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Adicta a la rebelión

Eterno anochecer reúne la poesía de Forugh Farrojzad, fallecida en 1967 a los 32 años y mito feminista por transgredir la religión, el patriarcado y las normas sociales

Luz Gómez
Forugh Farrojzad, vista por Sciammarella.
Forugh Farrojzad, vista por Sciammarella.

Está por escribir una historia de la modernidad poética inaugurada por las mujeres, pero una historia universal. Y quizá habría que iniciarla por donde, a buen seguro, no se haría, por Oriente, rompiendo con ello la mirada vertical de aguilucho a la historia de la cultura. En este nuevo contar, más transversal, más elíptico y matizado, se impondría Forugh Farrojzad (1935-1967), un mito de la poesía iraní del siglo XX, y de la rebeldía feminista, que vivió con urgencia y tuvo un final trágico.

Forugh Farrojzad nació en Teherán, y sus escasos 32 años de vida coincidieron con un convulso periodo de la historia iraní que los acontecimientos posteriores casi han eclipsado. Sin embargo, nada de lo que hoy sucede en la República Islámica de Irán se entiende sin el lapso que va de 1941 a 1967, del derrocamiento del sah Reza por británicos y soviéticos debido a sus inclinaciones nazis a la delirante autoproclamación de su hijo Mohamed como “rey de reyes”. En medio quedó el bienio antiimperialista del primer ministro Mosaddeq (1951-1953), liquidado por un golpe de Estado orquestado por la CIA y el MI6 que devolvió al país a la órbita capitalista y a la represión de la disidencia islamista e izquierdista. Fueron años de efervescencia cultural y de una galopante europeización de los gustos de la incipiente clase media. Cierto esencialismo estético de corte pesimista convivió con los pujos de un nacionalismo aqueménida rayano en el chovinismo, y jayyamistas y kafkianos compitieron por renovar las mentalidades de un país indómito. Todo ello, no de forma directa pero sí por necesidad, se halla en la poesía de Farrojzad.

Hija de un coronel próximo al círcu­lo del sah, Forugh Farrojzad tuvo una infancia marcada por el despotismo paterno y el sometimiento de la madre, si bien los papeles no eran del todo blanco o negro. Como el propio Irán y la propia vida de Forugh, a la vez rebelde y a la búsqueda de acomodo, apasionada y lúcidamente derrotada. Con 16 años se casó con un primo algo mayor que ella, en contra de la voluntad de la familia, y tres años después se separaron. Tuvieron un hijo, que se quedó con su padre, como manda la ley iraní, y al que Forugh apenas volvió a ver, y eso que mantuvo una buena relación con su exmarido, que la ayudó tras la tentativa de suicidio que siguió a la aventura amorosa por la que se divorciaron. En 1955 publicó su primer libro, Cautiva. La reacción de los círculos literarios no fue muy distinta a la de sus allegados: escándalo por su libertad vital, menosprecio de sus innovaciones formales y diversas maneras de ninguneo. Pero fueron precisamente su insobornable poesía del yo y la necesidad de expresarse superando los rígidos moldes tradicionales, los pilares de la modernidad inaugurada por Forugh Farrojzad, hasta el punto de que Otro nacimiento (1964), su cuarto libro y el último que publicó en vida, está considerado un hito de la poesía persa contemporánea.

Con Farrojzad se consagra en la poesía persa la poesía del individuo, lo que no es poco en una tradición milenaria caracterizada por un rígido aunque fascinante formalismo. Pero este individuo que se topa con El muro, título de su segunda colección (1956), es además una mujer que hace de su deseo sexual materia poética, con voz, cuerpo e historia, justo lo contrario de “una muñeca de cuerda / que mira el mundo con ojos de cristal”. No hay política en sentido estricto en sus poemas, no hay militancia, el suyo es un ejemplo perfecto de la hoy socorrida idea de que lo personal es político: la sola voz de Forugh transgrede la religión, el patriarcado y las normas de la sociedad toda. Rebelión (1958), su tercer libro, es el más provocador: la poeta increpa a Dios por sus contradicciones, comprende al diablo, compara los hombros de su amado con la piedrecilla de Kerbela con que chocan las frentes al orar, y, rozando la mayor blasfemia para un iraní, baja a tierra a Hafez: “Aquel anciano que era los mares y la tierra / vendió el jardín celeste por un arroyo”.

Los últimos años de su vida, Fo­rugh Farrojzad se había convertido en un icono de la contracultura iraní. Se volcó en su otra dedicación, la cinematográfica, como guionista y ayudante de dirección de Ebrahim Golestan, que fue su último amante, y Bertolucci la grabó en Teherán para un corto, nunca acabado, sobre su figura. Para la posteridad ha quedado su documental La casa es negra (1962), precursor, no solo en Irán, en convertir en actores de la humana cotidianidad a los desheredados, en este caso los desheredados de los desheredados, los leprosos. En uno de sus últimos poemas, ‘Siento pena por el jardín’, que es un memorable cuadro familiar y de costumbres recogido en la colección póstuma Tengamos fe en el comienzo de la estación del frío (1974), la autora se da por desahuciada sin saberlo. Durante un rodaje por las carreteras iraníes, que luego haría universales Kiarostami, Forugh dio un volantazo para esquivar un autobús escolar y volcó, y en el hospital privado al que la llevaron no la atendieron. Una muerte trágica que redondeó el mito de una poeta excepcional: “Besé la cruz de mi destino / en las colinas de mi propio matadero. / En las frías calles, / de noche, / las parejas, dudando, / se abandonan”.

Eterno anochecer. Farugh Farrojzad. Traducción de Nazanin Armanian. Gallo Nero, 2019. 326 páginas. 24 euros.

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