El último golpe de efecto de Rafael Berrio
En 'Escuchando Niño futuro', el músico vasco fallecido en 2020 aparece en planos fijos durante 45 minutos, mientras suena de principio a fin su último disco
El vasco Rafael Berrio, músico de culto, indescifrable y lleno de personalidad fallecido en marzo de 2020, terminó de grabar su último disco, Niño futuro, con la certeza de que el proyecto no estaba del todo acabado. Sintió la necesidad de llevar a su público a un cine a escuchar el álbum de principio a fin, como se hacía antes de que las plataformas digitales ayudaran a crear una cultura deconstruida.
Quería que la gente lo disfrutara en una situación poco habitual. Él aparecería todo el tiempo en la pantalla, sentado ante una mesa de mezclas, reaccionando a sus propias creaciones, en planos fijos, durante los 45 minutos que ocupan las 10 canciones de este trabajo. También quería estar presente en la sala mientras se proyectaban estas imágenes, entre los espectadores, para compartir la experiencia y estar en dos sitios a la vez. “Su idea tenía algo de warholiano”, apunta Andrés Daniel Sáinz, director de este hipnótico documental que, al final, solo ha podido contar con Berrio a un lado de la pantalla. La Cineteca de Madrid mostrará el resultado de este experimento en las tardes de este viernes, sábado y domingo. El artista resucita así sin habérselo propuesto. En cada pase de la cinta, vuelve a seguir el ritmo con las manos mientras suenan sus temas, vuelve a tomar falsas notas en un cuaderno y hasta a cantar uno de ellos mirando al espectador, Las tornas cambian.
A pesar de colocarse tras la cámara, Sáinz titula la cinta de tal forma que quede clara su autoría: Escuchando Niño futuro (una película de Rafael Berrio). “Un día de finales de 2018, Rafa me llama y me dice que tiene una idea”, recuerda el cineasta, que aceptó el reto de rodar la película de otro, intentando “hacerse notar solo lo necesario”. En definitiva, se trataba de unir dos mundos, el musical y el cinematográfico. “Al principio parecía algo de lo más simple… pero resultó más complicado de lo previsto sacarlo adelante”, dice.
Se rodó rápido, con los medios de los que ambos disponían en esos momentos. Lo hicieron con un pequeño equipo de grabación, un par de asistentes y unos estudios de sonido, los Elkar de San Sebastián. Al director, con tener la magnética presencia de Berrio ante la cámara le parecía suficiente: “era un artista total, un poco folk, un poco rock, que tenía algo de bohemio y de poeta”. Además de todas esas facetas, Sáinz también conoció la de actor. Meses antes le había invitado a aparecer en El tercer hombre, cortometraje inspirado en el clásico cinematográfico de Carol Reed de 1949. “En mis cortos incluyo siempre a un artista real, par que haga algún papel sin diálogo. Esta vez buscaba a un escritor, pero no encontraba ninguno por la zona que transmitiera carisma. Solía ver a Rafa en conciertos y sabía que él lo tenía. Y, por sus letras, siempre he considerado que era un escritor”.
Sin tener muy claro si la idea que tenían sobre el papel podía funcionar, invirtieron tan solo horas en rodar Escuchando Niño futuro (una película de Rafael Berrio). Paraban entre canción y canción para que Sáinz pudiera dar alguna pequeña directriz al extraño protagonista de esta igualmente extraña película y para repetir la grabación de un par de temas. Por aquel entonces, la enfermedad de Berrio ya estaba presente. Se trataba de un tumor en un estado poco avanzado, así que la muerte todavía no era un asunto que planeara sobre el rodaje. Su fallecimiento el año pasado ha dado nuevos significados a este mediometraje, ahora cargado de legado. “Hay algunos detalles que desde esta nueva perspectiva nos pueden parecer una despedida, pero que tenían otra intención en el momento en que los grabamos”, admite el director.
La producción llevaba años parada por falta de presupuesto cuando Jonás Trueba, amigo personal de Berrio y al que también había dirigido en su cinta de ficción La reconquista(2016), se incorporó como productor. Su presencia fue clave para lograr las mejoras técnicas de la grabación que permitieran su proyección en cines. “Era su voluntad, su capricho, su última vanidad: sentar a los amigos en una sala y poner el volumen bien alto. Enfrente solo estaría él. Con su gracia solemne y su encanto fuera de este tiempo nuestro, Berrio se erige en maestro de la ceremonia y director de su propia orquesta invisible”, explica Trueba en un texto dedicado a esta ocurrencia de su amigo. “Así mirado, es como si Rafael Berrio regresara en su particular nave espacial. Y es que esta película, con toda su historia detrás y su leve pero contundente puesta en escena, bien podría catalogarse dentro de la ciencia-ficción. Tiene algo de ovni, de objeto no identificado, o al menos diría que pertenece a un género casi inexplorado del territorio cinematográfico”, dice sobre el músico, al que compara por la particularidad de sus gestos con Buster Keaton y Jean Cocteau. Como dice Trueba de este juego metartístico, “bien sabía Rafael que no hay mejor invento para reaparecer, en una pantalla, en una imagen, una y otra vez…”.
Babelia
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