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SAIGON / LA TENDRESA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El dolor y la alegría

'Saigon', gran melodrama de Nguyen, pasó breve pero triunfalmente por España. Y 'La ternura', de Sanzol, se afianza en su versión catalana

Marcos Ordóñez
Imagen de 'La tendresa', de Alfredo Sanzol.
Imagen de 'La tendresa', de Alfredo Sanzol.DAVID RUANO

La joven directora Caroline Guiela Nguyen, francesa de origen vietnamita, escribió Saigon a partir de improvisaciones con su compañía Les Hommes Approximatifs. Arrasaron en el Festival de Aviñón de 2017 y desde entonces no han parado de girar por medio mundo, cosa que tiene especial mérito tratándose de 11 intérpretes (franceses y vietnamitas también; algunos de ellos, gloriosos aficionados) que defienden con pasión un espectáculo de más de tres horas. En nuestro país se vio el pasado enero en el Valle-Inclán de Madrid (del 10 al 12) y en el Lliure de Barcelona (25 y 26). Su parada más próxima es en el Théâtre de l’Archipel (Perpiñán), el 11 y 12 de abril.

La función transcurre en un restaurante vietnamita (paredes verdes, neones rosa pálido) y dimensiones cinemascópicas. Una cocina, un comedor central, un karaoke. Por ese espacio desfilan, enigmáticamente, tres generaciones de París y Saigón, entre 1956, después de la caída de Dien Bien Phu, y 1996, cuando el fin del embargo americano permite el regreso de los exiliados. Viendo Saigon pensé en Gris de ausencia, la función de Roberto Cossa, donde los emigrados argentinos que llevaban un restaurante parecían mentalmente a caballo entre Buenos Aires y Roma. Ya sabemos que Roma puede estar en el México de Cuarón y el Parque Chas de Aristarain, del mismo modo que Saigón puede encontrarse en la parisiense avenida de Choisy. En una palabra: “En el extranjero”, como se decía en mi infancia. En la obra de Guiela Nguyen todos pierden, tanto los franceses colonizadores como los vietnamitas colonizados. No hay fáciles mensajes políticos: hay gente que trata de sobrevivir.

¿Cómo resumir las tres horas y media de función, tantos años, tantas historias? No se puede. Una buena frase de la autora, aunque no acaba de ser fiel a ese sentido de la elipsis: “Muchas cosas suceden en los intervalos. Y existencias enteras se deslizan entre dos gestos o dos palabras”. Puede decirse que ambos lugares comparten un mismo territorio: el País del Melodrama Tremendo. Facción Lírica (Naruse) y Facción Furiosa (Schroeter). También muy fassbinderiano, pero él le hubiera echado más vitalismo. ¿Por qué tanta tristeza? Saigon es una de las piezas más desgarradoras que he visto. Aquí y ahora vuelven algunos recuerdos que no he podido olvidar. La madre que pierde la memoria, y no sabe ni en qué tiempo ni en qué espacio se encuentra, metáfora del exilio absoluto, y rompe a hablar en el vietnamita de su juventud ante un hijo francés que no la comprende. Otra historia terrible: la boda en la que todo es mentira. Una familia inventada, un país entero. Lihn, la novia descomunalmente ingenua. Edouard, el novio que no deja de mentir para llevársela a Francia. Y ella que no deja de amarle. Como Marie-Antoinette, la dueña del restaurante, empeñada en creer que su hijo es un héroe de guerra que sigue vivo, que ni murió ni colaboró con los nazis. La esposa de un alto funcionario francés quiere contarle toda la verdad, pero comprende que quizá sea mejor no sacarla de su fábula. En grado menos feroz tenemos a Hao, el joven cantante vietnamita que ayudó al enemigo francés. Y la amiga que se está quedando ciega y quiere protegerle, personaje que sería una protagonista descomunal, digna de Douglas Sirk. O el viejo que vuelve a Saigón en busca de su amor perdido y se topa con un puñado de jóvenes que se burlan, en una escena dolorosísima, de su idioma lejano, de su mirada lejana, de su exilio permanente y portátil. Tecleo esos recuerdos y es como si ya fueran míos porque vuelven a golpearme, y esas lágrimas queman, y no es una figura retórica. Última imagen: el viejo cantando Aline, de Christophe. Belleza indudable, empapada en una melancolía excesiva.

Aplaudí mucho a todo el equipo, pero necesitaba salir del Lliure, respirar, reír. Fui al lugar adecuado: el Poliorama, donde Alfredo Sanzol ha dirigido La tendresa, estupenda y reciente versión catalana de La ternura, a cargo de Joan Lluís Bozzo. Me reafirmo en lo que dije en su día: el multienredo amoroso entre tres princesas y tres leñadores es una supercomedia, un clásico, que, merecidamente, ha recorrido toda España durante casi dos temporadas. Tenía un poco de inquietud porque la compañía original formada por Sanzol me parecía fuera de serie. Mis temores se esfumaron en un pispás: el reparto de Barcelona también es impecable. No quiero destacar a ninguno porque los seis bordan su trabajo: hay que aplaudir a Laura Aubert, Javier Beltrán, Elisabet Casanovas, Marta Pérez, Jordi Rico y Ferran Vilajosana. Quizá falte un poco, solo un poco más, de ritmo (cuestión de funciones) en las escenas del bosque. Pero eso no es nada ante cómo manejan los crescendos y, sobre todo, ante el regalo de ver a nuestro alrededor un teatro lleno riendo a carcajadas.

Saigon. Texto y dirección: Caroline Guiela Nguyen. Próxima función en Perpiñán, 11 y 12 abril.

La tendresa. Texto y dirección: Alfredo Sanzol. Teatro Poliorama. Barcelona. Hasta el 10 de marzo.

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