‘El año del Mono’, adelanto del nuevo libro de memorias de Patti Smith
'Babelia' adelanta un fragmento del texto, que llega este jueves a las librerías españolas
Epílogo de un epílogo
Se lo suplico a todos. Templen el miedo con la razón, el pánico con la paciencia y la incertidumbre con la educación. (Abdu Sharkawy)
Hace ya tiempo que terminó el año del Mono, y hemos entrado en una nueva década, que de momento se ha desarrollado con retos crecientes y una náusea sistémica, aunque no necesariamente inducida por la enfermedad o el movimiento. Se trata más bien de una náusea psíquica, que nos vemos obligados a paliar por cualquier medio que tengamos a nuestro alcance. Aunque el nuevo año albergaba mensajes de esperanza, su progresión ha hecho que nuestras preocupaciones personales y globales queden eclipsadas por una profunda falta de juicio.
Recibimos 2020 mientras nuestro centro moral constitucional es rediseñado de una forma cada vez más inmoral, gobernado por quienes afirman que se amparan en los valores cristianos pero dejan de lado la esencia del cristianismo: amarse los unos a los otros. Vuelven la cabeza ante el sufrimiento mientras siguen por propia voluntad a alguien que carece de una respuesta auténtica ante la menguante condición humana. Confiaba en que nuestra nueva década nos proporcionara un escenario más tolerante, imaginaba la apertura de unos paneles ceremoniales, como los laterales de los grandes trípticos de los altares abiertos en las fiestas de guardar, que revelarían 2020 como el año de la visión perfecta. Tal vez esas expectativas fuesen ingenuas, pero aseguro que las sentía de todo corazón, igual que siento la angustia de la injusticia, un borrón oscuro que no se irá jamás.
¿Dónde está la luminosidad? ¿Dónde está la justicia prudente?, nos preguntamos, labrando nuestra tierra con un arado mental, sobrecargados con la tarea de mantenernos en equilibrio en estos tiempos tan desequilibrados.
Un panel para el año de la Rata
Hay un dicho en los cánones de la astrología lunar según el cual el Mono necesita de la Rata. No estoy segura de en qué medida, aunque hay quien dice que las ratas son capaces de alegrar a los monos cuando se sienten deprimidos, porque cuando están juntos, el ambiente se llena de risas. Por supuesto, no solo nos referimos a las especies animales en sí, sino a ciertas cualidades inherentes de las personas nacidas en el año de su augurio. En cualquier caso, en este preciso momento estamos entrando en el año lunar de la Rata de Metal, que se celebrará por todo lo alto en nuestras grandes ciudades, sobre todo en las que cuentan con magníficos chinatowns, con impresionantes despliegues de fuegos artificiales, bailes de leones sagrados, confeti y serpentinas multicolores cayendo del cielo. Festejos que culminarán con un desfile el 10 de febrero, coincidiendo con la luna llena, con carrozas y dragones y símbolos del nombre del año que empieza. En un abstracto gesto de generosidad, me zambullo en una caja de discos viejos y desentierro Hot Rats, de Frank Zappa. La chica de la portada, que asoma de una piscina vacía, es miss Christine, una frágil belleza victoriana del grupo Girls Together Outrageously, también conocido como The GTO’s.
Hot Rats salió a finales de 1969. En aquella época yo vivía con Robert Mapplethorpe en el Chelsea Hotel y solíamos hablar con ella en el vestíbulo. Era un ser etéreo, con una melena incluso más indomable que la mía y la piel como el melocotón. En algún momento a principios de 1970, miss Christine me pidió que me uniera a su revolucionaria banda de rock, y aunque aquella no era mi verdadera vocación, me sentí halagada. Cuando le di la mano para sellar el trato, tuve la impresión de que estaba ante una delicada ave de presa. De eso hace más de medio siglo, algo de lo que cuesta hacerse a la idea, porque todavía puedo visualizarla con sus grandes ojos y la voz suave, con la cabeza ladeada, la hija guapa de un pirata que no llegó a cumplir los veintitrés. Saludo con la cabeza a la joven protegida de Zappa, saco el vinilo de la funda de plástico y lo examino con sumo cuidado, para descubrir que está cubierto de diminutas rayadas, como huellas de patas de una colonia de ratas dando vueltas.
