Cuerpos que importan
El escritor Édouard Louis sube al escenario para relatar su propia vida en una adaptación de su libro 'Quién mató a mi padre', que dirige Thomas Ostermeier en París
Igual que sus libros, voluntariamente desadornados, se oponen a esa literatura de arcángeles que todavía es hegemónica, puede que las adaptaciones teatrales de las obras de Édouard Louis solo salgan victoriosas si se comprometen a eliminar lo superfluo. La desnudez del dispositivo escogido por Thomas Ostermeier, brillante adalid de la Schaubühne de Berlín, se ajusta a la perfección a la estética literaria, tan desvestida y tan feroz, del joven prodigio de las letras francesas: un escenario semivacío, un micrófono y un actor, el propio escritor, muy dispuesto a escupir verdades. Es el primero de los muchos aciertos de la puesta en escena de Quién mató a mi padre, tercer libro publicado por Louis, que Ostermeier representa estos días en París a la vez que Ivo van Hove, otro de los grandes nombres del teatro europeo, estrena su propia versión en Ámsterdam.
La diferencia entre ambas es que el director alemán, que ya adaptó su libro Historia de la violencia —además de Regreso a Reims, de su mentor, el sociólogo Didier Eribon—, logró convencer a Louis para que subiera al escenario y se interpretase a sí mismo. La obra recupera así su origen teatral: antes de convertirse en superventas en las librerías, nació como un encargo de Stanislas Nordey, que ya estrenó una adaptación fallida en 2019, declamada con artificio y afectación. Todo lo contrario de lo que consigue Louis en este montaje perturbador, donde suple su déficit de técnica actoral con el imbatible valor añadido de la autenticidad. Subrayar sus inseguridades como intérprete, como ha hecho parte de la crítica francesa, equivale a omitir a conciencia la fuerza de su brutal testimonio.
Sobre el escenario, Louis parece concluir una transformación. Ya ha cambiado de nombre —el de nacimiento era Eddy Bellegueule, como relató en su debut—, de clase social —de la miseria proletaria en Picardía a la élite intelectual— y ahora también cambia de cuerpo, noción central en la teoría queer (Cuerpos que importan, se titulaba aquel influyente ensayo de Judith Butler). No abandona el que ya tenía, pero sí lo libera hasta que resulta irreconocible, en una serie de enérgicas coreografías al ritmo de Britney Spears, Céline Dion o Aqua, como las que ejecutaba a escondidas en su habitación cuando era niño. Su cuerpo, vejado y reprimido por muchos años de violencia homófoba, se redime en este exorcismo teatral de la vergüenza de antaño. En ese proceso, como la chatarra convertida en metal precioso, el odio se transformará, por momentos, en amor.
Esta es la historia de dos cuerpos que importan: el suyo y el de su padre obrero, machacado por las políticas neoliberales de sucesivos gobiernos de derecha e izquierda, contra los que Louis carga duramente en la parte menos conseguida de la función (y del libro que la inspira). Ostermeier tiene la inteligencia de interrumpir ese largo e intenso monólogo con la fisicidad de esos interludios, insinuando que, como sostiene el propio Louis en la obra, la palabra puede ayudar pero nunca cura, porque nunca sustituye al dolor.
Qui a tué mon père. Dirección: Thomas Ostermeier. Texto e interpretación: Édouard Louis. Théâtre des Abbesses. París. Hasta el 26 de septiembre.
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