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La banda de rap que lo cambió todo (y unas cuantas vidas)

Un ensayo autobiográfico trenza la historia de A Tribe Called Quest, fundamental en la historia del 'hip hop', con la experiencia afroamericana en Estados Unidos

Iker Seisdedos
Ali Shaheed Muhammad, Pfife and Q-Tip, integrantes de A Tribe Called Quest, en Nueva York en 1991.
Ali Shaheed Muhammad, Pfife and Q-Tip, integrantes de A Tribe Called Quest, en Nueva York en 1991.Al Pereira/Getty Images/Michael Ochs Archives

En los primeros compases de Excursions, tema que abre The Low End Theory (1991), segundo y extraordinario disco de A Tribe Called Quest (ATCQ), Q-Tip rima hip hop con bebop, sobre la línea de bajo eléctrico de A Chant for Bu, de Art Blakey & The Jazz Messengers. Es cuando canta que, siendo adolescente —“antes de tener estatus, antes de tener un busca”—, su padre le decía que el rap le recordaba a Charlie Parker y compañía. A lo que Tip responde: “Bueno, papá, ¿es que no sabes que las cosas son cíclicas?”. La irrupción de ATCQ a principios de los noventa posibilitó exactamente eso: un diálogo entre el rap, que entonces tenía la edad de un muchacho a punto de ir a la universidad, y sus ancestros. En el caso del poeta y periodista estadounidense Hanif Abdurraqib (Columbus, Ohio, 37 años) el entendimiento fue literal: el grupo neoyorquino tendió un puente con su padre, aficionado al jazz. Un tipo capaz de presentarse con un disco de Eric Dolphy ante el profesor de música, cuando este desaconseja al chaval la práctica de la trompeta porque sus labios son demasiado gruesos: si Dolphy pudo con esa bocaza, ¿a qué viene esa “ofensa racista”?

La anécdota abre el ensayo Go Ahead in the Rain (Alpha Decay) con las cartas sobre la mesa: lo que espera al lector no es tanto una historia fidedigna de ATCQ como la biografía de una pasión o, según indica la faja de la edición española, “una carta de amor a un grupo, a una cultura, a la música”. Abdurraqib se sirve de esa no ficción del yo alentada por Internet para entrelazar hechos y comentarios musicales con el relato de los sueños y frustraciones del paso a la edad adulta (versión adolescente negro en el Medio Oeste) y lo que significa crecer en compañía de una banda.

La historia de ATCQ invita a esas cosas. El grupo se basaba en la relación, demasiado arquetípica para ser verdad, de dos amigos de la infancia. En un rincón, Q-Tip, The Abstract, el líder carismático, rimador intelectual y fino buscador de samplers en polvorientos discos, que hizo una labor de transmisor del jazz comparable a la de Bob Dylan con la música vernácula americana. En la otra esquina, con su metro sesenta, Phife Dawg, el colega acomplejado, un rapero de registro agudo, disperso y brillante, más interesado en los partidos de los Knicks que se celebraban cerca del estudio en el que grabaron su primer disco que en el resultado de aquellas sesiones. La suma de ambas personalidades fue la grandeza de ATCQ, que completaban el fiel dj Ali Shaheed Muhammad y el asesor espiritual, a falta de mejor definición, Jarobi White, que lo dejó pronto para perseguir su sueño de ser chef.

ATCQ firmó una de las más brillantes páginas de la historia del hip hop gracias a la asombrosa sucesión de sus tres primeros álbumes, tres obras maestras del rap alternativo publicadas en cuatro años. People’s Instinctive Travels and the Paths Of Rhythm (1990) fue su afrocéntrica puesta de largo, e incluye su aportación más reconocible a la cultura pop, ese “Can I kick it? / Yes you can”, sobre un sampler de Walk on the Wild Side, de Lou Reed. Abdurraquib recuerda que contribuyó, junto a los primeros discos de Jungle Brothers y De La Soul, a abrir nuevos caminos. Las tres bandas, con su indumentaria entre jipiosa y africanista, se asociaron en un colectivo llamado Native Tongues que cobijó también a rimadoras como Queen Latifah o Monie Love. Mike D, de los Beastie Boys, definió así la estética: “Hasta entonces, todo era alardear y faltarse al respeto. Ellos supieron hacer música que se podía bailar y era políticamente diversa y concienciada”.

