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Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

De los ‘hobos’ a ‘Nomadland’: la ‘contrasociedad’ de los hermanos de la carretera

La película triunfadora de los Oscar se refiere a un movimiento contracultural que hunde sus raíces en el siglo XIX y representa a vagabundos proletarios

Fernando Navarro

La identidad de Estados Unidos siempre se nutrió de fuertes contradicciones. Una de las más curiosas reside en su propia idiosincrasia como territorio de asentamiento. En el lugar al que llegaron tantos colonos y gentes de todas partes en busca de la tierra prometida, hasta el punto de arrebatar a fuego y sangre sus regiones y hogares a los indios autóctonos, surgió todo un fenómeno poblacional contrario a instalarse en un espacio único, definitivo. A la construcción de la gran sociedad norteamericana, ese crisol ejemplificado en decenas de estados con sus características, leyes y costumbres, germinó, por tanto, otra contrasociedad bien distinta. Una contrasociedad en movimiento, incapaz de adaptarse al sistema capitalista estadounidense.

La película Nomadland, recientemente ganadora del Oscar, se refiere a esta contrasociedad. En un año tan flojo para el cine, es una alegría al menos que el filme de Chloé Zhao fuera el gran triunfador. Ya no solo por la poesía de sus imágenes y esos paisajes con rugidos, sino por poner sobre la mesa un fenómeno que nunca ha desaparecido del todo en EE UU desde el siglo XIX, cuando el capitalismo transformó el sistema económico impulsado por la revolución industrial. Nomadland, inspirada en el libro País Nómada (Capitán Swing), exhaustiva crónica periodística sobre los supervivientes en los EE UU del siglo XXI escrita por Jessica Bruder, se refiere a los hobos de nuestros tiempos, esos hermanos de la carretera que no residen en ningún lado porque residen en todas partes. Como Frances McDormand en la película, llevan su hogar consigo mismos.

La hobohemia no fue otra cosa que una contracultura a finales del siglo XIX, pero en el sentido que logró constituirse poco a poco como una auténtica sociedad paralela, dotada de ciertas normas, jerga y saberes legales e ilegales. Forjada por trabajadores migrantes autóctonos, la cultura del hobo se nutría de las alianzas entre sus participantes, seres que responden por igual a fallos del sistema capitalista como a su deseo de romper con las terminaciones territoriales, algunas tan miserables como la de los barrios superpoblados de las grandes metrópolis. De esta forma, en Nomadland se sustituye a los hobos que, escondidos en los vagones de mercancías, viajaban en ferrocarril (cuyo desarrollo a finales del XIX fue inmenso en EE UU) por hobos que se trasladan en furgonetas o caravanas. Todos tienen la misma vida itinerante entre la precariedad y la libertad.

Hace unos años, la editorial Pepitas de Calabaza editó uno de los mejores libros para entender la hobohemia: Boxcar Bertha, la autobiografía de una hermana en la carretera. El libro constituía realmente las experiencias ficcionadas de Ben Reiteman, un auténtico hobo que ofrecía a través de un personaje femenino una visión íntima del maremágnum de vagabundos proletarios que inundaron esta contracultura. Porque los hobos fueron personas sometidas a los azares del mercado de trabajo. Su experiencia se desarrolló sobre todo en los periodos de crisis del capitalismo, como en 1873-1878 o en 1893-1894. A partir de ahí, coincidió con la mitología de la carretera y el Wanderlust (deseo de vagar), tan propias del folclore de finales del siglo XIX. Errantes que de su necesidad hacían virtud. Mucho del ideario de Jack London también enlazaría con todo esto.

La mayoría de los análisis que he leído han comparado a los personajes de Nomadland con los vagabundos de la Gran Depresión, tan magníficamente descritos por John Steinbeck en Las uvas de la ira. Se entiende, pero creo que es más correcto hilarlos con los hobos originales. Son trabajadores itinerantes voluntarios, sin ser forzados, como en el caso de los jornaleros del Este y Medio Oeste norteamericanos, expulsados de sus tierras en los años treinta, a los que Steinbeck dedicó artículos periodísticos y una novela fabulosa y Dorothea Lange retrató para la posteridad. Unos y otros, los del siglo XIX y principios del XX y los del siglo XXI, constituyen una periferia de la clase obrera sedentaria. Tal y como se escribe en el prólogo de Boxcar Bertha, todos forman parte de lo que Marx calificó de un “ejército de reserva” del capitalismo: trabajadores itinerantes, obreros de temporada. Solo que en el caso de los vagabundos de la cosecha de la Gran Depresión no hay detrás una filosofía. Como sí la hay en los hobos originales y en los actuales, tal y como se ve en la película y se lee en el libro de Jessica Bruder.

La filosofía hobo forma parte del movimiento contracultural. Hasta tal punto que Ben Reiteman llegó a fundar una Universidad del Hobo (Hobo College) en Chicago con el fin de convertirlo en un lugar de reeducación moral, marcado por la filantropía norteamericana, la fraternidad proletaria y la autorrealización. Esta filosofía se deja ver de alguna manera en esos trabajadores en movimiento que acogen a Frances McDormand, viajeros que son auténticos hobos en la vida real y que conviven en la película con actores. Sin embargo, a diferencia de los antiguos anarquistas o los sindicalistas, los hobos no buscan la transformación laboral ni el activismo político para equilibrar el sistema. No buscan mejorarlo en favor de los obreros y los jornaleros. Simplemente, buscan adaptarse en su experiencia de mayor libertad y autorrealización.

La hobohemia nunca se ha ido del todo. Woody Guthrie, el aguerrido cantautor norteamericano, era un hobo. Compuso canciones dedicadas a ellos. Pero Guthrie era un hobo con conciencia de clase. Un verdadero batallador social y político. Vivía como un hobo, pero hablaba y animaba como un activista. No fue el único que les cantó. Incluso Bob Dylan, tan influido en sus primeros años por Guthrie, lo hizo. Sin esta filosofía hobo no se entendería la generación beat. Ya no solo una obra tan influyente como El camino de Jack Kerouac sino todo el ideario de América de Allen Ginsberg, William S. Burroughs o Gregory Corso. En el florecimiento contracultural de los sesenta, la hobohemia seguía latente, como tiempo después lo estuvo en algunos preceptos alternativos intelectuales de reacción al feroz sistema capitalista estadounidense.

Con toda su carga simbólica y mirada íntima, Nomadland vuelve a mostrar una sociedad paralela que busca su lugar en el envés del sueño americano. Una sociedad precaria, aunque con cierta y valiosa dignidad. Una sociedad de migrantes internos. De hermanos de la carretera.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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