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ANÁLISIS
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El plasma es el mensaje

Los vetos, las declaraciones gubernamentales sin preguntas o las comparecencias mudas pone en peligro la libertad de prensa

Rosario G. Gómez
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman el acuerdo programático del futuro Gobierno de coalición, el 30 de diciembre.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman el acuerdo programático del futuro Gobierno de coalición, el 30 de diciembre.JuanJo Martín (EFE)

El filósofo de la ciencia argentino Mario Bunge se preguntaba hace un cuarto de siglo si la información era un bien cultural o una mercancía. En realidad, consideraba, es ambas cosas a la vez, pero puede ser una mercancía de mala calidad (información falsa o trivial) o de buena (información verdadera e importante) y también un auténtico bien cultural siempre y cuando haya competencia y libertad para producirla, adquirirla y utilizarla.

En cualquier democracia, se da por hecho que existe libertad de prensa. Que los periodistas pueden ejercer su trabajo sin cortapisas y que los mandatarios desempeñan el suyo con transparencia. Pero en las últimas semanas, las asociaciones de periodistas españolas vienen denunciado un deterioro del ejercicio del periodismo, que se manifiesta en vetos a profesionales y a medios de comunicación por parte de partidos o en comparecencias políticas sin preguntas. Son estrategias que desprecian y ningunean la función del periodismo en una sociedad libre y plural.

En los años en los que Mariano Rajoy ocupó la presidencia del Gobierno, los cronistas se veían obligados a seguir sus comparecencias a través de las pantallas de televisión. El plasma era el mensaje. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han heredado esa abominable costumbre. Durante la presentación en el Congreso del pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos solo se permitió la presencia de los periodistas gráficos, dejando fuera de la sala a los redactores, que formulan preguntas. La Asociación de la Prensa de Madrid fue contundente: “El deber de los responsables políticos es someterse al escrutinio de la opinión pública a través de los medios de comunicación” y no admitir preguntas “significa obstaculizar el libre ejercicio del periodismo”.

Hay ocasiones en las que las preguntas se limitan drásticamente. Tras ser propuesto por el Rey como candidato a la investidura, Sánchez redujo el cupo a dos. En estas circunstancias, los informadores pactan tanto el contenido como quiénes las formulan. La restricción desencadenó una nueva oleada de “enérgicas protestas” ante el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver. Sirvió de poco.

Los vetos, las declaraciones gubernamentales sin preguntas o las comparecencias mudas convierten en irrelevante la misión de los profesionales y pone en serio peligro la libertad de prensa, como ha alertado la Federación de Asociaciones de Periodistas de España. Los políticos españoles se van pareciendo un poco más a aquellos que solo conceden entrevistas a interlocutores dóciles. Donald Trump y Nicolás Maduro vetan a su antojo a los incómodos y Boris Johnson ha eludido someterse al cuestionario del periodista político estrella de la venerada BBC, Andrew Neil, en la pasada campaña electoral. Un desplante insólito en el Reino Unido pero una actitud frecuente en España. José María Aznar o Pablo Casado pueden dar fe.

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