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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Rascacielos de campos: la agricultura vertical se expande

En Romainville, a las afueras de París, los campos apilados culminan la renovación del barrio mezclando campo y ciudad

Fachada de los dos edificios de campos verticales.
Fachada de los dos edificios de campos verticales.Paul Langereau
Anatxu Zabalbeascoa

Quién le iba a decir a Le Corbusier que, en lugar de levantarse del suelo para liberarlo, algunos edificios terminarían multiplicando el terreno que ocupan. Aunque caros de construir y mantener, además de necesitados de una sofisticada logística, los campos apilados existen en países como Holanda, donde escasean las tierras de cultivo y hay dinero para poner a prueba opciones alternativas para alimentar a la población. Se han construido campos de frutales sobre cubiertas y plantaciones de cereales en las sucesivas plantas de nuevos inmuebles o de inmuebles recuperados.

El levantado por Valérian Amalric (Ilimelgo), Daniel Duckert y Nicolas Genest (Secousses), finalista a los Premios Mies van der Rohe, es el primer edificio con vocación de campo que se levanta en Francia. Responde a su contexto urbano interpretando la forma arquetípica —cubierta a dos aguas— de los edificios del pueblo, Romainville. Es fiel a ese contexto, pero también a la combinación del mundo rural y el industrial. Ese cruce urbano-rural tiene, de momento, un objetivo más educativo que productivo: trata de demostrar cómo se puede reinventar la relación entre el campo menguante y la ciudad creciente.

A las afueras de París, en Romainville, el inmueble está abierto al público. Contiene talleres de jardinería, un restaurante para poder probar lo que allí se cultiva y las plantas más altas del inmueble —las que tienen más luz— están dedicadas a la producción de grano. Todo se puede visitar para descubrir cómo se apila más de un kilómetro cuadrado de planteles-campos de cultivo sobre un terreno urbano de apenas 350 metros.

Interior del edificio con campos apilados.
Interior del edificio con campos apilados.Ilimelgo

Los arquitectos buscaron optimizar dos cosas: captar la máxima luz y despejar el máximo espacio. Eso iba a decidir la arquitectura. El resultado es un invernadero-rascacielos orientado en busca del sol que, además de cuidar los cultivos, busca favorecer el trabajo de los nuevos granjeros urbanos. Lo que allí se cultiva se puede comprar o probar en la tienda y el restaurante de la planta baja. La cocina, los planteles donde se cultivan las setas, la planta de compostaje y la caldera alimentada por leña están en el sótano.

Con una tipología mixta, entra la horticultura y la industria, el edificio de hormigón —”resiste mejor la carga y la humedad, tiene una buena inercia y era más fácil de fabricar”, explican los arquitectos— refleja formalmente esa mezcla que conjuga racionalidad, prefabricación, industrialización y combina el aspecto de unas modernas oficinas con su asimilación entre los inmuebles del pueblo.

La fachada está forrada con corcho y madera para aumentar el aislamiento. Con esos materiales se ha construido también todo el mobiliario interior. Los proyectistas también aseguran que el control en la ventilación y el sistema de calefacción con energía renovable —además del aislamiento que proporcionan la madera y el corcho— y la abundancia de luz natural hacen de este edificio una arquitectura bioclimática. No se trata solo de un invernadero, ni siquiera de una sucesión de invernaderos. El propio inmueble parece respirar gracias a un sistema electrónico que monitoriza la circulación del aire y permite el cambio en la protección solar o la búsqueda del sol. El campo regresa a la ciudad habitando edificios híbridos.

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