Garea
Nunca fue de incendiario, de kamikaze, de sensacionalista. Era tan inteligente como sensato ejerciendo su profesión, y también un profesional, ese concepto tan poco extendido
Conocí a Fernando Garea en los años ochenta, trabajando en Diario 16, aquel periódico tan curioso que dirigía con multitud de ideas un purasangre del periodismo impreso. Continuamos en El Mundo y volvimos a coincidir en este periódico. Se dedicaba a algo que a mí me resulta tan farragoso o ingrato como la información política, las movidas en el Parlamento, esas cosas. Pero siempre leí con interés sus artículos y además me creía lo que contaba. Por ello, alcanzó algo que ni se compra ni se vende llamado prestigio, el auténtico, el de verdad. Nunca fue de incendiario, de kamikaze, de sensacionalista. Era tan inteligente como sensato ejerciendo su profesión. Y también un profesional, ese concepto tan poco extendido. O sea, alguien en posesión de lo que hay que tener, haciendo lo que hay que hacer.
Ser tan serio en su trabajo no le impedía al Garea relajado utilizar un humor sardónico y caústico en la vida cotidiana, reírse el primero de sus propias gracias y contagiártelo, discutir con ingenio sobre lo divino y lo humano, plantear dudas, incluso aceptar consejos de alguien tan turbulento como yo sobre películas y libros. Creo que se llevaba razonablemente bien con el universo sobre el que escribía. Sin perder la independencia de sus criterios. Y esa libertad le obligó a largarse de diversos medios cuando intentaban acorralarle.
Y ahora, que se suponía disponía de autonomía como presidente de la agencia Efe, le han vuelto a lapidar por no seguir perrunamente las consignas. Y lo ha hecho gente próxima a su ideología, no el implacable fuego enemigo. Su despedida tiene brío. "Una agencia pública de noticias no es una agencia de noticias del Gobierno". Ellos no piensan lo mismo. Los de antes, los de hoy, los de mañana.
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