Simplificar a Salinger
El año del centenario del nacimiento del autor de 'El guardián entre el centeno', el curioso televisivo sólo dispone del fallido 'biopic' de Danny Strong para rememorarlo
El pasado martes, J. D. Salinger, el inmortal y huraño autor de El guardián entre el centeno, el genio que decidió, a los 46, dejar de publicar y convertir la escritura en su religión, “algo que hacer a cambio de nada”, hubiera cumplido 100 años. Y a falta del documental que dirigió Shane Salerno en 2013, el casi secreto Salinger, lejos aún de nuestro alcance –en Estados Unidos lo compró Netflix, en España no–, nada mejor que echar un vistazo a Rebelde entre el centeno, el biopic con el que Danny Strong (Buffy cazavampiros) debutó como director, disponible desde finales de diciembre en Movistar.
Se centra Strong en el periodo de formación de Salinger como escritor, y lo esboza, a trazo grueso y sin desearle ningún mal –obvia, por completo, su obsesión con las jovencitas, ignorando la relación que mantuvo con la escritora Joyce Maynard cuando ella tenía 18 años y él 53, aunque haga un pequeño guiño hacia el final del metraje–, como alguien a quien la guerra –Salinger estuvo en el desembarco de Normandía, y sobrevivió de milagro– había desquiciado por completo. Charles Chaplin también tuvo algo que ver. Le quitó, en esa misma época, a la única chica que de verdad quiso: Oona O'Neill. Los fans chiflados de su única novela hicieron el resto.
Aunque la cinta podría pasar por un telefilme cualquiera que fracasase sin remedio, por exceso de edulcorante, en retratar al airado escritor zen, lo cierto es que funciona perfectamente como manual de consejos para el futuro escritor que aún no sabe si es escritor: ahí está Whit Burnett, el apasionado personaje que sustenta la película –interpretado por un magnífico y crepuscular Kevin Spacey–, el tipo que descubrió a John Cheever, William Saroyan y el propio Salinger, trazando el mapa de aquello en lo que verdaderamente consiste ser escritor, a la vez pura lógica de oficio y puñetazo al falso aspirante. Solo por eso vale la pena recordar al aún misterioso Salinger.
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