Precisos, elegantes, divertidos, excepcionales
La novelista estadounidense Lorrie Moore reúne en un volumen una colección de reseñas y crónicas culturales cargadas de inteligencia y erudición heterodoxa
Lorrie Moore visita con cierta frecuencia una cafetería cuyo dueño es aficionado a los acertijos: el cliente que los responde recibe una taza de café gratis. Un día la pregunta es: “¿Qué dramaturga y actriz estadounidense fue arrestada y encarcelada por su trabajo?”, y Moore se sorprende de ser la única clienta que sabe la respuesta: Mae West.
La anécdota sirve para ilustrar la erudición un poco heterodoxa de la autora (de la que ella, por otra parte, no presume excepto para tomar café gratis), así como la diversidad de unos intereses que no se limitan a la literatura, como pone de manifiesto esta selección de ensayos, reseñas y crónicas escritas en su mayoría para The New Yorker, The New York Review of Books y The New York Times Book Review: libros y autores, pero también filmes, convenciones de partidos políticos norteamericanos, teleseries, Hillary Clinton, las costumbres de los habitantes del Medio Oeste, Lena Dunham, cómo combinar un traje para poder usarlo de forma medianamente decente durante toda una semana, cuál es “la mejor canción de amor del milenio”, etcétera.
A lo largo de las últimas décadas (desde la publicación de Autoayuda, su primer libro de relatos, en 1985), Lorrie Moore ha sido celebrada de manera unánime como una de las más extraordinarias escritoras de una literatura repleta de escritoras excepcionales como la estadounidense, aunque, a excepción de una publicación temprana en Anagrama en 1991, los lectores hispanohablantes tuvieron que esperar a 1999, cuando su colección de relatos Pájaros de América fue publicada por Emecé con el muy carveriano y tramposo título de Es más de lo que puedo decir de cierta gente, para comenzar a conocerla. Su reputación no ha dejado de crecer desde entonces, sin embargo, algo a lo que han contribuido libros de relatos como Como la vida misma (Salamandra, 2003) y Gracias por la compañía (Seix Barral, 2015), y novelas como El hospital de ranas (Salamandra, 2004) y Al pie de la escalera (Seix Barral, 2011).
“Si una persona me viese trabajar”, afirmó en la entrevista que le hizo Elizabeth Gaffney en The Paris Review en 2001, “vería que se trata de llegar todo lo lejos que puedo con una voz, el fragmento melodioso de una larga y persistente idea”. Lúcidos, irónicos, a menudo trágicos sin que caigan en el patetismo, los relatos de la autora se caracterizan por la aparente pérdida de control de sus narradores, por lo general enfrentados a dilemas y a situaciones que no terminan de comprender. No siempre los (muy buenos) escritores de ficción son también buenos o muy buenos críticos, y el interés de Moore por la voz podría llevar a creer que la autora tiende a poner la expresión por delante del análisis, un error relativamente frecuente cuando un escritor intenta hacer crítica literaria.
Pero no es el caso: los ensayos y reseñas de Lorrie Moore son inteligentes, precisos, elegantes, tan objetivos como cualquier texto de crítica puede pretender ser y, al mismo tiempo, profundamente personales. Y muy divertidos. Ya sea escribiendo sobre Galápagos, de Kurt Vonnegut; acerca de los primeros cuentos de John Updike o de True Detective, la autora se las arregla para darle a su lector mucho más de lo que esperaba. Moore ve en el affaire Clinton-Lewinsky el tránsito de “una suerte de patrón de espera beckettiano” a “una comedia sexual que la masa veraniega encuentra más entretenida”; de un mal libro afirma que es “una suerte de ventriloquía de una inquietante falta de voz”; el Estado de Wisconsin le parece “el más bello de los Estados agrícolas del Medio Oeste”, lo que no impide que las actividades preferidas de sus habitantes consistan en “la anormalidad y la corrupción, así como los proyectos utópicos, los estados de ensoñación, la grandiosidad provinciana, la mansedumbre, la decoración rebuscada de patios y el envío de mensajes sexuales explícitos”.
Moore funda sus opiniones en un conocimiento profundo de aquello de lo que habla, algo especialmente visible en el caso de los autores que más parecen interesarle, como John Cheever, V. S. Pritchett, Don DeLillo, Margaret Atwood, Joyce Carol Oates, etcétera (lo cual no excluye que, al menos en una ocasión, se pregunte, como tantos críticos antes y después de ella: “¿Qué clase de libro de mierda es este?”), pero no duda en dar cuenta del carácter parcial de sus juicios con expresiones como “quizás”, “es posible” y “tal vez”: no es coquetería, sino una forma válida de poner de manifiesto que quien habla es ella y no otro sin necesidad de recurrir a la bobería de la primera persona.
A la autora le interesan el lenguaje “bello y preciso”, la autoridad narrativa, la narración cuyo autor “consiente” y a la que “le desordena afectuosamente el cabello” dejándola ir donde sea. De Charles Baxter destaca, por ejemplo, que ha sabido “entrar en los lugares ordinarios y secretos de la gente: sus dilemas emocionales y morales, sus típicas circunstancias estadounidenses, sus inteligencias en llamas, sus negociaciones con lo bloqueado, lo violento, lo atrofiado, lo decente o milagroso en sus vidas”. De Philip Roth afirma: “En términos de productividad, genialidad, articulación distintivamente estadounidense, furia filosófica, irritabilidad cómica, representaciones dramáticas de la soledad, originalidad y repugnancia inquebrantable hacia la convención heterosexual, es difícil pensar en un artista contemporáneo con el que pueda compararse”.
Buena parte de sus textos son crítica cultural en el mejor sentido de la expresión, por cuanto vinculan textos con manifestaciones del arte contemporáneo, programas de televisión, canciones, declaraciones de políticos y observación personal. Puede reprochársele su aparente desinterés por las literaturas de género y la producción escrita de las minorías estadounidenses, así como un entusiasmo algo forzado por el espectáculo audiovisual de masas, pero la autora sabe de lo que habla y cómo hacerlo.
La prensa tiende a expulsar el tipo de crítica literaria que escribe Moore, en especial en el ámbito hispanohablante; lo hace a menudo con el argumento de que sus lectores no la quieren, algo que es rigurosamente cierto: no pueden quererla porque no saben que existe. Y sin embargo no parece posible creer que haya un placer mayor que el de leer a una inteligencia de primer orden como la de Lorrie Moore pensando acerca de algo. Probablemente el lector de A ver qué se puede hacer no podrá dejar de subrayar pasajes del libro y tomar notas pese a que los editores no le han dejado mucho margen. Como afirmó Mae West, las cosas habría que probarlas al menos una vez, dos si nos gustan y tres para estar seguros, y este libro de Moore es excepcional.
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Autora: Lorrie Moore.
Traducción: Cecilia Pavón.
Editorial: Eterna Cadencia, 2019.
Formato: eBook y tapa blanda (512 páginas).
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