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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La casa de Bertín se llena de ilusión con la derecha

Casado, Rivera y Abascal se solazan en el programa de Osborne entre pimientos, chuletones y empanadas

Desde la izquierda, Bertín Osborne, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal, en ‘Mi casa es la tuya’
Desde la izquierda, Bertín Osborne, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal, en ‘Mi casa es la tuya’
Manuel Jabois

Desde la noche del 5 de enero no había tanta ilusión en casa de Bertín Osborne por la llegada de tres hombres como la que hubo en la edición del viernes del programa Mi casa es la tuya, de Telecinco. El último, Santiago Abascal, trajo pimientos rellenos de quinoa, por lo que Bertín, que le había preguntado a Abascal si había venido en caballo, puso cara de emoji con monóculo. Abascal aclaró, por si había que aclarar semejante cosa, que el plato lo había hecho su mujer. Su misión en la cocina de Bertín fue ordenar pimientos rojos y amarillos para que formasen una bandera española; ojalá un libro de recetas de Abascal que incluya rotuladores para cuando la cosecha no dé para más, y la promesa de una garita en las cocinas españolas para que los platos puedan salir pasados, sin sal, poco hechos o caducados, pero españoles. Ahí estaba, en los pimientos, su programa electoral: ni idea de hacerlo, pero buen ojo para pintarlo.

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Pablo Casado, otro de los invitados al programa, que EL PAÍS vio antes de su emisión, timbró con una cesta como la de Caperucita pero con medio lobo dentro. “Menudo chuletón se va a meter este entre pecho y espalda”, dijo atravesando —solo le faltaba el salacot— los jardines de la casa de Bertín. Y Albert Rivera, marcando distancias eufóricas, vino con una empanada de atún que Bertín casi se la tira por la cabeza. "Está rica", comentó después, masticándola con timidez. "La hice yo, estoy empezando a cocinar", dijo Rivera mientras Bertín paraba bruscamente de masticar.

Ya estaban todos. ¿Todos? No. Bertín Osborne, rellenando la copa de vino, se derrumbó delante de Casado: "No han venido Pedro ni Pablo, Pablo Iglesias". Casado puso una cara entre la preocupación y las ganas de reír, la cara del colega que escucha a otro diciendo que le ha dejado la novia. "Yo con Iglesias...", dijo Bertín, reconociendo que los dos estaban “en las antípodas”, sin aclarar si juntos. Pero le hubiera gustado hablar con él. "Para contrastar ideas", dijo. Es verdad que con Casado, Rivera y Abascal tuvo menos que contrastar, pero así pudieron hablar de los niños y de los padres, del “pedazo de país” que tenemos (“de España me gusta todo”, dijo Casado; “de España sus gentes”, dijo Abascal, como Julio Iglesias) y, en fin, de esas cuestiones peliagudas con las que Bertín asedia desde el primer minuto cuando hay poco que contrastar.

Casado al llegar hizo ver que Bertín tenía una bandera de Venezuela en la nevera, a lo que el presentador respondió que también la llevaba “en el corazón, en la cabeza y en el piso de arriba”; la mezcla tan natural de las partes de su cuerpo y de la arquitectura de la casa dejó a Casado paralizado, como si la casa de Bertín fuese ya parte de su ser y el propio Bertín se rigiese por domótica: si aplaudes cerca, va canturreando a abrir la puerta (Bertín, cuando llaman la puerta de su casa, va canturreando en lugar de cagarse en todos los santos, como vamos los demás españoles, ya no digo si se nos aparece Rivera con empanada).

"Vamos a tomar un vinito y aperitivito", le dijo el anfitrión al líder del PP. No se entiende el bertinismo sin el diminutivo, esencia de la hora del vermú; el momento en que los españoles, todos a una, se preparan para coleguear y reducen las palabras como los jíbaros las cabezas con el ánimo de crear una atmósfera. El español crea atmósferas de buen rollo diciendo “terracita”, “aceitunitas”, “vinito” y “coleguita”, por eso cada poco tenemos una guerra civil.

Casado a Bertín no le soltó ni media. Dijo que su primera medida al llegar a La Moncloa, o a donde sea que llegue, será bajar los impuestos y recuperar la legalidad en Cataluña, porque en el Supremo estas semanas deben de estar entrenando el juicio, una pretemporada jurídica o algo así. Rivera que, aunque hay cosas muy importantes como la supresión del impuesto de sucesiones (hay que empezar a prestar atención a un nuevo colectivo de ofendidos: los herederos), él promoverá un gran pacto de la educación. Abascal, llevar el orden y el imperio de la ley, o el imperio a secas, a Cataluña. Casado, por cierto, dijo que antes de las primarias buscó y encontró trabajo en el sector privado, en París y con un sueldo mareante; sin embargo, prefirió quedarse con el PP: con qué credibilidad se puede votar a alguien así.

Cada poco había un plano de la casa de Bertín, con el IBI sobrevolando el cielo a la manera de un chemtrail de zumbados, y cada poco Bertín lloraba la ausencia de Iglesias, esta vez a Abascal: “Primero dijo que sí, pero luego…”. “Tú no lo conoces”, cortó Abascal en seco. “No sabe colocar los pimientos”, añadió mentalmente. La pena fue quedarnos sin ver cómo Iglesias aconsejaba a Bertín sobre el mantenimiento de la piscina y los jardines, la decoración de los salones y el gusto en la elección de maderas nobles. Hacerle luego, ya desatado, un Marie Kondo mientras piensa dónde habrán colocado en esa casa el puesto de la Guardia Civil.

¿Es feminista?, preguntó Bertín Osborne a los tres. Casado y Rivera empezaron igual su respuesta: “Si el feminismo es…”, añadiendo lo que era el feminismo y diciendo que sí; todo ese trabajo se lo tomaron para acomodar la adversativa, como cualquier respuesta que empiece con un condicional absurdo. Abascal dijo que no era feminista, “ni masculinista, ni machista”, sino un hombre casado con una mujer, when a man loves a woman. Bertín lo dio por bueno y apuntó tema para un nuevo disco, la segunda parte de Yo debí enamorarme de tu madre que podría llamarse Si tu madre es masculinista.

“¿Qué harías si te sale un hijo de Podemos?”, le preguntó Bertín a Abascal, que casi vomita la quinoa (esto no será cuscús). Los hijos cuando emprenden un mal camino “salen”, no “son”. Abascal dijo que lo que no perdonaría es la traición a España, pues él inculcó los valores de la lealtad a España y si se traicionan se traiciona a los padres y a los abuelos. “Se lo preguntaba por eso”, dijo Bertín en un mundo paralelo a este, un mundo de pimientos desordenados, “porque si su hijo le sale de Podemos a lo mejor la policía patriótica le roba el móvil o le inventa facturas”. Fundido a negro. Voz en off de Abascal: “¿Ves qué fácil es entrar en una casa ajena? ¿Dónde tienes el armero?”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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