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Columna
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Actores

Las actuaciones de Pablo Iglesias llevaban el sello del Método, la intensidad. Pero el cargo de vicepresidente le aconseja adoptar la sobriedad contundente de los actores clásicos

Pablo Iglesias y Vicente Vallés, durante la entrevista del pasado martes.
Pablo Iglesias y Vicente Vallés, durante la entrevista del pasado martes.
Carlos Boyero
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El Parlamento

Es fantástica la evolución de determinados actores. Por ejemplo, Pablo Iglesias. Durante mucho tiempo, sus actuaciones llevaban el sello del Método, la intensidad, la sobreactuación. Pero constato que el cargo de vicepresidente le aconseja adoptar la sobriedad contundente de los actores clásicos. ¿Quién representa el clasicismo actoral en la política? Pues el superdotado Felipe González. Constato ese cambio en la entrevista pretendidamente incisiva que le hace Vicente Vallés.

Ninguna respuesta incendiaria por parte de Iglesias. Solo repite que es tiempo de hacer política (adiós a la toma de la Bastilla), reitera su armonía en la causa común que afrontan con los socialdemócratas y le da un corte oportuno a su audaz entrevistador cuando este le pregunta venenosamente por el exotismo de que su pareja y él ostenten ministerios. Iglesias, muy rápido, le recuerda a su interrogador que eso ocurre en muchos sitios, incluida la empresa audiovisual en la que trabaja Vallés. O sea, la del más periodismo. Y ya llegarán el traje y la corbata. Ya lo decía el sabio Leonard Cohen: “Antes de aprender magia, la gente debería de practicar la etiqueta”.

También observo la despedida de la política de Borja Sémper. No creo que interprete. Me parece ejemplar su tono, su expresividad, lo que dice y cómo lo dice, me lo creo siendo yo tan descreído. Parece alguien normal en el mejor sentido de la palabra. Y no tienen desperdicio las razones de su adiós: “Me apasiona la discrepancia, pero rechazo el enfrentamiento gratuito. Tengo la amarga sensación de que la política transita por un camino poco edificante”. Lo cuenta alguien inteligente que se jugó la vida, rodeado de guardaespaldas. Debió de creer en su profesión.

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