Altman en Valencia
Valenciana, de Jordi Casanovas, es una crónica tragicómica de la Valencia de los noventa que recuerda la multiplicidad narrativa de Altman en Nashville. Una obra ambiciosa que merece verse
Pasmosa temporada del fecundo Jordi Casanovas, que desde 2018 ha estrenado en Barcelona o Madrid títulos como Mala broma, Jauría (que sigue girando con gran éxito), la reposición de Port Arthur (con nuevo reparto), La dansa de la venjança, Gasolina, y el pasado mayo presentó Valenciana (la realitat no és suficient) en el Principal de Valencia, obra que la semana pasada recaló fugazmente (solo estaba programada dos días) en el Goya barcelonés, invitada por el Grec. Su nueva obra es una de las más ambiciosas, en la línea de Una història catalana, aunque me hizo pensar también en la estructura de historias múltiples de Robert Altman en Nashville. Y, por encima de todo, algo que parecía rozar lo imposible: una tragicomedia abiertamente crítica, costeada con dinero público (la Diputación, el Institut Valencià de Cultura, y la ayuda del Grec), con un reparto de 12 intérpretes. Lo único que de momento no parece ligado del todo es una gira española a la altura del proyecto (y del logro).
Casanovas narra tres historias ambientadas en la Valencia de los años noventa, y no en clave documental, como algunos de sus recientes trabajos, sino mezclando verdad y ficción. Los tres capítulos, aunque se desdoblan en muchos más, podrían resumirse así: 1) la desaparición, asesinato y hallazgo de las niñas de Alcàsser, con el siniestro circo mediático que creció en su torno, inaugurando la atroz telebasura, entre otros destarifamientos, como dicen en jerga levantina; 2) el mundo de 'la ruta', esto es, de las discotecas entre Sueca y Valencia, más tarde rebautizada Ruta del Bakalao y vendida por medios sensacionalistas como una “Sodoma y Gomorra de sexo y droga”, y 3) el ascenso del cartagenero alcalde de Benidorm y sus secuaces, que aspiran a presidir la Comunidad, una certera crónica política que se acercaría a la película El reino, de Rodrigo Sorogoyen, pero en clave de sátira y con una vulgaridad negrísima, muy bien observada. Tres enfoques de época en los que enlazan las peripecias de tres amigas, jóvenes discotequeras y aspirantes a periodistas: Valèria (Vanessa Cano), Encarna (Lorena López) y Ana (Rebeca Valls). El elenco es fenomenal, con intérpretes que encarnan papeles muy distintos: a algunos cuesta reconocerles. Es el caso, por ejemplo, de Carles Sanjaime, que se luce como Alfonso, el padre de una de las niñas asesinadas, que acabará perdido en una creciente maraña de teorías conspirativas, y luego da nueva vida a Jaime, un veterano jefe de discoteca, con voz ronca por los excesos, pero dibujado con sentido común, sin clichés. Una de mis escenas favoritas es cuando Valèria, casi al amanecer, va a buscarle porque está convencida de que se trata de su padre. Otro actor que se lleva el gato al agua es Toni Agustí: memorable su trabajazo en el rol del candidato Ricardo Zamora, logrando provocar la risa y al mismo tiempo rozando la repulsión, todo ello sin forzar la nota. Conseguir, por ejemplo, que resulte verosímil el delirante monólogo en el que aborda como logro colectivo su propia fijación sexual por las falleras tiene un mérito considerable: hay que oírlo.
Y hay que señalar la creciente tristeza, avanzando golpe a golpe, de Encarna (Lorena López), una de las mejores demoliciones de los personajes de Casanovas. Paloma Vidal parece, netamente, ser dos: recuerda la dulzura de Julia Gutiérrez Caba cuando nos hace ver a Empar, madre de Valèria, la hippy enamorada de Carole King y Nina Simone, y en un pispás adopta la fiereza de Maria Victória, la peligrosa directora de un periódico derechista. Otro apreciable desdoblamiento es el de Verónica Andrés como Marga, la madre de una de las niñas muertas, y Mari, jefa de discoteca. O Juli Disla, el exnovio de Ana, y Dueso, el presunto criminólogo que se convierte en su turbio escudero. Merecen aplauso, asimismo, Carlos Amador (Kiko, el periodista amigo de Ana), Laura Valero (Clara, la ayudante de Encarna) y Enric Juezas (el teniente de alcalde). También destaca la relación entre Vanessa Cano (Valèria) y Laura Sanchis (Sonia), y su lucha por lanzar en media Europa la canción Reality is not Enough a la que alude el subtítulo de la obra: óptimas actrices a las que, a mi entender, les hace falta un guion con más desarrollo.
Hay tantos relatos, como decía antes, que son casi inevitables los bajones narrativos. Para citar solo un caso: el mundo de la ruta está muy bien documentado, pero a ratos queda un poco externo. Llegué a la curiosa conclusión de que Valenciana quizás resulte demasiado larga, como digo, por falta de desarrollo “teatral”. Paradójicamente, si a lo mejor creciesen más los perfiles de las tres amigas, quedaría una estupenda miniserie de, pongamos, seis entregas de una hora (o en el formato “a lo Altman” antes mencionado). Otra pega: echo en falta mejor vocalización en algunos pasajes. Pero predomina, por encima de todo, la energía y el talento.
Valenciana Texto y dirección: Jordi Casanovas Estreno en el Teatro Principal de Valencia el 21 de mayo. Festival Grec, 28 y 29 de junio. Gira por confirmar.
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