Ya somos leyenda
‘Amor intempestivo’, de Rafael Reig, me parece un libro de lectura inexcusable de una figura central de las letras españolas de ahora mismo
1. Intempestivo
Uno de los fenómenos más sorprendentes de nuestro Zeitgeist literario es que cada vez se publican más novelas que no lo son. Expresado de otro modo: todo el mundo implicado en el proceso de edición —desde el autor hasta el distribuidor— acepta, promueve y difunde la ficción de proclamar como ficción lo que no lo es. Las razones están claras: la novela sigue siendo la reina de la edición, lo más visualizable, lo más fácilmente vendible. El término “autoficción”, tan manoseado, es, en el mejor de los casos, el Ersatz que se utiliza para lo que —al parecer— se avergüenza de no ser plenamente prosa extensa de imaginación. Vaya de entrada que, personalmente, me importa un rábano que las obras que me gustan y que leo “como” novelas lo sean o no.
El último ejemplo de esa tendencia es Amor intempestivo (AIN), en mi opinión la obra maestra (OM) de Rafael Reig (Tusquets) y un buen ejemplo de lo mejor que ha dado hasta la fecha lo que algunos de sus miembros llaman “generación de los sesenta”, y que componen los escritores nacidos en aquella década del siglo pasado y que hoy están en camino de convertirse en la generación comercialmente hegemónica en el mercado de la ficción literaria. Una treintena de cincuentones y cincuentonas, en general bien asentados en el establishment crítico y comercial y en la que se encuentran (por citar algunos de los que me vienen a la cabeza), entre los mayores, Cercas, Azpeitia, Lindo, Gopegui, Tizón o el propio Reig y, entre los más jóvenes, Giralt Torrente, Orejudo, Loriga, Bonilla o Marta Sanz.
La nueva no-novela de Reig es, además de otras muchas cosas, una lúcida reflexión sobre la generación “intempestiva” (¿pero cuál no lo ha sido?) a la que pertenece, y que nació (según creyó erróneamente el joven Reig) “cuando la literatura ha[bía] perdido toda relevancia social”. Pero, sobre todo, AIN es un arreglo de cuentas del escritor Reig consigo mismo: “Quizás se escribe siempre un palimpsesto, para borrar otra escritura anterior, las ruinas del pasado”; en efecto, “el mensaje que el futuro dirige al pasado” le sirve a Reig para “saber qué es lo que quería decir”, para repasarse y, por fin, saberse. Y lo hace sin sentimentalismo y dedicándose una ironía que rara vez roza el sarcasmo.
Que el modo en el que cuenta su “vida” (incluyendo el descubrimiento de sus padres, fallecidos pavorosamente, que supone la culminación de su indagación literaria) pueda leerse como una (apasionante) novela no significa que lo sea (ni que tal cosa importe): a menos que atribuyamos su presunta cualidad de ficción al cambio vengativo del nombre de una editorial por otra, a alguna pequeña anécdota o, quizás, a cierta exageración en el prodigioso y envidiable atletismo sexual de que el narrador hace gala. Un trozo de vida (la de RR) narrado a partir de la ineludible necesidad de hacerlo, y en la que el autor-narrador-protagonista exhibe sin apabullar su gran conocimiento literario (homenajes más o menos explícitos, ritornelos). Por lo demás, AIN me parece un libro de lectura inexcusable de quien es “una figura central de las letras españolas” de ahora mismo. Claro que las cosas se consiguen cuando ya han dejado de tener importancia; o, como decía Goethe (en Poesía y verdad) y recogía Stephen Dedalus (Ulises), “ten cuidado con lo que deseas en tu juventud, porque lo tendrás en tu edad madura”. No se lo pierdan.
2. Vampiresas
Ya estaba echando de menos, en estos tiempos felizmente feministas, la reedición de Las hijas de Lilith, un estupendo ensayo de Erika Bornay publicado originalmente por Cátedra en 1990 y reeditado (ya lo fue en 1995) ahora en la serie Grandes Temas de la misma editorial. Lilith fue la legendaria (pero en la historia inmortal de nuestros orígenes ¿quién no lo es?) primera mujer de Adán, a la que Elohím no sacó de una costilla del primer macho Alfa, sino que la moldeó del barro —Génesis 1:27—, como había hecho con él. Sus orígenes mitológicos se remontan a antiquísimos textos mediorientales, donde representaba a un demonio. A menudo es identificada con Lamia, perverso íncubo femenino que aterroriza a niños y destruye a los hombres. En la imaginería medieval se la representa alguna vez como la serpiente que da a comer a Eva la manzana, y que nos trajo todas las desgracias (y quizás la covid-19).
La imaginación masculina convirtió a Lilith en el apotegma de la mujer-castradora —en Lilith (1964), la última y mejor película de Robert Rossen, la encarna Jean Seberg, como bella y manipuladora mujer psíquicamente enferma—, exigente, independiente: o, en otras palabras, la mujer liberada, no sometida a nadie y que, por tanto, inspira miedo a los hombres. Erika Bornay, historiadora del arte especializada en las representaciones de la mujer, investiga en este importante libro la abundancia, especialmente en el arte del siglo XIX —a los artistas prerrafaelitas les fascinaba el personaje—, de las imágenes de ese tipo de mujer: la vampiresa, la femme fatale, la mujer que pone en cuestión el orden patriarcal y que, a la vez que producía morbo a los varones, desagradaba profundamente a sus esposas. El libro explica, apoyándose siempre en las obras de arte, las razones de este “descubrimiento” de Lilith (y de sus sucesivas encarnaciones) y la enorme variedad y diferentes rasgos que distinguen a sus manifestaciones.
3. Piraterías
El mismo día que se ponía a la venta en Estados Unidos The Room Where It Happened, de John Bolton, el más esperado de los tell all (memorias no autorizadas que lo “cuentan todo”) sobre Trump, un amigo me envió (¡¡¡al WhatsApp!!!) una copia pirata en PDF de sus 570 páginas. Ya ven, corsarios los hay en cuanto hay oro de por medio. Aquí y en la capital imperial.
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