Laurel Canyon, el oasis que cambió la música
Dos documentales regresan al barrio de Los Ángeles que, entre 1965 y 1975, se convirtió en refugio de músicos de rock como Jim Morrison, Joni Mitchell, The Eagles, Frank Zappa o The Mamas & The Papas
Ha pasado medio siglo y el mito de Laurel Canyon no deja de crecer. A ese barrio de Hollywood Hills, en Los Ángeles, se mudaron a partir de 1965 docenas de jóvenes músicos, hoy mitos. El listado impresiona: The Byrds, Buffalo Springfield, Brian Wilson, Jim Morrison, Gram Parsons, Eric Clapton, Joni Mitchell, Jackson Browne, Linda Ronstadt, Fleetwood Mac, The Eagles, Carole King, James Taylor, Graham Nash, Frank Zappa o The Mamas & The Papas. Fueron diez años de evolución: De chavales vestidos como los Beatles con traje y corbata, a barbudas estrellas del rock, pasando por los flecos, el LSD y las camisas de amebas. Por eso no hay historia del rock que olvide esa zona boscosa, un oasis urbano a un paso de la bulliciosa Sunset Strip.
Las leyendas, como todo, van por rachas, y parece que esta en concreto está renaciendo. Se acaba de estrenar en Estados Unidos Laurel Canyon, un documental en dos partes dirigido por Allison Ellwood y a España acaba de llegar, vía Filmin, Ecos de una era (2019) una especie de making of del disco de duetos que Jakob Dylan, el más pequeño de los cuatro hijos de Bob Dylan y Sara, grabó con artistas actuales y canciones compuestas en Laurel Canyon.
La mayoría de esos cómplices aparecen en el documental. Una pizpireta Regina Spektor, un Beck tan tieso que parece que le han metido un palo de escoba por el trasero y la siempre emocional Cat Power charlan con Dylan Jr, en su casoplón de Laurel Canyon, donde las viviendas tienen hoy un precio medio de 3.000.000 de euros. También suben al escenario en un concierto de 2015 de Jakob Dylan que presenta Andrew Slater. El antiguo presidente de Capitol Records dirige el documental y es el responsable de haber sumado al proyecto a Fiona Apple o Norah Jones. Todos vocalistas, los músicos quedan en segundo plano. Extraño cuando el folk rock era tanto voces como guitarras.
Ecos de una era se centra en los cuatro primeros años de Laurel Canyon, entre 1965 y 1969, cuando se crea el folk rock. Lo más atractivo son las entrevistas, especialmente la de Tom Petty, la última filmada con el músico de Florida antes de que muriera de un infarto en 2017. Pero también son interesantes las charlas con los residentes de los sesenta, como David Crosby, siempre dado a declaraciones grandilocuentes. Fiel a sí mismo asegura que fue el primero que se mudó allí y que lo que hicieron cambió el mundo. “Gracias a nosotros había poesía en las emisoras pop. Lo cambió todo y a todos”, afirma rotundo. Siendo justos, los primeros inquilinos de aquellas casas fueron estrellas de Hollywood, siguiendo a Natalie Wood, que se había mudado allí en 1955.
En lo que todos esos vecinos de Laurel Canyon están de acuerdo es en que Roger McGuinn, compañero de Crosby en The Byrds, es el creador del folk rock, el sonido que floreció en Laurel Canyon. Él mismo cuenta que al descubrir que los Beatles usaban acordes folk se empeñó en dar a canciones folk el toque Beatles con la ayuda de las guitarras Rickenbacker de 12 cuerdas. Fue un salto enorme en el ecosistema del rock. En 1965, The Byrds publicaron su primer álbum y ese se puede considerar el inicio del sonido Laurel Canyon. Un lugar que Ecos de una era describe como un mundo feliz en el que todos eran amigos y se visitaban sin avisar y hacían versiones unos de otros y aprendían y se influenciaban mutuamente mientras componían éxito tras éxito y fumaban porros y comían ensaladas. Lo que se muestra es a una generación de veinteañeros blancos muy despreocupados que idolatraba a The Beatles como solo se puede respetar a alguien que ha cambiado las reglas del juego y que vieron con orgullo como una de sus obras magnas, Sargent Pepper´s era consecuencia del Pet Sounds, de los Beach Boys, creación de un vecino del barrio, Brian Wilson.
Y en parte lo achacan a la magia del lugar. No solo de Laurel Canyon, un barrio donde se podía alquilar una casa entera y no cerrar nunca la puerta, de toda la ciudad. Comparan Los Ángeles con la Viena de entresiglos o con el París de entreguerras. “Todos los soñadores venían aquí” dice Tom Petty de esa California mítica, soleada, relajada, donde la marihuana era barata y las chicas libres. Aunque en el folk rock había más apertura sexual que sexo explícito. La gota que colmó el vaso para echar a David Crosby de The Byrds fue que les intentó colar Triage, una canción sobre un trío. Los Ángeles era el sueño de cualquier músico. Un lugar lleno de estudios de grabación con técnicos sabios pero nada estirados y compositores prodigiosos (“Creo que Brian Wilson no tiene nada que envidiar a Mozart”, dice Tom Petty) que creaban subgéneros nuevos cada mes.
