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Hermosa juventud

Las nuevas exposiciones de Tanit Plana y Carles Congost ponen el foco en la cultura adolescente y la construcción de su imagen social

Una de las imágenes de Carles Congost en la exposición '¿Para qué sirven las canciones?', en La Casa Encendida.
Una de las imágenes de Carles Congost en la exposición '¿Para qué sirven las canciones?', en La Casa Encendida.CARLES CONGOST

Pocos perfiles funcionan tan bien como los jóvenes para anunciar los cambios de cada época. Son el perfecto termómetro social. Nadie como ellos suben la temperatura de un conflicto intergeneracional a punto de estallar a la vez que hacen de la exuberancia juvenil un principio abstracto e inconscientemente maravilloso. Dictan tendencias, cuestionan ideas, inventan libertades y encarnan esa idea de futuro propicia al colapso y a la tabula rasa. Ese tira y afloja. Ese mundo que se vive rápido en estado de suspensión permanente. El año cero de todo lo que está por llegar.

Esa idea de la juventud es para muchos artistas un campo de cultivo para sacarle el revestimiento superficial a la cultura y sumergirse en las emociones primitivas más puras. La adolescencia como esa ciudad amurallada donde el amor por la aventura eleva el entusiasmo por cualquier batalla. El carpe diem por excelencia. Una idea que ha ido cambiando con los años a medida que la sociedad ha ido mutando su paisaje. Hablamos del estado de ánimo que encierra lo joven y de los arquetipos asociados a la idea del mañana. De la fantasía desmedida y de la alegría nihilista ante lo imposible. De los estereotipos de ese mundo mágico que pretende evitar la madurez y de la cultura de flâneur que vive por y para la noche. De esa dinámica convertida en un fin en sí misma. De las flappers de los antiguos años veinte, que pusieron de moda la falda con flecos, el bob cut y el jazz, a Lil Miquela, la instagrammer más famosa hoy creada por ordenador, la cultura juvenil ha dado varias vueltas al sol. Una epopeya teenager que encontramos en la calle y en la exposición.

Imagen del fanzine Rockocó (Madrid, 1980-1984). Miguel Trillo.
Imagen del fanzine Rockocó (Madrid, 1980-1984). Miguel Trillo.

En el Festival Adolescente para un Tiempo Futuro, celebrado a finales de septiembre, el Museo Reina Sofía hizo una cápsula del tiempo que sólo podrá desvelarse en 2050. De ella nada sabemos, salvo que lleva un hashtag y que yace en el jardín de las mixturas de Sabatini. Una idea de futuro que también proyecta el centro cultural Conde Duque con su convocatoria Rendija, abierta a un grupo de residencia adolescente. Ponerle imagen a esa edad tan difusa es el germen de Puber, el proyecto que Tanit Plana presenta en La Virreina de la mano de Valentín Roma. Pensada para las salas que se orientan a La Rambla, el proyecto es una suerte de sinfonía de colaboraciones mediante las que esta artista explora la adolescencia y sus prácticas socioculturales. Por un lado, más de 70 retratos de jóvenes que miran a la cámara desde fondos del extrarradio de Barcelona. Su serie Yayos (2001), con la que ganó ese año el Premio Descubrimientos de PHotoEspaña, tenía el mismo cariz: gente tal y como es. Aquí, los adolescentes han elegido la canción que mejor los define, un material que suena en Spotify al teclear el título de la muestra. Abre el pop y cierra el trap-elegance con mucho reguetón y emoción contenida. Un universo sonoro que en la exposición llega, también, a través de los 200 vídeos de TikTok reunidos por Estela Ortiz y los pod­casts proyectados por Oriol Rossell, experto en subculturas juveniles, con las tres canciones más escuchadas por los participantes del proyecto. Ya sabemos que en esa edad lo que hoy adoras mañana lo odias, y captar eso es lo mejor del proyecto de Tanit Plana. Lo importante no es tanto lo que cuentan sus fotos, sino a dónde invitan a ir, y no sólo metafóricamente. Entrar en TikTok es como inclinarse sobre una madriguera de subculturas de Internet que ya componen un nuevo canon cultural dispuesto a trastocarlo todo. Reels como el nuevo síndrome de Peter Pan. Lo del Forever Young en bucle.

Carles Congost lo sintetiza a la perfección en su nueva exposición comisariada por Tolo Cañellas en La Casa Encendida: ¿Para qué sirven las canciones? El título viene de un capítulo de su vídeo Supercampeón (2000), en el que el muñeco Mr. Cd’s Eyes le hace esa pregunta a Genís Segarra — componente de Astrud e Hidrogenesse— y éste se esfuerza por contestar generando otro bucle retórico. Seguramente no haya mejor definición de lo que es la juventud hoy: un artefacto sonoro casi indescifrable. El artista lleva años explorando las diversas posibilidades del relato adolescente basadas en la promesa de la juventud comparándola con el rol del artista contemporáneo. En la última producción de Congost también tira de playlist. Uno de los personajes ve como el edén antisistema construido alrededor de su relación de pareja se cae por el efecto invasivo de una canción pegadiza. El hit como espacio público y como conflicto. Esa tragicomedia generacional. Una mirada pop que se remonta a los noventa, cuando documentar la vida real se puso cada vez más de moda, para bien y para mal. La belleza salvaje de Ryan McGinley: adolescentes trepando árboles, buceando en cuevas, saltando acantilados. O Wolfgang Tillmans y su diario de subculturas LGTBI en medio de esa cultura de club donde estar a la altura de las promesas de las canciones. Cómo imaginar esa década sin la foto de Corinne Day de Kate Moss con 15 años tras pelearse con su novio, o sin pensar en Kids (1995), de Larry Clark, grabada a fuego para todos los que bordeaban entonces la adolescencia y que hizo estallar los arquetipos del cine de los ochenta.

Imagen de 'Puber', el proyecto de Tanit Plana en La Virreina.
Imagen de 'Puber', el proyecto de Tanit Plana en La Virreina.

Desde el éxito de Stranger Things (2016) y Glow (2017) en Netflix hasta la nueva adaptación cinematográfica de It (2017), de Stephen King, el campo cultural empuja con fuerza hacia la nostalgia ochentera. La década de la licra, la riñonera y el loro portátil parece arder en la mentalidad cultural. La energía del punk, los grafitis en el metro, la angustia en los relatos de John Hughes, la liberación sexual hoy tachada de poliamor y la crisis del sida, tan revisitada este año en el contexto del arte. Jack Pierson y los momentos felices de un viaje en carretera llamado The Hungry Years. Richard Corman y las polaroids de Madonna con labios rojos y ojos de gato. Nan Goldin enfocando al cigarro de su novio mientras la espera en la cama. Miguel Trillo entre modernos y siniestros en aquella movida llamada Rock-Ola.

Puber. Tanit Plana. La Virreina. Centre de la Imatge. Barcelona. Hasta el 21 de febrero de 2021.

¿Para qué sirven las canciones? Carles Congost. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 10 de enero de2021.

La primera movida. Miguel Trillo. PHotoEspaña. Círculo de Bellas Artes. Madrid. Hasta el 25 de octubre.

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