Ser la reina del terror ruso no es lo mismo que serlo del norteamericano
El festival Celsius 232 se prepara para recibir a Anna Starobinets, lo mejor que le ha pasado al fantástico ruso (y europeo) en lo que va de siglo y una buena muestra de que, en lo que respecta al género, la Guerra Fría aún no ha acabado
Hace al menos una década, con motivo de la publicación de una antología de jóvenes escritores de ciencia ficción rusos, la editorial convocó un pequeño encuentro con otros autores y periodistas en Barcelona. Asistí. Había leído el libro y creía haber detectado sus referentes. Algunos tenían muchísimo de Philip K. Dick, otros aún más de Douglas Adams, y los más clásicos, de Isaac Asimov, Robert A. Heinlein y Frank Herbert. En un momento dado bromeé sobre sus parecidos y algunos fruncieron el ceño. “¿Douglas Adams?”, preguntaron. “Es la primera vez que oigo ese nombre”, dijo aquel que más se parecía al creador de La guía del autoestopista galáctico.
Prácticamente ninguno de ellos tenía un referente que no fuese ruso. Al parecer, el bloqueo histórico entre Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría les había privado de aquellas lecturas que yo había entendido fundacionales. Pero eso no había impedido que el género se desarrollara al mismo nivel y, en muchos sentidos, en las mismas direcciones que en el resto del mundo. Algunos años más tarde, en 2012, cuando la primera obra de Anna Starobinets, Una edad difícil (Nevsky Prospects), llegó a mis manos, tuve la misma sensación. ¿No era Starobinets a la vez Stephen King y Philip K. Dick? ¿No era una Shirley Jackson que hubiese leído más de la cuenta a Nikolái Gógol?
Lo era, pero sin saberlo. Porque, sí, entre sus influencias, Starobinets (Moscú, 1978) mencionaba al autor de Las almas muertas, y por supuesto a Liudmila Petrushévskaia, y también, cómo no, pese a que su ciencia ficción, a ratos, apocalípticamente macabra, una ciencia ficción de sistema que tiene mucho que ver con la condición de mero engranaje del ciudadano soviético –el relato que da título a su primera colección, Una edad difícil, es, además de un clásico contemporáneo que nada tiene que envidiarle a los mejores de Jackson, una buena muestra de esto último–, lo deforme todo, a Tolstói y a Bulgákov.
¿Había leído Starobinets a aquellos con los que se la comparaba en Estados Unidos y, en consecuencia, en nuestro país, y el resto de Europa? No. O cuanDo menos no lo había hecho a la edad en la que la mente del escritor empieza a dar forma a su universo. Rusia y Estados Unidos habían vivido a espaldas en esa época, y, a juzgar por lo que ocurre con Starobinets, instalada en un silencio narrativo por el que nadie se ha preguntado desde hace ocho años, lo sigue haciendo hoy. Porque ser la reina del terror ruso no es lo mismo que serlo del norteamericano.
Pensemos en Carmen Maria Machado (Allentown, Pensilvania, 1986) y la rotundidad con la que su nombre se ha impuesto en todas partes. Y eso que sólo ha publicado una colección de relatos, Su cuerpo y otras fiestas (Anagrama), y que, pese a resultar (irregularmente) sorprendente, está a años luz del perfecto, redondísimo, fascinante debut de Starobinets. Pero es a ella a quien Joe Hill –el hijo de Stephen King, que probablemente ni siquiera conozca la existencia de Starobinets, a quien tanto comparaban con su padre– ha encargado un cómic. No uno, sino una serie completa, que publicará DC como parte de una colección propia: Hill House.
La serie, que lleva por títullo The Low, Low Woods, se publicará a finales de año, pero estos días, vía redes, ya era noticia. De la misma manera que lo era su próximo libro, que sale el 5 de noviembre, pero que ya están leyendo la clase de nombres que pueden dirigir la atención hacia donde les apetezca, de Roxane Gay a Lidia Yuknavitch, a quienes In the Dreamhouse (así se llama el memoir, que utiliza técnicas del relato de horror para describir la tóxica relación de pareja a la que la autora casi no sobrevive) les parece tan bueno que hasta dicen haberse planteado dejar de escribir porque ¿qué sentido tiene seguir haciéndolo después de leer algo así?
Probablemente ajena a todo esto –incluido al ridículo hecho de que Machado se ha roto la pierna derecha y ha subido a redes un vídeo del lijado del yeso–, Anna Starobinets ande haciendo las maletas para volar por primera vez a España. El festival Celsius 232 la recibe en menos de dos semanas, sin nuevo libro bajo el brazo, pero ya superada (si algo así puede superarse) la muerte de su marido (ocurrida en 2017). Ganadora del más reciente premio de la Sociedad Europea de Ciencia Ficción, Starobinets tiene, de hecho, también un memoir, que destripa el sistema sanitario ruso.
Inspirado en lo vivido no tanto durante la enfermedad de su marido (llegó a hacer un llamamiento en redes con el fin de reunir dinero para el tratamiento, ante la desesperación en el trato con la inhumanidad del sistema) como durante su propio embarazo (que decidió interrumpir al descubrir, ya en extremo avanzado, que el bebé tenía una mínima posibilidad de sobrevivir), el libro recoge, además de su propio caso, el de otros que, como ella, han sido maltratados por el sistema, en su condición, aún, de piezas de un engranaje que a nadie importa, algo que está ahí, una y otra vez, en su mágicamente asfixiante ficción.
Se diría, pues, que es muy probable que tanto Machado como Starobinets no hayan elegido el terror, o el new weird fantástico macabro, por casualidad. Más bien, sus propios universos, gestados uno a espaldas del otro –podríamos apostar a que ninguna, a día de hoy, ha leído a la otra, aunque nunca se sabe en el mundo del fandom, mucho más curioso que aquel que nada tiene que ver con el género–, no han podido evitar derivar hacia lo horripilante. En cuanto a la importancia que uno tiene por encima del otro, ya lo dijo George Orwell; en realidad, lo dijo uno de los cerdos constituidos en oligarquía dominante en Rebelión en la granja: “todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros”.
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