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Columna
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Más música

El sabroso documental 'Rolling Stones. Olé, olé, olé' es una crónica de la última y memorable gira que hicieron por Latinoamérica

Carlos Boyero

El milagro se produjo gracias al audaz, divertido e inteligente promotor musical Gay Mercader, señor con el que tenemos una deuda toda aquella gente en este país enamorada del rock. O de la música a secas. Logró que los Rolling Stones actuaran por primera vez en España. En Barcelona, siete meses después de que la palmara Franco. No creo que fuera un gran concierto, pero expectativas, emoción y sustos (con la policía al acecho y mimando al personal con botes de humo) los hubo todos. Y, por supuesto, a nadie que estuviera en el Calderón el 7 de julio del 82 se le va a olvidar lo que vio, escuchó y sintió allí, con los rayos partiendo el cielo, la tromba de agua y la aparición de los forajidos tocando atronadoramente Under My Thumb.

Retornan esas viejas sensaciones cuando veo en Netflix el sabroso documental Rolling Stones. Olé, olé, olé, crónica de la última y memorable gira que hicieron por Latinoamérica. Y de acuerdo en que el delirio que siguen provocando es universal, pero no puede significar lo mismo para aquellos que les han seguido con fidelidad inquebrantable desde principios de los sesenta en Londres o en Nueva York que para públicos que tuvieron que limitarse a soñar que alguna vez tocaran en sus países, considerados por las múltiples dictaduras de Latinoamérica como un peligro público, transgresores de la moral, sonido del libertinaje.

Resulta conmovedor escuchar el testimonio de maduros o viejos melómanos argentinos, mexicanos, cubanos, chilenos, sobre lo que supone para ellos ver en directo a estos legendarios señores, cuya música estuvo vetada durante tanto tiempo. Terminan en Cuba. Y es grandioso. Creo que es Jagger el que afirma que la comunicación que crea la música no admite fronteras. Elemental, querido Watson.

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