Si ves ‘Sex Education’ solo por el sexo te pierdes una gran serie
No hay un solo tópico en la serie, o más bien es una reunión de todos ellos en posiciones tan antagónicas que inventa una nueva forma para la comedia de instituto
Quería Laurie Nunn, la talentosísima creadora de Sex Education (Netflix), endurecer el mensaje, ahondar en los pequeños abismos de los personajes, en su vuelta al instituto Moordale. Quería superar la condición de curioso, divertido y más o menos incómodo –en especial, para el personaje protagonista– del inventario de anécdotas sexuales que servían como motor del clásico desencuentro entre la chica dura, Maeve (Emma Mackey), y el loser Otis (Asa Butterfield). Quería convertir un perfecto artefacto de ficción, un perfecto dramedy de instituto –realmente, la primera entrega parecía difícil de superar– en algo mucho más profundo y doloroso. Pintar el esbozo, y hacer frente a cuantas trampas pone en tu camino la adolescencia –y no solo la adolescencia– extendiendo su intención didáctica a todo aquello que rodea al sexo en el instituto, es decir, la vida, ese campo de batalla.
¿Y lo ha conseguido? Sí, sin duda. Hasta la fecha, Sex Education era, y es, un logro mayúsculo, la serie de instituto que mejor ha representado la idea misma del instituto, un lugar de descubrimiento en el que nada está fijado, en el que todo está aún, como en la vida de los alumnos, por hacer. Los prejuicios y los roles están formándose pero pueden no llegar a hacerlo y quizá nunca lo hagan. Era y es una serie de primeras veces. Nunca antes en una ficción de instituto se habían, por ejemplo, desabrochado tantos pantalones de chicas con la naturalidad con la que se acostumbran a desabrochar los pantalones de chicos todo el tiempo en la ficción audiovisual, con el fin de que el otro le dé placer, ni se había mostrado de forma tan clara la búsqueda (y el encuentro) del placer femenino –la escena de la masturbación conjunta de Lily y Ola es un excelente ejemplo–, el gran ausente en toda serie sobre adolescentes producida hasta ahora.
Tampoco se había dejado fluir el rol de los personajes de la manera en que lo hace Nunn. Pensemos en Grease, el clásico que más o menos funda la base de la comedia de instituto, aquello que se intenta modificar –en el mejor de los casos– o reproducir sin remedio hasta el infinito. El chico es siempre un chico duro pero sensible que nunca va a dejar de ser quién es por una chica. Sin embargo, ella ha tenido que conocerle para darse cuenta de lo que llevaba dentro, o, peor, ha tenido que abandonar a la chica que era para convertirse en otra cosa y, claro, conquistarle. Todo es estar conmigo o contra mí, y no existen los colores, ni las religiones, ni la diversidad sexual, todo se da por supuesto porque no puede ser de otra manera. Y desde 90210 hasta Salvados por la campana, pasando por tan encomiables intentos de alejarse del tópico como Freaks & Geeks, o Glee, nada nunca había llegado tan lejos como Sex Education.
Y eso es porque el instituto Moordale es un adolescente más, en él todo se mueve, nada está aún fijado, como nada está aún fijado en sus alumnos, ni en ningún alumno de ningún instituto del mundo, por más que la ficción se haya empeñado todo este tiempo en otorgar viejos roles a un siempre tan nuevo y fascinante e imprevisible personaje como es el del adolescente. No hay un solo tópico en Sex Education, o más bien es una reunión de todos ellos en posiciones tan absolutamente antagónicas que, a la vez que inventa una nueva forma para la comedia de instituto –la que siempre debería haber existido, aquella en la que todo es posible–, desmonta todas las viejas en un degustable, y plástico –el inacabale colorido del vestuario, la composición de escenas, todo tiene, a ratos, aspecto de viñeta– festival narrativo.
Decíamos que Nunn pensó ir más allá en el dibujo de los personajes y sus abismos y que lo ha conseguido. Añadimos que, al hacerlo, ha ofrecido puertas con salida, una salida respetada y positiva, a algunos de los principales problemas de los adolescentes de hoy y siempre. Veamos dos ejemplos. El caso de abuso en el autobús de Aimee, cuyas consecuencias en el carácter, hasta entonces despreocupado, de la chica recorren prácticamente toda la temporada, sirve para entender cómo de no insignificante es cualquier tipo de situación sexual no consentida y las consecuencias que tiene en el carácter y la vida de la víctima. Y la presión que siente Jackson Marchetti (Kedar Williams-Stirling), el nadador estrella del instituto, el chico popular, que por primera vez –y esta es una de esas primeras veces de Nunn– es negro y tiene dos madres y no juega rugby ni béisbol ni corre, le está llevando a hacerse daño para forzar un apartarse del camino que tiene que ver con el silenciado miedo a la decepción del buen chico y que, como dice otro de los personajes, en un porcentaje muy alto puede acabar en suicidio.
No hay lecciones en Sex Education sino posibilidades. La posibilidad de que tu primer novio –Rahim, el novio de Eric– respete desde el primer momento todo lo que no entiende de ti, o la de que te odies a ti mismo pero no puedas evitar querer a los demás –el caso de Adam es el más oscuro en ese sentido y, pese a todo, hay luz al final del túnel–. La de que no permitas que tu hermana pequeña pase por lo que tú has pasado aunque no sepas qué exactamente le deparará –Maeve también se hunde en el infierno de su madre heroinómana–, o la de que no entiendas por qué estás sola cuando eres tú la que expulsas a todo el mundo de tu lado –la enorme Gillian Anderson da aquí el do de pecho, y asoman todas las aristas de un personaje engreídamente perfecto–.
Y luego está el aspecto didáctico, sexualmente hablando. Tengas la edad que tengas, con Sex Education, aprendes. Y esto es así, otra vez, porque no se dirige únicamente a un espectro de público sino que tiene en cuenta a todo el mundo, en un ejercicio de empatía admirable y necesario.
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