Metropolitan Museum: entre el álbum y la migración digital
La institución neoyorquina se adelanta a la celebración de su 150 aniversario en 2022 con la publicación de un libro que recoge sus obras más populares
La última definición de “museo” suscrita justo ahora hace un año en el foro del ICOM de Kyoto —algo así como una cumbre del clima cultural para los directores de las colecciones más importantes del mundo— dice que “son espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el diálogo crítico (…) contribuyen a la dignidad humana, a la justicia social y al bienestar planetario”, de lo que podríamos deducir que el museo, además de ser relacional, quiere ser ideal, ¡el verdadero museo imaginario!
Ahora que despiertan de un letargo forzoso de casi cuatro meses, con un público que acude a cuentagotas y más monitorizado que nunca, parece oportuno interrogarse si en verdad los museos son algo más que un lugar —su arquitectura, su colección, su personal, sus visitantes, su ideal democratizador— o, al contrario, un álbum enciclopédico de lo más esencial de la especie humana, “el colmo sofisticado del valor” (decía Barthes del álbum familiar) atesorado durante siglos con máximo celo en una caja.
Uno de los más extraordinarios del mundo, el Metropolitan de Nueva York, recibe anualmente siete millones de visitantes y 15 millones más exploran su exitosa página web The Heilbrunn Timeline of Art History. Con un acervo de dos millones de obras y 19 departamentos, cada uno con su propio plantel de especialistas, el Met celebrará dentro de dos años su 150 aniversario y 20 de su versión online. El regalo ha llegado por adelantado: el volumen ART =, un fabuloso ejemplar —¡un unicornio!—, híbrido de álbum de cromos y memoria algorítmica de las imágenes más visitadas/descargadas por los internautas a lo largo de las dos últimas décadas, contado por capítulos, grupos temáticos, secciones y ensayos. La edición (en lengua inglesa, publicado por Phaidon) despliega 900 ilustraciones acompañadas de breves descripciones y códigos visuales que las relacionan entre ellas desde diferentes puntos de vista y clasificaciones (objetos, retratos, materiales, técnicas, estilos, geografías, períodos).
No es una taxonomía al uso pues se ha tenido en cuenta la diversidad de “historias”, nuevas denominaciones o perspectivas con las que el arte puede ser interpretado, y aparece en un momento en que la presidencia y la dirección ejecutiva de la pinacoteca más visitada de la ciudad responden a la presión interna contra la discriminación y el maltrato BIPOC (Black, Indigenous and People of Color) con un comunicado en el que destacan su vocación de servicio público y un presupuesto complementario de entre 12 y 15 millones de dólares que servirá para dotar económicamente las iniciativas contra el racismo y el sexismo sistémico en forma de compras, exposiciones, contratación y formación de personal. Habrá que ver cómo congenia esta voluntad ideal/utópica y los acontecimientos de una realidad más bien cacotópica: semanas antes, Max Hollein (director de las colecciones) reconocía que el museo se enfrentaba a unas pérdidas de 100 millones de dólares, sin contar el coste (un mínimo de 600 millones) del proyecto de ampliación del ala suroeste del edificio, diseñado por David Chipperfield.
Ocurra o no una debacle en la museística global —en el mejor de los casos se prevé una integración/fusión de las colecciones más pequeñas en las más grandes—, es importante destacar que ART=, en perfecta conjunción con los formatos digitales, es un baluarte para después del naufragio, y de ahí a los recuerdos de la niñez hay muy poco: aquel álbum de cromos de la infancia, El mundo de la pintura (Editorial Difusora de la Cultura, 1967), las clases de arte de bachillerato con filminas y la visita anual al Prado y al Louvre con la lección aprendida, y allá cada uno, sin colas ni aglomeraciones en salas.
ART = es un paso más en ese pliegue del espacio/tiempo que obliga a afrontar la historia desde múltiples enfoques ante la transmigración de los signos culturales, una máquina enciclopédica para pensar las imágenes muy similiar a la ideada por Aby Warburg en su atlas Nnemosyne, que se recompone una y otra vez a través del juego de las asociaciones (y que, por cierto, nunca terminó, como debe ser).
Ejemplos de “familias artísticas” son los jugadores de cartas de Cézanne en dinámica con un juego de mesa holandés (XV), un ajedrez iraní (XII) y otro más del antiguo Egipto; el daguerrotipo de Frederick Douglass (1855), prominente editor y activista por los derechos de la población negra (él mismo escapó del esclavismo) junto a un retrato de su contemporánea, la condesa de Castiglione, la misteriosa femme fatale que fue enviada a la Francia de Napoleón III para convencerle del apoyo a la unificación italiana.
En fotografía/color, conviven las demoliciones y cortes de edificios de Matta-Clark y los “derrumbes” de la Ballade of Sexual Dependency, de la estadounidense Nan Goldin, la artista que puso en jaque a la familia Sackler, propietaria de Purdue Pharma (Oxycontin) y una de las más activas mecenas de los museos americanos. La popular ola de Hokusai con el monte Fuji al fondo comparte página con las agresivas instantáneas de Daidō Moriyama; y la calma de un interior familiar de Bonnard mira al delicado dibujo de Seurat de un potrillo en el remanso de un paisaje umbrío. Sobre los conceptos más buscados por los internautas, sobresalen “maternidad” (y no “paternidad”) y “mujeres artistas” (y no “hombres artistas”). El “arte latinoamericano”, usado aún hoy como término político, se amplía para incluir obras de artistas de Sudamérica, Centroamérica, el Caribe y México.
En la sección dedicada a los animales, la fotografía de un bebé armadillo —correlato del antihéroe Rey Ubú hecho por Dora Maar en 1936— se relaciona con el dibujo naturalista de un zorro volador de la India —o murciélago de la fruta, de la escuela del pintor Bhawani Das, XVIII— que despliega un ala y recoge la otra; bajo el pelaje se distinguen claramente las venas y los músculos, sus larguísimos cinco dedos y sus garras inferiores. Parece que vaya a iniciar un baile antes de morir (los chinos solían usar sus cabezas para curar el mal de ojo). Mírenlo bien y piensen en el pangolín surrrealista de Dora Maar, porque, esta sí, es la imagen que conecta todo, y nos conecta.
Art =. The Metropolitan Museum of Art. Phaidon, 2020. 448 páginas. 69,95 euros.
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