Aquel paraíso, por supuesto, no podía durar. Menos de tres años después del debut de The Byrds los egos empiezan a pasar factura y dos de los principales grupos sufren cataclismos internos. Ecos de una era termina con esas rupturas. Por un lado, la expulsión de David Crosby de The Byrds en 1968 tras hartarse sus compañeros de su autoproclamado liderato. Por otro, la salida de la Neil Young de Buffalo Springfield. Se fue sin despedirse, tras la grabación de la elocuentemente titulada Expecting to fly. Fue la primera de sus míticas espantadas. No parece que tenga mucho interés ahora en hablar de aquella época. Solo aparece en los créditos finales del documental, tocando I Wasn´t Made For These Times en un estudio, separado de la cámara por una ventana, como si lo hubieran rodado a escondidas.
Al mismo tiempo, el mundo se oscurecía. La muerte de Robert Kennedy, la escalada en Vietnam y el asesinato en 1969 de Sharon Tate por los hippies locos de Charles Manson en una casa a apenas 20 minutos de Laurel Canyon cambian la atmósfera. Aun así, el barrio estaba de moda. Llegan nuevas estrellas como Jim Morrison, líder de The Doors, que se muda a la Love Street de la canción. O Graham Nash, el hombre que llevó a los Hollies del merseybeat a la psicodelia pasando por el folk rock. Cuando Nash presentó a los Hollies la jipi Marrakesh Express, y ellos palidecieron por las referencias al hachís, les dejó –a ellos, a su mujer y a su hijos– en Manchester y voló al cañón para formar Crosby Stills and Nash.
Es bastante simbólico que el nombre del supergrupo de la segunda época fuera la suma de los apellidos de sus componentes. Como dice Beck en el documental, la primera era termina cuando importa más el músico como individuo que los grupos. En algún momento, cerca de los setenta, la industria musical estadounidense decidió ir donde estaba el dinero. Las discográficas abandonaron sus cuarteles generales en la acelerada Nueva York para recalar en la luminosa y reposada Los Ángeles. Se potencia a los cantautores, que pronto se convertirían en el modelo económico más exitoso de la historia del entretenimiento. Escribían, cantaban, tocaban solos y vendían muchos más álbumes que singles. La industria se volvió loca por cada melenudo californiano con una Martin acústica. Es el momento de Carole King, James Taylor, Neil Young, (que en 1972 vendió toneladas de su Harvest), Stephen Stills, Jackson Browne o Joni Mitchell, la reina del cañón, autora de Ladies of the Canyon, (1970). El disco, se supone, estaba dedicado a las mujeres de Laurel Canyon, jóvenes bellezas en un ambiente machista en el que eran devotas admiradoras, fogosas amantes y buenas cocineras hábiles con la plancha. Con excepciones, como Michelle Philips, de The Mamas & The Papas, que hacía lo que le daba la gana.
Las drogas también se endurecieron. Fue en Los Ángeles donde Gram Parsons se aficionó a la heroína. El dinero fluía y la creatividad languidecía. A principios de los setenta las estrellas del cañón son The Eagles, que llegaron tarde a casi todo y posiblemente por eso fueron entre 1972 y 1980 la banda americana de rock más famosa del planeta. A pesar de que han sido vituperados por todo el mundo, (de Lester Bangs, a El Nota de El Gran Lebowski con su mítico “odio a los putos Eagles, tío”), siguen siendo enormes. En 2014 un informe de la consultora Nielsen decía que en las emisoras estadounidenses sonaba Hotel California, el himno de esta época flácida en el cañón, una vez cada once minutos. También acabaron allí Fleetwood Mac y grabaron otro de los superventas de la historia, Rumours. O estrellas del glam rock como Alice Cooper. A mediados de los setenta, Los Ángeles se había convertido en el sitio donde estar si se quería ser una estrella. Incluso Bowie se mudó allí en el 75, ebrio de esoterismo y cocaína. Para entonces Laurel Canyon se había transformado en una parodia de sí mismo, con estrellas endiosadas viviendo en una burbuja. Pronto llegaría el punk, que convertiría hippy en un insulto.
Si creemos a Michelle Phillips, de The Mamas & The Papas, los setenta en Laurel Canyon no fueron más que una larga y dolorosa agonía. “Antes de 1969, mis recuerdos no son más que diversión, excitación, llegar a lo más alto de las listas de éxitos y amar cada minuto de ello. Los asesinatos de Manson arruinaron la escena musical de Los Ángeles. Ese fue el clavo en el ataúd de la libertad. Se acabó eso de ‘vamos a drogarnos, todos sois bienvenidos, pasad, sentaos’. Todos estaban aterrorizados. Yo llevaba una pistola en mi bolso y nunca más invité a nadie a mi casa”, llegó a decir. El cañón se había convertido en una jaula de oro.
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