La cumbre para ATCQ llegó con The Low End Theory (1991), tal vez el segundo disco menos temeroso de la historia, un denso tratado de música negra y, por qué no, uno de los mejores álbumes de jazz de los noventa, en el que los préstamos de oscuras canciones se van trenzando para crear algo nuevo, mientras Tip y Phife, cuyo talento explota, rapean desde el yin y el yang. El tercero, Midnight Marauders (1993), supuso el asentamiento de un estilo y la promesa de que nada podía ir mal. Luce además una de las portadas más recordadas del género, en la que ¡71 músicos! de ambas costas se prestaron para ser retratados.

Aquello fue un espejismo: la imagen de la gran familia del hip hop bien avenida murió tiroteada entre el verano de 1996 y el invierno de 1997 con los asesinatos conectados de dos rivales: Tupac Shakur y Notorious B. I. G. La primera de las dos muertes llegó dos meses después de salir al mercado Beats, Rhymes and Life, cuarto álbum de ATCQ. Abdurraqib escribe: “El rap no tenía salida. […] pensé que sería su último disco y por eso me obligué a que me gustara, pensando que nunca más volvería a oír sus voces”. La buena noticia es que el hip hop supo dejar atrás aquella espiral de violencia. La mala: la salida condujo a una estética basada en la fama y el dinero que dominaría las décadas siguientes.

El interés del libro crece cuando Abdurraqib se aparta de los lugares comunes (como la influencia del apagón de Nueva York de 1977 en la eclosión del hip hop) y llama la atención sobre coetáneos de menor brillo, analiza galas de premios que hicieron historia o cómo Atlanta le robó la idea del rap moderno a Nueva York. Cuando comparte, en resumen, las vivencias de un fan con hermanos mayores que, nacido en 1983, llegó demasiado tarde para disfrutar de lo que los libros llaman “the golden age of hip hop” y sitúan entre, más o menos, 1986 y 1994. Y que, sin embargo, siente nostalgia por el final de una época: es un declive, pero al menos es su declive. “Echo de menos que las revistas impresas den grandes noticias”, escribe al hilo de una reflexión sobre el poder aglutinador de cierta prensa en las comunidades negras de EE UU. La gran noticia no fue tanto la salida del quinto disco de ATCQ, The Love Movement, desdeñado por la crítica, como la disolución de la banda, anunciada en la portada de septiembre de 1998 de The Source.

Tras ese episodio llega el debut en solitario de Phife (un fracaso comercial), el incendio que se llevó por delante los 20.000 discos de la colección de Tip y los años de silencio. El tono nostálgico se desborda cuando Abdurraqib adopta el género epistolar para contar todo eso, y dirige sentidas cartas a los miembros de ATCQ. La banda se reuniría varias veces, brevemente; de una de ellas salió un documental del actor Michael Rapaport (Beats Rhymes & Life: The Travels of a Tribe Called Quest) que, según el escritor, “habla principalmente de una amistad que ya no funciona”. También muestra la adicción al azúcar de Phife, aquejado de una diabetes congénita, enfermedad que se lo llevó por delante a los 45 años en 2016, poco antes de la salida del sexto disco de ATCQ, We Got It from Here... Thank You 4 Your Service, otra obra maestra, esta inesperada.

Escrito para una editorial universitaria (University of Texas Press), Go Ahead in the Rain llega al lector en castellano de la mano de Alpha Decay (y una traducción algo despistada en los términos musicales). Tal vez busquen a esa generación que cayó brevemente bajo el influjo del rap en la televisión de principios de los noventa con videoclips tan geniales como Buddy, con la cofradía Native Tongues en su plenitud. El corto verano del hip hop se extendió más o menos entre el estreno en Antena 3 de El príncipe de Bel Air y los disturbios, emitidos en loop por los informativos, que siguieron a la brutal paliza de la policía de Los Ángeles a Rodney King. De pronto, esa música pareció súbitamente peligrosa.

La publicación de este ensayo imperfecto es una buena noticia para aquellos aficionados hartos del discurso poperonormativo del periodismo musical español, según el cual solo una banda de Manchester que factura canciones perfectas de tres minutos puede cambiarte la vida. Que la música de ATCQ fue enormemente influyente también en España lo probaría en los años siguientes la primera generación del rap nacional: Violadores del Verso, Solo los Solo, Mala Rodríguez o Mucho Muchacho, nuestro Q-Tip.

Go Ahead in the Rain. Notas para A Tribe Called Quest. Hanif Abdurraqib. Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona. Alpha Decay. 202 págs. 21,90 euros.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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