Así en la guerra como en el cielo
La Joven Compañía recrea la II Guerra Mundial sin mancharse de sangre, sudor ni barro
La II Guerra Mundial, contada de nuevo desde el frente occidental. Barro, apropósito escrito por Guillem Clua y Nando López para La Joven Compañía, tiene un arranque formidable en lo plástico y prometedor en lo dramático. Sus autores nos meten en harina sin preámbulos: las hélices alineadas de caja a caja por la escenógrafa Silvia de Marta evocan las de los biplanos de El Circo Volador de la Deutsche Luftstreitkräfte; las plataformas en las que tales se enmarcan (que prefiguran lápidas venideras) sugieren espacios unívocos distantes y la luz de Paloma Parra le imprime a todo ello cualidad alegórica.
Clua y López trasladan la acción de Colonia a París: ida y vuelta, nos proporcionan una inmersión creíble en el pequeño mundo de dos grupos de amigos jovencísimos, a quienes la contienda arrancará de raíz para enterrarlos en la guerra de trincheras. Cuando, una vez allí, por boca de los personajes empiezan a hablar los manuales de historia, comenzamos a echar de menos lo que se dirían de verdad Helmut, Klaus, Marcel, Pierre, Erika y demás criaturas en esbozo. A estas alturas, escenografía tan bella y límpida está de más: no traslada aroma alguno de sangre, sudor ni barro. ¿No hubiera sido mejor obligar a los intérpretes a hollar un lecho de humus o de tierra vegetal como el que dispusieron el maestro Paolo Magelli y el escenógrafo Miljenko Sekulic en su inolvidable puesta en escena de Un mes en el campo?
Barro
Autores: Guillem Clua y Nando López. Intérpretes: José Cobertera, Sami Khalil, Alejandro Chaparro, María Romero, Víctor de la Fuente, Álvaro Quintana, Mateo Rubistein, Jota Haya, María Valero, Cristina Varona. Caracterización: Sara Álvarez. Videoescena: Elvira Ruiz Zurita. Movimiento: Andoni Larrabeiti. Luz: Paloma Parra. Escenografía y vestuario: Silvia de Marta. Dirección: José Luis Arellano. Madrid. Teatros del Canal, hasta el 23 de diciembre.
Sostenidos apenas por una dramaturgia que enhebra lugares comunes sin conceder a ninguno de ellos desarrollo suficiente (la conmovedora Tregua de Navidad sucede sin pena ni gloria), dejados un poco a su suerte, los actores hacen lo que pueden. Para cuando la revolucionaria Masha entona el Kalinka donde debiera cantar la Warszawianka o mejor aún el Adiós de Slavianka, la suerte de criaturas tan estereotipadas empieza a sernos ajena, aunque haya carnalidad en la Ingrid de María Romero y verosimilitud en el André de Víctor de la Fuente.
Proyectados, ciertos datos y fechas redundan en los que ya se ofrecen en escena. En lugar de intentar dar cuenta de cuatro años de una guerra cuyo final la historiografía reciente retrasa hasta 1923 en el frente Este y en Oriente Próximo, Barro debiera haberse centrado en algún episodio, siguiendo el ejemplo de la monumental Guerra y paz de Piotr Fomenko, subtitulada El comienzo de la novela porque sus cuatro horas de duración se consagraban íntegramente al capítulo primero.
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