda moderna”, como indica Cayón.
Con los Austrias y los Borbones, España acuña moneda no solo en la Península, también en todos sus virreinatos: “Desde Lima hasta Manila, de Bruselas a México, todos usaban el mismo dinero”. La manifestación de una forma de poder imperial que no se veía desde Roma. Con Felipe V se introduce un cambio notable con un nuevo modelo que buscaba la redondez en la acuñación, el 8 reales columnario, además de lanzar un mensaje rotundo. Las columnas de Hércules que sostenían el fin del mundo con los dos mundos (el Nuevo y el antiguo) incluyendo la inscripción Plus Ultra (hay más allá, superando el Non Plus Ultra que figuraba previamente).
“El ocho reales se convierte en tiempos de Carlos III en la divisa global”, advierte Cayón; hasta el punto de que, según dice, llega a emplearse en el comercio en China, llegada hasta lo más recóndito de Asia desde las cecas de Filipinas: “Era el dólar de su época”. Eso sí, los oficios relacionados con la fabricación de moneda tenían tal importancia que la corona trataba de centralizar y controlar la formación de los profesionales: los talladores o los hacedores de los cuños con los que grababan las monedas solían viajar desde España y repartirse el trabajo de cada una de las cecas de los virreinatos del Nuevo Mundo.
El siguiente gran paso en la historia de la moneda en España es el penúltimo, el anterior al euro. En el siglo XIX comienza la progresiva pérdida de las colonias y el imperio dará lugar a la conformación de un nuevo modelo de estado, que se concreta con la huida y exilio de Isabel II… y el nacimiento de la peseta en 1868.
“Para el diseño de la primera peseta se basaron en el sestercio de Adriano, eligieron la representación de Hispania tumbada sobre los Pirineos con una rama de olivo en la mano”, cuenta Cayón. Ya, por entonces, comenzaba otra batalla: los billetes se hacían fuertes.
La preocupación por la redondez de la moneda
Como estaban compuestas de metales preciosos, era habitual que se limaran los bordes para sustraer parte de ese oro o plata. Para engañar. Por eso fue fundamental la invención de mecanismos que produjeran círculos cada vez más perfectos y el diseño de monedas que incluyeran bordes con alguna filigrana, para que a simple vista se apreciara si habían sido modificadas.
Cómo el papel moneda ganó la partida
El billete llega a España en el siglo XIX como una especie de documento mercantil. “Al principio eran como cheques: ‘Se pagará al portador…”, cuenta Cayón. Eran, en origen, papeles grandes como contratos, con líneas y líneas de cláusulas e incluso con mensajes de amenaza, para generar seguridad en el usuario de tal documento: “pena de muerte al falsificador”, puede leerse en tipografía grande. Al contrario que la moneda, toda la imaginería que se utiliza tiene el propósito de insuflar confianza y fomentar el comercio: manos que se estrechan, monumentos artísticos… Pretendían atraer la riqueza.
Al principio, la emisión de billetes estaba abierta a cualquier banco privado, con cargo a sus propias reservas de oro y plata. Ellos eran los garantes de que el billete valiera la cantidad que afirmaban y de que pudiera canjearse por tal. El Banco Santander emitió sus propios billetes en 1857, una potestad que perdería en 1874, fecha que lo cambia todo y que provoca que muchos de estos pequeños bancos privados desaparecieran.
El Banco de España obtuvo el monopolio de emisión de billetes, algo que sucede por el crecimiento exponencial que ya se intuía en el uso del papel moneda y que refleja muy bien este dato que aporta Cayón: desde esa fecha de 1874 hasta el cambio de siglo, la masa monetaria de billetes en España pasa de 72 millones de pesetas a casi 1.600 millones de pesetas; pues bien, en ese mismo período el billete se convierte en la mitad de toda esa masa monetaria. Es la victoria de la utilidad del papel.
Ejemplos de billetes emitidos durante la Guerra Civil por entidades locales
La Guerra Civil: un país partido también por su dinero
Entre 1936 y 1939 España se parte en dos. La guerra también es económica. Cada vez que avanza la línea del frente, cambian las fronteras donde se acepta la divisa de cada bando: “Los sublevados no admitían el dinero rojo y los republicanos tampoco el nacional”, cuenta Cayón.
En medio de la tragedia, esta situación provoca además una enorme crisis económica y carestía de moneda. Hasta ese momento, los billetes se empleaban para cantidades altas, y las monedas estaban reservadas para las más bajas. Como ocurre ahora, con el euro. Sin embargo, las monedas eran de plata: “Hay leyes universales, en caso de conflicto: el metal es valioso per se y la gente tiende a guardar las monedas debajo del colchón”.
La solución del gobierno republicano frente a esa escasez fue reimprimir emisiones anteriores de billetes: reutilizar planchas anteriores a 1930 y volver a imprimir series nuevas de aquellos billetes. Y otras soluciones variopintas: reutilización de billetes anteriores a la república marcados con un sello en seco, cartoncitos redondos con el escudo de la república y un timbre….
Poco a poco, los propios comerciantes se ven en la necesidad de hacer vales: por una barra de pan, por un kilo de arroz… hasta que comienza a haber ayuntamientos, cooperativas y juntas de vecinos que se proponen elaborar sus propios billetes, sin contar con el respaldo del Banco de España.
Las tipologías fueron cientos, y la colección del Banco Santander recoge muchos de esos billetes que circularon durante apenas dos años, hasta que la práctica quedó prohibida en enero de 1938.
“La tradición”, dice Cayón citando una frase elocuente para resumir la importancia del testimonio que aporta esta colección, “No es todo lo pasado. Es el pasado que sobrevive y tiene virtud para hacerse futuro”.
