¿Me escribirás una carta?
Todo lo que se necesita es una idea, un sobre y un sello. El arte postal vuelve con una libertad sin precedentes burlando el sistema artístico y su inminente colapso
Las cartas que hoy compartimos en las mil variantes que ofrece Internet han servido históricamente para conectarse cuando la proximidad física no era posible. Son el salvoconducto de lo amoroso. La sede por excelencia del encuentro inesperado y del intercambio íntimo. En manos de los artistas siempre ha escondido una actitud experimental e indagatoria. Un arte de urgencia donde la sorpresa y lo inaudito devienen un factor clave. Eso debió pasarle al destinatario de una de las cartas que envió Joseph Kosuth, que consistía en una póliza de seguro de vida para un viaje, ya sin validez, y que convirtió en pieza artística. Eso ocurría en los años setenta, momento en que el arte postal dio un paso de gigante al entrar en el Whitney Museum de Nueva York de la mano de Marcia Tucker y el artista Ray Johnson, fundador de la New York Correspondence School y el nombre de referencia en la historia del llamado mail art. La muestra consistía en cualquier envío de cualquier persona sin más requisito que el de que fuera destinado al museo.
Lo mismo ocurrió justo antes del confinamiento en el espacio de A.I.R. Gallery, en Brooklyn, la primera galería cooperativa de mujeres creada en Estados Unidos, sede histórica de pioneras del envío postal, aunque menos conocidas, como Anna Banana, Pauline Smith o Irene Dogmatic, que encontraron en el Do it yourself esa alternativa a la cultura mainstream con la que hablar de la identidad, la política y el punk. El día en que se declaraba el estado de alarma en España echaba el cierre también la exposición Fe* Mail* Art, que celebraba la historia del arte postal y su relevancia hoy. En momentos de comunicación digital, el arte postal sigue siendo el eterno network, ese soporte ilimitado que no necesita de grandes desembolsos económicos, ni disponer de estudio ajeno a tu domicilio. Un arte doméstico al alcance de cualquier persona con algo que decir.
A esa tradición mira el periódico Civilization, que adjunta un trabajo de arte postal en cada uno de sus ejemplares para burlar la soledad del aislamiento y la distancia física instalada en las calles. La idea es que las cartas abran una correspondencia continua entre los lectores de la publicación. En Cell Project Space, de Londres, también miran al mail art con Queer Correspondence, un proyecto lanzado hace unos días y que durará hasta final de año, que invita a un grupo de escritores, artistas, fotógrafos y cineastas a convertirse en amigos por correspondencia en torno a “un tiempo y espacio extraños”, una frase de uno de los libros de Jack Halberstam sobre la temporalidad queer y el cuerpo transgénero.
Otros muchos espacios lanzan estos días convocatorias de mail art, desde Dream Farm Commons, en Oakland, a la pequeña galería Lawrence & Clark, de Jason Pickleman, en Chicago, pasando por la conocida sede de Printed Matter en Nueva York, que celebra la feria de libros de artista más importante del mundo. Tras cancelar su edición de 2020 se contenta con haber recibido más de 600 obras de arte postal, desde la de un niño de 5 años a la de una mujer de 101. Una acción nada inocente en Estados Unidos y que alcanza un alto componente político ante la amenaza de Donald Trump de cerrar el servicio de envío postal frente a la campaña de los demócratas para pedir el voto universal por carta en las próximas elecciones. Ante ello responde también Artforum, una de las publicaciones históricas de arte contemporáneo, con el proyecto These Times en su próximo número de julio: una colección de 50 sellos de artistas que no tendrán un valor monetario, pero sí simbólico. Un proyecto que abrirá la convocatoria de esta filatelia alternativa, vía Instagram, a cualquiera que quiera enviar su propio sello. Por esta red social circula también una misiva que invita al envío postal de tu libro preferido a un extraño a cambio de una colección de 36 títulos fundamentales para otros. Una biblioteca de afectos que responde a ese mismo intercambio de ideas y amistad.
Pese a la antigua etiqueta de vieja escuela, el arte postal siempre avanza hacia delante y sin amedrentarse. Ha servido como vehículo para la concienciación ante lacras, calamidades, injusticias y abusos de poder. Ejemplo de ello es En la selva hay mucho por hacer (1971), una fabulación sobre la prisión política, escrita en forma de correspondencia por Mauricio Gatti para explicarle a su hija de tres años por qué se encontraba encerrado en un recinto militar, lejos de ella. Un volumen que ahora reedita la 11ª Bienal de Berlín en formato de cuento para colorear.
En contraste con la cultura oficial, el arte postal es un proceso continuo de replanteamientos, una búsqueda para el entendimiento entre artistas que sigue esquivando cualquier asimilación por parte del mercado. Hoy sigue escapando de la rígida línea fronteriza del mundo del arte y todavía tiene lecciones pendientes. Confirma que el arte está en todas partes y que no depende únicamente de la opinión de unos pocos. Esa idea de que lo importante es la base de la pirámide y no la cima, y que el artista Grayson Perry trata de lanzar desde su programa en Channel 4, el Grayson’s Art Club. Cada semana elige un tema y pide a los espectadores que envíen lo que se les ocurra en relación con ello. La aportación más importante no son las obras, sino la estructura interactiva que va desarrollando. La expresión perfecta del arte colectivo.
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