Pesadilla
Inés Arrimadas era mi actriz favorita en ese teatro tan soporífero, falso, reiterativo, previsible, prosaico y vano de la política. Pero un guion equivocado la incita a repetir innumerables veces idéntico rollo
Encuentro placer estético observando el rostro de Inés Arrimadas, sus movimientos, su sonrisa. Era mi actriz favorita en ese teatro tan soporífero, falso, reiterativo, previsible, prosaico y vano de la política. Y me gustaba su forma de expresarse, su tono desafiante, el punto suavemente macarra de una niña bien. Pero un guion equivocado o aburrido desde hace tiempo la incita a repetir innumerables veces la misma frase, idéntico rollo. Imagino que en su certidumbre de que los receptores tienen problemas auditivos o son cortos de entendederas. O que la repetición incansable de una mentira (o de un disparate) acaba consiguiendo certificado de autenticidad.
Y flipo ante algunos de sus descubrimientos. El último es que el futuro Gobierno (y si no lo hubiera, la clase política merecería que sus votantes les despojaran a perpetuidad de sus sueldos) es la pesadilla del 95% de los españoles. Son horribles las pesadillas. Muchas de ellas resultan inexplicables, pero otras podrían tener sus raíces en el terror a perder lo mejor que tienes, la enfermedad propia o la de gente a la que amas, quedarte en la puta calle, ser empujado al vacío, que se hagan corpóreos los monstruos que engendra la soledad. No todo va a estar relacionado con el sexo instalado en el subconsciente, como aseguraba el señor Freud al interpretar los sueños.
Al salir a la calle voy contando mentalmente a las personas con las que me cruzo hasta llegar al centenar. Intento descifrar por el malestar de su expresión a las 95 almas torturadas al pasar su noche acorraladas por la pesadilla del venidero Gobierno. Y, cómo no, a los cuatro frívolos e irresponsables cívicos que, al igual que yo, han dormido como los angelitos. Merecemos ir al limbo.
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