Yo, robot
Íñigo Guardamino da una vuelta de tuerca a las preguntas clásicas de la ciencia ficción en una obra poblada de androides
En la ciencia ficción clásica el principal temor suele ser que los androides se acaben pareciendo tanto a los humanos que acaben destruyéndolos. De ese terror nacieron precisamente las tres leyes de la robótica que Asimov desarrolló en su famoso libro Yo, robot, encaminadas todas a impedir que las máquinas dañen a las personas. Esta obra de Íñigo Guardamino (autor y director) da una vuelta de tuerca a todo eso: el miedo es que los humanos se conviertan en robots.
Metálica describe un futuro poblado de androides al servicio de los humanos. Lo facilitan todo: comida, compañía, sexo y hasta consuelo ante la muerte. Tanto es así que las relaciones entre personas parecen innecesarias. ¿Por qué arriesgarse a sufrir un desamor cuando una máquina te puede decir “te quiero” toda la vida? El planteamiento parece un tanto obvio al principio, pero la historia se llena de matices a medida que avanza la función gracias, sobre todo, al desarrollo de sus personajes: una familia cuyos miembros viven de muy distinta manera su dependencia de las máquinas. Desde la madre que vive sin complejos su “deshumanización” hasta su marido, más reacio a la tecnología, que se enfrenta a un dilema ético bien gordo. No lo desvelaremos aquí para no destrozar la intriga.
Es un refresco encontrarse de vez en cuando un género tan poco frecuente en las tablas. Quizá porque se asocia al entretenimiento puro. Este es un espectáculo entretenido y a la vez incómodo: como la mejor ciencia ficción. Bien dirigido, con una escenografía modesta pero sugerente y buenas interpretaciones entre las que destaca la de Esther Isla en el papel de la madre: hay algo en ella que la hace tan inquietante como un humanoide. De eso va precisamente esta obra.
Metálica. Texto y dirección: Íñigo Guardamino. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 9 de junio.
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