Fernando Savater, taurino: “El animalismo actual es una chaladura”
El filósofo reflexiona sobre los toros tras ser galardonado con el premio Ciudad de Sevilla
Hoy, domingo, seis de octubre, Fernando Savater (San Sebastián, 1947), reconocido filósofo y escritor, está en París disfrutando de su verdadera afición: las carreras de caballos.
Hasta la capital francesa viajó la pasada semana, horas después de conocer que se le había concedido el Premio Taurino Ciudad de Sevilla, que organiza el Ayuntamiento local para reconocer a personas o instituciones que se hayan distinguido por su acercamiento al mundo del toro como hecho cultural.
Savater dice estar encantado con el galardón, aunque lo considera “demasiado generoso": "Soy un aficionado a los toros muy episódico; solo voy a las plazas dos o tres veces al año con motivo de la feria de San Sebastián, y no soy de esos que viajan de un lado a otro para ver corridas. Creo, más bien, que me lo han concedido porque lo que yo hago es teorizar contra los antitaurinos, que consideran el espectáculo taurino como algo inmoral, brutal y salvaje…”.
— Y usted cree que no lo es…
“El animal que no pueda ser mascota, desaparecerá”
— “En nuestro tiempo hay planteamientos que, en principio, están bien, tales como la lucha contra la violencia de género, la no crueldad gratuita contra los animales o la defensa del medio ambiente; asuntos que en su origen son perfectamente razonables, pero que, de pronto, crecen y se convierten en chaladuras, sobre todo cuando pasan por EE UU, que es el umbral de todas las chaladuras del mundo en este momento, y se convierten en temas exagerados y peligrosos para la convivencia”.
— ¿Se refiere usted a la corriente animalista?
— “El animalismo es una idea perfectamente justificada, una estética de generosidad, como decía Nietzsche, con los animales, que me parece muy bien y que, de pronto, se ha convertido en una agresión a las costumbres y a los propios animales. No todos los animales pueden ser mascotas. Y llegará un momento en que aquel que no pueda serlo, como el caballo o el toro bravo, desaparecerá, porque no servirá para ejercer sus funciones naturales”.
— Visto de tal modo, se podría aventurar que el animalismo es una seria amenaza para la pervivencia de la tauromaquia.
— “El verdadero peligro son los propios taurinos, la manipulación del toro, el abaratamiento de la fiesta, la búsqueda de facilidades de los toreros, la turistización del espectáculo… Todas ellas son amenazas más graves que el animalismo. Pero la sensibilidad animalista influye, claro que sí. Si los padres no llevan a sus hijos a los toros y se corta esa transmisión es difícil la permanencia de la fiesta. De todos modos, este verano he visto en la plaza de San Sebastián más jóvenes que en años pasados, que solo había gente de mediana edad y viejos como yo”.
— Parece claro, no obstante, que no está bien visto que a un intelectual como usted le gusten los toros…
— “Ni los caballos. Ocurre que las carreras son aquí menos importantes que en Inglaterra, pero en ese país también los grupos animalistas hacen campaña contra este deporte. Es decir, mis dos aficiones están amenazadas. Es verdad que hay mucho vocerío animalista, pero también son muchos los intelectuales que defienden las corridas, bien porque les gusten los festejos taurinos o porque no les gusten los animalistas”.
— Pero, ¿tiene sentido en pleno siglo XXI la tauromaquia?
“Mis dos aficiones, los caballos y los toros, están amenazadas”
— “Todos los deportes, juegos o fiestas que tienen relación con el mundo rural, tanto los caballos como los toros, se van haciendo invisibles. Cuando llegué a Madrid por vez primera, con 12 años, al lado de mi casa, en pleno barrio de Salamanca, había una vaquería donde comprábamos la leche. Hoy, eso suena a fábula, a otro mundo, y no hace más que sesenta años. Mantener los juegos de origen rural es muy difícil”.
— ¿Quiere decir que la tauromaquia tiende a desaparecer?
— “No sé. Tengo la bola de cristal muy empañada. Cada cual debe trabajar para que si la fiesta tiene que desaparecer que sea porque la gente se aburra y se aleje de las plazas, y no porque se la persiga o se prohíba”.
— Pero en el espectáculo taurino corre la sangre…
— “Es así, pero hay que distinguir entre crueldad y crudeza. La crueldad es sangrar física o moralmente a alguien para deleitarse en su sufrimiento. Por el contrario, hay deportes de contacto, juegos violentos, espectáculos crudos, en los que puede brotar la sangre, como sucede en los toros. Y es aceptable que no le guste a todo el mundo. Pero no es lo mismo crueldad que crudeza”.
El aprecio de Fernando Savater por los toros son recuerdos de la vieja plaza de El Chofre de San Sebastián, a donde acudía con su familia cuando era pequeño. Allí conoció a Julio Aparicio, Diego Puerta, Antonio Bienvenida y Antonio Ordóñez, su torero preferido.
“He tenido mucho cariño por Curro Romero, y en algún momento de mi vida lo he seguido por algunas plazas, y he profesado admiración por Paco Camino y Rafael de Paula, pero Ordóñez es el torero más completo, más cuajado y más contundente que he visto y que más me ha emocionado. Y de los actuales, me gustan Enrique Ponce y Roca Rey”.
Savater ha contado alguna vez que el escritor y aficionado José Bergamín le dijo un día: “A ti no te gustan los toros; solo te gustan las buenas corridas”.
“Eso es verdad”, corrobora Savater. “Él sostenía que el hecho mismo de estar en la plaza ya es un disfrute, y eso solo me sucede en las carreras de caballos. Reconozco que en los toros me puedo aburrir bastante. Es decir, no soy un verdadero aficionado. Mientras viajo por el mundo para ver carreras, mi afición a los toros se limita a San Sebastián”.
En 2004, Fernando Savater contó estas experiencias en Sevilla, cuando fue el pregonero de la feria taurina de abril.
Dice que cuando se conoció su nombramiento recibió muchos mensajes de gente escandalizada porque “un profesor de ética, de convicciones ilustradas y humanistas, se prestara a ensalzar un espectáculo cruel”.
“Me lo han dicho muchas veces, y yo he intentado razonarlo en mi libro Tauroética, pero algunos no han entendido los argumentos. La ética se preocupa de las relaciones entre los seres humanos racionales y no de estos con los animales, que no son piedras, pero tampoco personas. Pero está visto que hay gente muy apasionada para entender estas cosas”.
El próximo año, en plena primavera, deberá volver a Sevilla para recoger el premio que le han otorgado no por ser aficionado, sino por defender la tauromaquia. De momento, horas después de conocer que su militancia taurina ha sido reconocida en la capital andaluza se da prisa en hacer la maleta porque las carreras de caballos —su verdadera afición— le llevan a París.
— Pero, ¿seguirá usted yendo a los toros?
— “Sí, porque ya soy viejo para cambiar mis costumbres y me dejo influir poco por las novedades”.
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