Un tocadiscos gira de forma natural a través del tiempo. Dejo la carátula del disco encima del escritorio, ocultando momentáneamente una lámina pequeña de una ilustración de Tenniel en la que aparece Alicia conversando con el Dodo. Apoyado junto a la lámina hay un regalo de cumpleaños de un amigo muy querido, una rata de cristal erguida bañada en oro a la que he llamado Ratty. Presidirá mi habitación como un talismán lunar. Así es como funciona; nos dirigimos a la Rata de Metal que se yergue con un optimismo sin límites, pues cada año nuevo comienza con su criatura lunar asignada, con su particular armadura y su personalidad característica, así como con la creencia integral de que las cosas no tardarán en mejorar.
Panel de la festividad
“Las cosas no tardarán en mejorar”. Eso fue lo que escribí hace unos días en previsión de las celebraciones que iban a tener lugar en todo el mundo; el ambiente ya estaba cargado con la expectación de lo nuevo. La Rata de Metal es el primer signo del ciclo de doce animales en la astrología china, sin duda alguna un momento para la renovación y el optimismo. Pero, por desgracia, un giro inesperado, la amenaza repentina de una pandemia global ha enmarcado la entrada de la Rata de Metal, y ha minado los ánimos, hasta el punto de aguarle la fiesta al desfile. Con China a punto de confinarse por completo, me pregunté cómo se celebraría el Año Nuevo chino en nuestras propias calles y fui con Lenny Kaye a Chinatown, con la esperanza de atisbar los restos de la celebración de bienvenida al año, con su tradicional cúmulo de basura resplandeciente y tal vez unas cuantas ratas coloridas en palos engalanados con serpentinas rojas y doradas, por no hablar de la sensación general de júbilo. Esas eran nuestras infantiles expectativas, esperábamos ver calles abarrotadas, dudábamos de si encontraríamos aparcamiento, pero, por sorprendente que parezca, abundaban las plazas libres. Nos sentamos en el Silk Route Café y compartimos una tetera de té de arroz integral, antes de dar un paseo en busca de indicios de la acción.
Aunque aún era media tarde, las calles estaban tan desiertas que resultaban fantasmales, apenas se veían algunos peatones. Los restaurantes, salvo por nuestro querido Wo Hop, estaban vacíos, y cada vez sentíamos más urgencia por hallar algún atisbo de la primera ronda de festejos. Supongo que habíamos llegado demasiado tarde para una fiesta y demasiado pronto para otra.
Al final de Mott Street hay unos desgreñados restos de espumillón multicolor y pequeños montículos de confeti. ¿Dónde están las vaporosas estelas de los dragones dorados que ondean entre deseos que, cuando la luz capta en un ángulo concreto, sin duda se cumplen? En China, las cosas se han torcido para los juerguistas que se habían preparado para la mayor fiesta del año. En una rápida operación, Pekín ha cancelado las celebraciones a gran escala, incluso los templos se vacían conforme el letal coronavirus se extiende con insidia. Así ha quedado el heraldo de la pobre Rata de Metal, atrapada en la cuarentena junto con varios millones de personas más. Un virus que amplía la histeria mientras la enfermedad se embarca desde Wuhan hasta los puertos vecinos y provoca prohibiciones de desplazamiento y el cierre de fronteras. Justo donde habíamos aparcado vi una mascarilla protectora arrugada. En un esfuerzo por evitar el contagio, muchos se ponen esas mascarillas desechables. Algunos se ponen una encima de otra. “He dibujado una rata en la mía —dice un ciudadano desafiante—. Y aunque nos veamos privados de nuestra unión lunar, lo celebraré por mi cuenta con bengalas por la noche”. Pues a pesar de los decretos que prohíben las festividades, la gente encuentra maneras de exteriorizar sus jubilosas tradiciones. Patalean con un fervor propio de Brueghel y se aferran a la certeza de que el mundo no dejará de girar, y de que el año nuevo lunar siempre estará ahí mientras exista la luna; reinará, se esfumará, regresará.
El año del Mono. Patti Smith. Traducción de Ana Mata Buil. Lumen, 2020. 224 páginas. 18,90 euros.
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