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Las siete vidas de las tiendas de discos valencianas

Las tres clásicas de la capital, entre las más veteranas de toda España, emergen de la pandemia como supervivientes de mil y una batallas con un público fiel

Juan Vitoria, en su tienda Discos Amsterdam de Valencia.
Juan Vitoria, en su tienda Discos Amsterdam de Valencia.Miguel Ángel Polo

No ha habido quien pueda con ellas. Al menos, de momento. La crisis de la covid-19 ha sido tan solo el enésimo contratiempo para esos espacios de libertad, santuarios de una forma tradicional de vivir la música popular, que son las tiendas de discos. La devaluación del formato físico, la crisis económica de 2008 y, ahora, la pandemia. Demasiados clavos para remachar un ataúd que se antoja lejano. Porque ahí siguen. Y con trabajo para dar y tomar: a este cronista le ha costado lo suyo poder robarles cinco minutos de su tiempo a los responsables aquí entrevistados. Y unas cuantas llamadas. Señal de la vitalidad de su negocio.

Tres de las más veteranas de toda España están en València. Cuatro, si tenemos en cuenta a Discocentro, que llevaba abierta en la calle Russafa desde 1978, pero acumulaba muchos años dedicada a la venta de discos de segunda mano, y ya ha anunciado su cierre definitivo para el 30 de junio. Las céntricas Oldies, Amsterdam y Harmony han reabierto sus puertas en las últimas semanas. Y la reentré no ha podido ser más calurosa: con una clientela fiel que, pese a la limitación de aforo, la obligación de portar mascarillas y manejarse entre mamparas y geles hidroalcohólicos, no ha faltado a la cita militante con su dispensador favorito de esas rodajas de placer, pequeñas – o grandes, si hablamos del resucitado vinilo – píldoras de la felicidad que no entienden de almacenamientos en una nube digital, compresiones mp3 ni frías plataformas de streaming.

La tienda de discos Oldies de Valencia.
La tienda de discos Oldies de Valencia.Miguel Ángel Polo

"Ya no vendemos música, vendemos un soporte”, afirma Vicente Fabuel, dueño – junto a Pepe Salvador – de Oldies, la tienda que se esconde en la angosta calle Nuestra Señora de Gracia, justo detrás de la iglesia de San Agustín, desde 1978. “El tema de la virtualidad de la música es una batalla perdida”, esgrime. Lo que se lleva ahora entre los clientes tradicionales “es una relación casi sexual con el tacto del vinilo, con el soporte, eso que fue tan significativo en el siglo XX”, añade. Por suerte, Oldies mantuvo su actividad de venta por correo – que incluso repuntó – durante las semanas de cierre, algo así como sus particulares servicios mínimos, pero la afluencia de clientes desde que izó la persiana y abrió sus puertas ha sido sorprendente hasta para ellos mismos: “El núcleo duro ha vuelto con fidelidad, hasta con lágrimas”, sonríe.

Otra historia de supervivencia, porque la crisis sanitaria ha sido solo otro de los muchos mazazos sufridos por un sector tan especializado y tan de cercanía. Para Fabuel, son concretamente tres: “El primer punto de inflexión fue la aparición del CD, un formato que no nos ha gustado nunca, ya que siempre apostamos por continuar primando el vinilo de forma valiente (aunque económicamente nos fue bien a todos con el CD, ojo); el segundo fue la crisis del 2008, que no vimos venir, y el tercero la subida del IVA del ministro Montoro en 2012, hasta el 21%, que fue algo increíble: una forma de no considerar a la música como cultura, incluso equiparándonos a las empresas funerarias”.

Por cierto, que versiones del Resistiré a cargo de Manolo Escobar o Los Marismeños han sido, a modo de anécdota, algunos de los insólitos hallazgos buscados por los coleccionistas que frecuentan Oldies, confiesa Fabuel. El agravio comparativo que supone la aplicación de ese 21% a la música grabada respecto del que comporta la venta de libros, un 4%, es un argumento también esgrimido por Juan Vitoria (lo califica de “brutal”, más cuando “muchísimos libros han sido influidos por la música”), propietario desde 1982 de Discos Amsterdam, emblemática tienda que, por estar ubicada en una gran superficie – Nuevo Centro – ha tenido que abrir con dos semanas de retraso respecto a las otras. Y con el aforo reducido a cinco personas. “Me he quedado muy sorprendido, porque la gente ha venido con mucho cariño, cada uno a aportar su granito de arena”, comenta. Vitoria, que mantiene su presencia muy activa a través de su programa de radio.

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Fachada de la tienda Harmony de Valencia.
Fachada de la tienda Harmony de Valencia.

Él sí cree que este ha sido, con diferencia, “el momento más complicado en nuestros 37 años”, ya que durante las semanas de confinamiento ni siquiera se atrevía a acercarse la tienda a recuperar discos con vistas a venderlos online (de hecho, cerraron temporalmente la web), por miedo a una sanción de la policía: “Hasta que no tuve un volante del médico, al que acudo por rehabilitación, que está al lado de Nuevo Centro, no me acerqué”, dice. Para él, la tan cacareada vuelta del vinilo a su viejo esplendor como tabla de salvación de las tiendas de discos es más bien una tópica panacea: “Eso es más testimonial que otra cosa, porque miras lo que vendíamos en 1987 y hasta te ríes”, dice. Vitoria guarda apuntes contables escritos de todos los discos que ha despachado desde que abrió en 1982. Por eso afirma que “por cada veinte discos de entonces, se vende uno hoy en día”. En aquellos tiempos, “esto no era una tienda, era un chollo”.

Así recuerda una época, a finales de los ochenta e incluso primeros noventa, con el auge de bandas como “Pavement, Blake Babies, Teenage Fanclub o Dinousar Jr.”, en la que “vendía por castigo”. Aquellos 90 en los que su programa de radio, Los 39 Sonidos, solía figurar con frecuencia entre los más votados por los lectores de la recientemente desaparecida revista Rockdelux, pese a su alcance local. Con todo, el jefe de Discos Amsterdam no es partidario de la queja: “Siempre pienso que hay gente que está mucho peor, que no va a llegar a fin de mes”.

Si entre las cuatro paredes de Amsterdam apenas pueden juntarse cinco clientes, en Discos Harmony, ubicada en el Pasaje Doctor Serra – junto a la Plaza de Toros – desde 1985 (aunque abierta desde 1978 en otros emplazamientos de la ciudad), tan solo pueden dar cobijo a cuatro. Su propietario, Víctor Carbone, quien tampoco da abasto estos días, confiesa que la acogida tras la reapertura ha sido “muy buena”. Ellos tampoco estuvieron activos durante las semanas de confinamiento, y el reencuentro con quienes la frecuentan de forma habitual ha sido, como en el caso de Oldies o Amsterdam, igual de cálido. Con esa sensación de reencuentro con alguien que, más que un mero prescriptor de sonidos, es casi un amigo, un confesor. Algo más que una profesión amenazada por la modernidad globalizada.

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