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MÚSICA

El extraño encanto de la música a granel

La 'library music', archivo de melodías incidentales compuestas en los setenta para televisión y radio, vive un insólito 'revival'

David Hollander, con su colección de álbumes.
David Hollander, con su colección de álbumes.

Compositores de nombres ignotos que escribían piezas apócrifas con destinos algo más que inciertos. Obras casi siempre imposibles de encontrar en las tiendas de discos y solo al alcance de los curiosos más impenitentes. Música escrita a granel, sin orden ni concierto, con el único fin de ser catalogada no por autor o título, sino por su utilidad para el acompañamiento de imágenes o emisiones radiofónicas. “Grandiosa/Panorámica”, “Futurista/Electrónica”, “Ternura/Romance/Pastoral”, “Luminosa/Deportes/Aire Libre” o “Clásica/Semiclásica/Religiosa” eran algunas de las etiquetas, con su código de color correspondiente, que se empleaban en la clasificación. Hablamos de la música de librería o de catálogo, una especie de muestrario sonoro que ahora es objeto de análisis y reivindicación gracias a una antología, Unusual Sounds (Everlasting), para los más conspicuos gourmets de las rarezas.

En las clasificaciones de los discos más marcianos de las últimas temporadas, este Sonidos Inusuales debería figurar siempre en un lugar prevalente. La música de librería puede resultar extravagante, pero esta hora y cuarto seleccionada por los recopiladores del sello Mexican Summer resulta no solo amena, sino accesible. Música de serie B que acababa sirviendo como colchón para películas o telefilmes de serie Z: los amantes de lo estrafalario, esos a los que el castellano moderno ha popularizado como friquis, están llamados a ponerse las botas.

Unusual Sounds es una obra de ambición musicológica que sirve para reflotar a dos docenas de músicos anónimos que trabajaban a destajo (y a precios de saldo) sin conocer siquiera el objetivo último de sus melodías. Todo proviene de las pesquisas de un maravilloso locuelo de Texas, David Hollander, que ha invertido media vida alimentando su obsesión por estos sonidos de aluvión que igual servían para un documental, una cabecera o una escena sanguinaria. En primavera ya publicó un ensayo al respecto, Unusual Sounds. The Hidden Story Of Library Music, del que su generosa homóloga (y homónima) de 20 cortes hace las veces de banda sonora.

Hay que ser extremadamente melómano, cinéfilo o televidente para tener familiaridad con los nombres y títulos involucrados en esta historia. ¿Han oído hablar de Roland Hollinger, Mladen Franko, Peter Patzer, Keith Mansfield o la Gary Pacific Orchestra? Puede que no. Si acaso habrá quien guarde en la memoria a Janko Nilovic, un montenegrino que creó una obra ingente para la librería sonora francesa Montparnasse 2000. Tampoco es probable que en muchas videotecas haya hueco para Le ultime ore di una vergine, un filme rubricado por Gianfranco Piccioli en 1972 sobre un fotógrafo de impulsos más bien rijosos. Daniele Patucchi, un compositor que se ganó el pan sobre todo en el cine erótico (diviértanse consultando su listado de obras en la base de datos IMDB), se encargó de la partitura. Y, lo crean o no, es francamente buena: como casi todas estas estimulantes exhumaciones sonoras, por lo demás.

Esos autores misteriosos sabían que nadie les prestaría demasiada atención, así que se desenvolvieron con una libertad creativa insólita. Eran las ventajas del anonimato, a fin de cuentas: nadie reparaba en ellos, nadie tenía por qué sacarles los colores. Y así, la colección abarca desde música lounge a psicodelia, antecedentes del ambient (el extenso Group Meditation, de Joel Vandroogenbroeck y Marc Monsen, es magnífico), coros femeninos de los que no renegaría nuestro Alfonso Santisteban e incluso un único ejemplo vocal, You’ve Got What It Takes (Lee Hurdle), que parece presagiar la era del disco. Acabó encajando en una escena de seducción lésbica entre las actrices Annette Haven y C. J. Laing para la película Barbara Broadcast (1977), una cima de la llamada “edad dorada del porno”.

David Hollander emprendió su fascinación por la música de librería hace un par de décadas, tras encontrar algunos discos raros en la tienda Record Supply de Los Ángeles, y hoy se confiesa dueño de “varios miles de elepés” de esta vertiente. Sus pesquisas le han llevado de peregrinaje por las principales factorías europeas (Italia, Francia, Alemania, Reino Unido), donde descubrió que la inmensa mayoría de estas vastas producciones no han sido digitalizadas nunca y tienen difícil que alguna mano amiga las desempolve y eleve a la nube. “Mucho del mejor material nunca fue escogido como banda sonora, así que se quedó archivado”, avisa. Y pone el ejemplo de los “sublimes” e “incontables” álbumes solistas de música electrónica a cargo del milanés Giampiero Boneschi. “Apostaría dinero a que ni un solo segundo de su material de archivo se ha usado jamás en una película”, resume.

La demanda de música incidental fue tan abrumadora durante los años sesenta y setenta, coincidiendo con la eclosión de las producciones televisivas y del cine “de género” (terror, ciencia-ficción, erótico, educativo), que incluso los intérpretes involucrados en las grabaciones daban con cierto descaro el salto a la composición. “No había presión para generar éxitos”, razona Hollander, “así que esos nuevos compositores jóvenes se sentían libres de experimentar. Y aunque empleaban elementos de rock, jazz, soul o vanguardia, buena parte de la mejor música que crearon desafía cualquier definición”.

George A. Romero, el mítico director de La noche de los muertos vivientes (1968) y otros referentes del cine gore, fue el único cineasta del circuito comercial que utilizó música de librería y defendió sus virtudes mucho más allá de la comodidad y economía que representaba. Fallecido en julio de 2017, Romero había dejado escrito un prólogo para ­Unusual Sounds en el que leemos: “Estoy aquí para dar fe de que aquellos artistas anónimos que componían, dirigían e interpretaban música de catálogo eran héroes. Sin guion alguno, fueron capaces de imaginar amor y odio, enemistad y apego, salvación y condena, y expresarlos a través del medio más abstracto”. Lo saben bien quienes hayan seguido la pista del catálogo KPM (por las iniciales de unos editores británicos del siglo XIX), adquirido en 2011 por EMI y del que uno de esos sellos para coleccionistas febriles, Be With, está divulgando selecciones fabulosas. En particular, la fértil producción del tándem que integraban Alan Hawkshaw, autor de abundantes sintonías, y el camaleónico Brian Bennett, que en los sesenta ejercía como batería de The Shadows y en 1978 acabaría componiendo Voyage, uno de los discos más admirados entre los seguidores de música espacial. Hallazgos y más hallazgos para mentes inquietas.

Unusual Sounds: The Hidden History of Library Music. David Hollander. Anthology Editions. 332 páginas.

Unusual Sounds. Mexican Summer /Everlasting.

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