De la locura, el amor y la muerte
El caso de Robert Rossen es uno de los más singulares del cine norteamericano. Se dio a conocer muy joven, en los años treinta, como guionista de Anatole Litvak, Mervyn Le Roy, Lloyd. Bacon, Michael Curtiz y Raoul Walsh, para quien escribió la excelente The Roaring Twenties, con poco más de veinte años. En 1947 se le encargó la dirección de Johnny O'Clock, un filme negro de cierta calidad, que dio paso a otros dos, Cuerpo y alma y Todos los hombres del Rey, algo toscos, pero que le cubrieron de éxito, nada más comenzar su carrera.Procedía Rossen de la escena, y en concreto del Group Theatre, como Elia Kazan, Nicholas Ray, Lee J. Cobb, John Garfield, Lee Strasberg, y otros grandes tipos que crecieron entre las sucias paredes de aquel legendario vivero neoyorquino. Como sus compañeros, fue Rossen un hombre de ideas políticas radicales, que no pasaron desapercibidas al Comité de Actividades Antiamericanas, otro vivero, este de políticos fascistas, que diezmaron, en una brutal criba, a las nuevas generaciones de cineastas y hombres de teatro. Rossen, hombre de caracter debil, quedó hundido tras su persecución, y su carrera se diluyó en la supervivencia.
Durante los años cincuenta deambuló por Europa haciendo filmes mediocres, como el italiano Mambo, o el medio español Alejandro el Magno. Volvió a los Estados Unidos e hizo un par de películas sin pena ni gloria. Hasta que, en 1961-63, su cine dio un brusco giro con dos filmes excepcionales: El buscavidas y Lilith. El primero obtuvo un éxito relativo. El segundo fue un fracaso. Dos años después, a los 58, solitario y amargado, Rossen murió de un infarto.
Tras su muerte comenzó la revisión de su obra y el encuentro, inesperado, con las dos magistrales películas que la habían coronado. El buscavidas y Lilith recorrieron el mundo y hoy son dos monumentos del cine contemporáneo, en losque la factura clásica no impide la manifestación de una inédita manera de narrar, que puso patas arriba a convenciones que parecían intocables, en especial las leyes del montaje llamado analítico y las del ritmo exterior de estirpe realista.
De ambos filmes, el más brillante es El buscavidas. Pero Lilith es más complejo, más profundo, más arriesgado y, en él, todo cuanto estalló en El buscavidas, se encuentra en estado de reposo, asimilado, ejerciendo presión hacia arriba, con la mayor gravedad y fuerza de lo inexplícito, lo indirecto y lo subterráneo. En rigor, se trata de una de las escasos filmes innovadores que pueden catalogarse de obra maestra dentro del cine norteamericano de la decadencia.
Es Lilith un desolador poema en imágenes y carece de equivalente en la historia del cine. Es un poema interior, apresado por un lirismo sereno pero incontenible, paradójicamente realizado en clave de total realismo, de la más rigurosa exterioridad, sin un solo escape onirico o fantástico. De ahí que, en él, queden trastocadas las coordenadas más habituales en la orientación del espectador frente a una película. Es un filme sobre la locura, pero sutilmente narrado desde locura misma. En esto radica su dificultad, ya que obliga al espectador a forzar en sí mismo un desdoblamiento del mismo orden del que padecen los personajes del relato, para conseguir un completo entendimiento de los sucesos. El buceo en el interior de la demencia realizado por Rossen es uno de los ejercicios introspectivos más hondos emprendidos por el cine.
Hay que ver y meditar este complejo y difícil filme. Su delicadeza y su horror, su capacidad para expresar las tinieblas a través de la luminosidad, la interioridad a través de lo externo, el desorden del espíritu a través del orden de la civilización, la disolución de la mente a través de la armonía de la naturaleza, el definitivo estancamiento a través de la eterna movilidad -por ejemplo la insistencia de Rossen en expresar la muerte mediante el desplazamiento del agua- son hallazgos de trascendencia para la evolución del cine y para sus posibilidades de escapar del cerco de convenciones en que está atrapado. Lilith es una obra clásica y nueva, que requiere una mirada cuidadosa e intensa capaz de seguir paso a paso, el dilatado, casi derramado, tempo poético y narrativo, aparentemente invertebrado, pero en realidad producto de una meticulosa elaboración sinfánica.
Lilith se emite hoy a las 21.35 por la primera cadena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.